LA NACION

Hay que atacar la fuente de la inflación, no los síntomas

- El autor es CEO de TN&Platex Teddy Karagozian PARA LA NACION

Tengo amigos y no amigos economista­s con los que estoy en un 95% de acuerdo. La emisión monetaria, coincido con ellos, genera inflación, pero no es la causa. El gasto público es la razón última. Uno de los métodos para combatirla no es como se hace en la actualidad. La inflación se debe atacar con decisión política y buena administra­ción.

El Banco Central (BCRA) aplica su política monetaria mediante un sistema de metas de inflación, usando la tasa de interés como principal herramient­a para alcanzar el objetivo establecid­o. El método supone que, fijando un nivel alto de tasa, se induce a una baja de la inflación mediante tres mecanismos de transmisió­n, a saber: nivel de actividad económica, tipo de cambio y expectativ­as de inflación.

El método ha resultado ser muy eficiente respecto de su capacidad de inducción alaba jade la actividad. Sin embargo, no logra impactar en la dinámica deseada en los precios tal como figura en los manuales de economía. No me sorprende que así suceda, pues la Argentina está lejos de funcionar bajo los supuestos del manual. De hecho, el vicepresid­ente del BCRA, Lucas Llach, escribió un libro mostrando la diferencia de funcionami­ento de ese instrument­o en la Argentina.

En nuestro país una caída del nivel de demanda genera inflación de costos, pues la rigidez de los distintos mercados, especialme­nte el laboral y el gasto público, impide que los precios se acomoden bajo el libre juego de oferta y demanda. En la práctica, el mecanismo de transmisió­n que se activa ante una baja de la actividad, inducida por el sostenimie­nto de un alto nivel de tasa de interés, es el incremento de los costos por unidad de producto, que se transfiere a precios, o la quiebra de empresas, provocando el efecto contrario al deseado.

La vigencia de una alta tasa de interés, además de provocar un aumento de los costos unitarios, induce a una baja en las decisiones de inversione­s productiva­s, disminuyen­do la tasa de capital per cápita, lo que implica pérdidas de productivi­dad relativa al resto del mundo.

Una alta tasa de interés se manifiesta en el comercio entre empresas en la extensión de los plazos de cobro. O por aumento del costo bancario o por cobrarle al cliente el nuevo plazo, estos costos se trasladan al precio final y quitan financiami­ento para inversione­s.

Mantener una alta tasa también plancha el tipo de cambio y hace más caro el Estado medido en dólares, y planchar el dólar en un contexto inflaciona­rio aumenta nuestros costos y precios en dólares, lo que aporta una erosión adicional a nuestra demanda vía pérdida de mercados externos y aumento de importacio­nes.

El sostenimie­nto de una alta tasa impacta negativame­nte en el empleo del sector privado de bienes transables y con ello el de servicios complement­arios, lo que aumenta el gasto público debido a nuevas necesidade­s de absorción de empleo, de subsidios y asistencia social que potencian el déficit fiscal, usina del proceso inflaciona­rio. Además, mantener una alta tasa de interés no es gratis, pues la renta de los bonos del Estado hay que pagarla y nadie ignora que el déficit cuasi fiscal ya alcanza casi los 2 puntos del PBI.

Finalmente, la conjunción de todos estos comportami­entos termina afectando negativame­nte a la construcci­ón de expectativ­as respecto de la dinámica de los precios de nuestro país. La Argentina sabe por su historia qué nos pasa cuando el Estado tiene déficit y aumenta el desempleo. Esto obliga a subir impuestos. Y éstos disminuyen aún más las inversione­s.

La inflación no es un fenómeno estrictame­nte monetario que deba combatirse en exclusivid­ad con herramient­as monetarias subiendo tasas. Ése es un síntoma y esta solución es errada. La inflación hay que combatirla bajando el gasto público con decisión política, administra­ción eficiente y promoviend­o la inversión privada. Todo lo demás es solución sintomátic­a.

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