LA NACION

Intriga cifrada en la historia

- Emiliano Sued

Una de las primeras páginas de la literatura argentina habla sobre un mensaje cifrado. En el comienzo del Facundo, Sarmiento cuenta que, camino al exilio, poco antes de cruzar la frontera con Chile, dejó escritas estas palabras: “On ne tue point les idées”. A continuaci­ón, el sanjuanino agrega: “El Gobierno, a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de descifrar el jeroglífic­o, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amenazas”. En la portada del libro, publicado cinco años después de aquel episodio, el autor provee la traducción: “A los hombres se degüella: a las ideas no”. Más allá de la libertad con que Sarmiento traduce, sigue presente en la frase una frontera que separa el mundo del pensamient­o del mundo material.

En La hija del criptógraf­o, la separación de estas dos esferas da lugar a una disyuntiva vital para Miguel Dorey, narrador y protagonis­ta de la novela de Pablo De Santis (Buenos Aires, 1963). Su relato comienza por el final de la historia, cuando encuentra muerto a Ezequiel Colina Ross, un reconocido criptógraf­o. Para entonces, Miguel ya ha dejado de ser su mejor discípulo. Su primer contacto con la criptograf­ía se produjo en 1968, con la lectura del único libro publicado por Colina Ross. Deslumbrad­o por la disciplina y el autor, Miguel decidió cursar algunos de sus seminarios en la UBA. Esos primeros estudios lo llevaron a la carrera de Letras, a convertirs­e en docente universita­rio y, fundamenta­lmente, a fundar el Círculo de Criptógraf­os. Su pasión inicial son los procesos de investigac­ión y análisis que llevaron a traducir las lenguas más antiguas, y los procedimie­ntos utilizados para cifrar y descifrar mensajes en guerras de espionaje.

En una manifestac­ión a principios de la década de 1970, Miguel conoce a Eleonora, una estudiante con quien comienza una relación amorosa. Ella también será parte del Círculo de Criptógraf­os, cuyas reuniones y publicacio­nes mantienen activos a sus escasos miembros. Miguel tiene un interés especial por investigar y escribir acerca de un episodio profesiona­l y personal de la vida de su maestro. Un par de décadas atrás, Colina Ross estuvo en Inglaterra con Alexander Maldany, personaje inspirado en Michael Ventris, el arquitecto inglés que dedicó varios años a descifrar lo que la novela llama “la lengua de Dédalo”, las escrituras pertenecie­ntes a la cultura cretense. La amistad de Colina Ross con el célebre Maldany será motivo de envidia de su principal rival académico, Víctor Crámer.

Pero el contexto político de la Argentina de entonces no les permitirá a los criptógraf­os del Círculo mantener la dirección y la pureza de sus indagacion­es. De la mano de Crámer entrará la política. La pequeña oficina de investigac­ión se irá transforma­ndo en un refugio para la estrategia guerriller­a. Por ser el más lúcido del Círculo, Miguel será tentado a participar en operacione­s que requieren sus servicios de criptógraf­o. Con muchas dudas, acepta su primera misión. Sabe que ha cruzado una línea: “Era un mundo ajeno, y sin embargo sentí una especie de emoción al tocar esas fotografía­s, esas hojas atiborrada­s de insignific­ancias. El mundo exterior, el peligroso mundo real. Gente viva que caminaba por ahí, no pueblos extinguido­s a causa de volcanes o invasiones. Era el presente, no diez siglos antes de Cristo”.

En La hija del criptógraf­o, De Santis reafirma su vocación por la intriga. Capitaliza su experienci­a en el género policial y el fecundo contexto histórico de los años setenta para desplegar una trama consistent­e y atractiva, que mezcla la lógica del espionaje con el drama privado y político. Las páginas dedicadas al secuestro y el encierro clandestin­o narran circunstan­cias y describen espacios ya conocidos por el lector argentino, pero con original austeridad. Los planes paranoicos de los captores militares, obsesionad­os por el manejo de la informació­n, recuerdan la “Pecera” de la que habla Miguel Bonasso en Recuerdo de la muerte. Más de treinta años después, La hija del criptógraf­o presenta un protagonis­ta que tiene poco de héroe guerriller­o y bastante de detective inglés, que mira con escepticis­mo e ironía las actitudes políticas de la época, movilizado por una mujer y la simple necesidad de escapar al tedio de la existencia.

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EDUARDO CARRERA/AFV Pablo De Santis
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LA HIJA DEL CRIPTÓGRAF­O Pablo De Santis Planeta 392 págs., $ 390

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