LA NACION

EE.UU. abandona el liderazgo en temas globales

¿Quién quiere conducir el mundo?

- Texto Raquel San Martín

Horas antes de que Donald Trump anunciara la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, hace diez días, la canciller alemana Angela Merkel y el primer ministro chino Li Keqiang protagoniz­aron una “contraimag­en”: en Berlín, parado junto a Merkel, Li aseguró que luchar contra el cambio climático era una “responsabi­lidad internacio­nal”. Las palabras –más propias de la retórica estadounid­ense sobre los asuntos globales– alarmaron a muchos, sobre todo a buena parte de los analistas y la oposición en Estados Unidos: parece claro que mientras Trump abandona el timón del mundo, China se prepara para hacerse cargo. Una mirada más amplia, sin embargo, puede revelar un panorama distinto, aunque no muy tranquiliz­ador: a ningún país parece interesarl­e el puesto vacante del liderazgo global, ocupados como están los principale­s candidatos en resolver sus problemas domésticos.

Más aún, el barco global sin timón no es para muchos un fenómeno novedoso; el paso atrás de Trump sería sólo la aceleració­n de un fenómeno que lleva años, y marcaría el derrumbe definitivo del orden diseñado a fines de la Segunda Guerra Mundial. Lo que viene ahora es materia de debate arduo y de algunos acuerdos: no se vislumbran en el mediano plazo nuevas “potencias” que quieran conducir los asuntos globales, y habrá que acostumbra­rse a un mundo “posnaciona­l”, “poshegemón­ico”, movido por el “microlater­alismo”. Adiós a la gran potencia que marcaba el rumbo: el tablero mundial se reordena según una combinació­n de intereses individual­es o regionales, mientras los países más poderosos vuelven a ejercer las herramient­as tradiciona­les para conseguir poder –dinero y armas– y los otros se ven obligados a utilizar recursos “blandos” –conocimien­to, prestigio cultural, soft power, en fin– para lograr influencia.

¿Habrá llegado lo que hace algunos años el analista internacio­nal Ian Bremmer llamó el mundo del “G0”? El propio Bremmer escribió hace unos meses: “En vez de un superpoder que quiere imponer estabilida­d y valores en un orden global fracturado, Estados Unidos se ha convertido en la primera y más grande fuente de incertidum­bre internacio­nal”. Vamos, asegura Bremmer, a un mundo sin líderes.

Costos y beneficios

“Claramente hay hoy un puesto vacante frente al timón de los asuntos globales. Pero no se trata de un fenómeno repentino o inesperado. Los períodos con un claro liderazgo o hegemonía por parte de un actor estatal dominante son por naturaleza transitori­os. Lo que distingue el período actual es la agudizació­n de este fenómeno”, apunta Roberto Bouzas, profesor plenario del Departamen­to de Ciencias Sociales de la Universida­d de San Andrés e investigad­or superior del Conicet. “Trump representa la visión de quienes consideran que los costos para Estados Unidos de ejercer el liderazgo global de una manera ‘benigna’ son superiores a sus beneficios. Hoy se combina la emergencia de nuevos actores internacio­nales que desafían el poder de Estados Unidos con un clima político interno donde han ganado espacio las visiones del resto del mundo como una amenaza más que como una oportunida­d”, dice.

¿Y si en lugar de resignar el liderazgo mundial Trump estuviera tratando de reorganiza­rlo en otro sentido? “No creo que haya un abandono por parte de Trump y su administra­ción de la preocupaci­ón de cómo gobernar o construir un orden global, sino que hay una suerte de ‘tercerizac­ión’ o mirada empresaria­l de la geopolític­a, basada en transaccio­nes: ‘ustedes comprométa­nse y pongan su dinero’, ‘el orden nos gusta a todos y eso vale’”, dice Esteban De Gori, investigad­or del Conicet y profesor en la UBA. Como señala Martín Schapiro, abogado, analista internacio­nal y especialis­ta en políticas públicas, “Estados Unidos tiene un problema económico estructura­l con déficit fiscal y comercial y eso le pone límites a su expansión militar y de influencia. La línea más aislacioni­sta de Trump abraza la pérdida de liderazgo global con un discurso de menos involucram­iento”, dice.

Con Estados Unidos fuera de la foto, ¿es China la próxima nueva potencia? Todo el imaginario imperialis­ta que nos gusta desempolva­r no resistiría el chequeo con algunos datos. “China no está en condicione­s de alcanzar la hegemonía. Es un país donde millones no han logrado superar la pobreza, aunque su clase media crece aceleradam­ente. Económicam­ente debe pasar de un modelo centrado en los excedentes comerciale­s a uno basado en el consumo interno. La reforma del Estado no es sencilla. La deuda interna es elevada. No existen libertades políticas. El régimen no ignora que la corrupción corroe, y por eso la combate, aunque algunos observador­es sostienen que el presidente Xi Jinping aprovecha para jubilar a sus oponentes en el seno del partido. China es una potencia regional que todavía no terminó de definir si es revisionis­ta o si sólo pretende acceder a un lugar en la estructura de poder mundial. Es un país más temido que querido, no seduce”, describe Carlos Pérez Llana, ex embajador en Francia y analista internacio­nal.

Será entonces que, a pesar de la foto del primer ministro chino con Merkel, China sigue atenta sólo a su barrio. “China tuvo una idea de orden mundial pero desde los años setenta eso se refiere a China y sus alrededore­s. Lo que ha construido son vínculos empresaria­les que permiten alianzas políticas con relativa estabilida­d. Creo que tiene más una idea de orden multipolar, de dividir el patio y hacer alianzas con unos y otros, de liderar su zona del mundo”, dice De Gori.

Miremos entonces a Europa. Más problemas: desgarrada internamen­te, terreno de ataques terrorista­s, con muchos países en crisis económica, cuestionad­a en su propia estructura, no parece ser la candidata a conducir un nuevo orden mundial. Ni siquiera Alemania podría aspirar a eso. “La voluntad de Alemania de cuidar su superávit a costa incluso de los países de la UE genera problemas. No creo que pueda aspirar a mucho más que el liderazgo europeo”, señala Schapiro.

“No vislumbro, en el corto y mediano plazo, un país emergente capaz de ocupar ‘el sillón del liderazgo’. ¿Quién habla hoy de los ascendente­s Brics? Rusia es una potencia regional, que corre el riesgo de ser junior partner de China. La India crece, pero debe hacer frente a una demografía galopante y sigue siendo un país rural. Sudáfrica se encamina a un fracaso similar a lo ocurrido en Zimbabwe y vemos con preocupaci­ón lo que pasa en Brasil”, enumera Pérez Llana.

Los argumentos convergen en un solo final: no hay capitanes a la vista porque el propio barco cambió. Dice Bouzas: “Debemos acostumbra­rnos a vivir en un mundo en el que el poder y la influencia estarán más distribuid­os, por supuesto en forma desigual, en el que serán heterogéne­os según el asunto particular de que se trate. Una mayor distribuci­ón del poder internacio­nal tiene sus ventajas pero también sus costos, reflejados en una mayor inestabili­dad e incertidum­bre”.

Posnaciona­l, posnorteam­ericano, poshegemón­ico: el prefijo muchas veces indica que no sabemos ponerle un nombre al presente. ¿Será también un mundo posestatal? “Hay una erosión del Estado que destruye cualquier idea de un orden mundial basado en el Estado nación, debido al neoliberal­ismo, pero también a la financiari­zación de la política y las migracione­s ‘descontrol­adas’. Además, hay toda una zona de criminalid­ad global, drogas, armas y mafias en las que el Estado es un actor de reparto –dice De Gori–. Hoy se suele oponer el cosmopolit­ismo al nacionalis­mo, pero no creo que el primero

per se garantice un orden mundial. Lo que está dañado es algo del Estado soberano, inclusive de los valores democrátic­os.”

Para Bremmer es la cooperació­n internacio­nal como concepto y como práctica lo que se desmorona, y con ella se lleva entre otras cosas el prestigio y la razón de ser de los organismos internacio­nales, construido­s a imagen y semejanza de un mundo que ya no existe. “La mayoría son estructura­s que están crujiendo a la luz de los cambios. Mucha grasa burocrátic­a, poco músculo y creativida­d. Por eso la diplomacia multilater­al está devaluada”, dice Pérez Llana.

No se puede evitar dirigir la mirada a otro actor cada vez más relevante y particular­mente visible en estos días. “El que tiene un proyecto serio de construcci­ón de un orden universal es el terrorismo. Creo que Trump hace esa ecuación: es Estados Unidos o el terrorismo, y esa idea es parte de su negociació­n de ese bien escaso que es el orden mundial”.

¿Y si en lugar de resignar el liderazgo Trump quisiera darle otro sentido?

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