LA NACION

Una situación que tiene fuerte impacto social

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L a Argentina está transitand­o por el último trecho de la transición demográfic­a, epidemioló­gica y nutriciona­l que comenzó en las primeras décadas del siglo pasado, que aún no ha concluido. En este sentido, nuestro país se encuentra en la etapa en la que la mayoría de las muertes son producidas por las llamadas enfermedad­es degenerati­vas provocadas por el hombre, cuyas primeras causas son enfermedad­es crónicas como las afecciones cardiovasc­ulares, el cáncer, la diabetes y la enfermedad pulmonar obstructiv­a crónica(EPOC),queexplica­nhoymásdel 70% de las muertes en nuestro país.

A diferencia de las enfermedad­es infecciosa­s, que se asocian a microorgan­ismos como bacterias, virus, hongos o parásitos, las enfermedad­es crónicas y muchos de sus factores de riesgo, como la presión arterial alta, la diabetes, la obesidad, el tabaquismo y las alteracion­es de los niveles de colesterol, entre otros, encuentran como determinan­te la adopción de estilos de vida no saludables. De hecho, tres factores de riesgo, como el tabaquismo, la mala calidad de la dieta y la falta de actividad física, son la causa principal de las cuatro enfermedad­es crónicas mencionada­s, las que a su vez contribuye­n con más de 50% de las muertes prevenible­s.

Según datos de la Tercera Encuesta Nacional de Factores de Riesgo en Población Adulta, realizada en 2013, el 25% de la población argentina fuma, el 34% tiene hipertensi­ón arterial, casi el 10% diabetes, el 21% obesidad, casi el 30% hipercoles­terolemia y sólo el 5% de la población consume al menos cinco porciones de fruta o verdura por día como se recomienda, y más de la mitad hacen poca actividad física. Para peor, en los ocho años que pasaron entre la primera encuesta, en 2005, y la última, en 2013, se observó un aumento del 16% en la frecuencia de diabetes, del 42% en la de obesidad y de casi el 20% en el sedentaris­mo.

Estos factores de riesgo tienen un enorme impacto social, porque afectan principalm­ente a la población de menores ingresos y de menor educación. Así como en general pensamos que el Chagas y la tuberculos­is son ejemplos de enfermedad­es de la pobreza (¡y obviamente lo son!), creemos que el infarto cardíaco, la obesidad y la diabetes son enfermedad­es de los ricos y bien alimentado­s. Nada más desacertad­o: las enfermedad­es cardiovasc­ulares, primera causa de muerte en nuestro país, afectan mucho más a los más pobres que a la franja de mayores ingresos.

Por lo demás, analizar el efecto de las enfermedad­es crónicas sólo desde las cifras de muertes que ocasionan, sin considerar la edad del fallecimie­nto ni la discapacid­ad que producen sus complicaci­ones, sería soslayar su enorme impacto sanitario, económico y social. En países como la Argentina, estas complicaci­ones se producen a edades más tempranas que en los países desarrolla­dos y, debido a que ocurren en etapas productiva­s de la vida, pueden afectar también el desarrollo económico. Desde el Estado, es nuestra responsabi­lidad indelegabl­e seguir diseñando e implementa­ndo políticas públicas basadas en la mejor evidencia científica que ayuden a mitigar el impacto adverso de esta nueva epidemia.

El autor es secretario de Promoción de la Salud, Prevención y Control de Riesgos del Ministerio de Salud de la Nación

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