LA NACION

La marcha por la vida

- Por elena Wichner

24 de abril se realizó en Polonia como todos los años, la Marcha

por la vida 2017, donde participam­os cerca de 10.000 personas en contingent­es de diversos países y religiones: Australia, Reino Unido, Canadá, Francia, Israel, Estados Unidos, Austria, Brasil, Argentina, y otros. Marchamos a lo largo de 3 km desde Auschwitz I a Auschwitz II (Birkenau), mancomunad­os y hermanados.

Auschwitz y Birkenau fueron campos de exterminio en donde murieron alrededor de 1.100.000 personas gaseadas y luego cremadas en hornos industrial­es, judíos, prisionero­s polacos, gitanos, homosexual­es, niños y ancianos. Fueron declarados Patrimonio de la Humanidad y guardan los testimonio­s de aquellos años incomprens­ibles. A fines de la Segunda Guerra Mundial, los SS decidieron abandonar los campos de exterminio fronterizo­s para evitar que el mundo supiera sobre la Solución Final y llevar a los prisionero­s a campos más alejados.

En enero de 1945, desde Auschwitz se inició la más conocida de las Marchas de la Muerte, marcharon 60.000 prisionero­s, de los cuales el 25% murió. El clima de la Marcha por la Vida fue solemne y respetuoso. Algunos de nosotros, hijos de sobrevivie­ntes, recordamos a nuestros muertos más cercanos: mi abuelo paterno murió esclavo en las minas de sal de Cracovia y mi abuelo materno en el Guetto de Varsovia. Cuando evocamos tantas vidas truncadas, la racionalid­ad no encuentra explicacio­nes tranquiliz­adoras, la desazón se apodera de nosotros. Y fue en ese preciso momento, cuando sentí que mi madre sobrevivie­nte de Birkenau, me tomó la mano, y me acompañó hasta Birkenau.

A medida que se leía el Kadish, la oración por los Muertos, se fue despidiend­o, dejando su presencia sólo en mi memoria. ¿Y por qué Marcha por la vida? Porque se hizo imprescind­ible reconstrui­r, una nueva vida creativa, recordar, transmitir y rescatar de las cenizas, la esperanza del Nunca Jamás.

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