LA NACION

de las lágrimas de Gago a los gritos de pérez y Benedetto

El capitán de Boca se emocionó en familia; el Nº 8 y el goleador, los más eufóricos en una fiesta en la que no faltó color ni calor

- Pablo Lisotto LA NACioN

Fernando Gago está desbordado. La emoción lo pasó por arriba. Sentado en el círculo central de la Bombonera, el mismo lugar donde un par de horas antes había recibido “del cielo” la estrella numero 66 y la sumó al escudo de Boca, el capitán xeneize llora, abrazado por su esposa, Gisela Dulko, y sus hijos Mateo y Antonella. Todos llevan puesta la camiseta Nº 5. Pero en la espalda de su señora se lee “Te amo”, y en el de los nenes, “Papi campeón”.

El volante parece ajeno al festejo grupal. No lo está. Ya celebró con sus compañeros, al alzar la Copa y durante la vuelta olímpica. Y también lo hará en el vestuario y en la cena de los campeones. Pero ahora necesita un momento de intimidad. Precisa disfrutar con los suyos esta nueva consagraci­ón con el club que lo vio nacer, que tiene el sabor especial de sentirse parte, protagonis­ta y capitán. Hace apenas 19 meses, y en muletas, también celebró en este mismo escenario. Pero vaya si le pasaron cosas a Gago en este año y medio. Entonces se había roto por primera vez el tendón de Aquiles izquierdo, y entre aquel título y este, se lo volvió a romper y hasta pensó seriamente en retirarse. Hoy no sólo que superó esos obstáculos, sino que volvió a jugar en gran nivel, se convirtió en el capitán y todo lo coronó con una vuelta más.

Mientras, todo Boca festeja sentado en el travesaño del arco que da a Casa Amarilla. Darío Benedetto y Pablo Pérez son los más desaforado­s. Gritan como si estuvieran completame­nte seguros de que no perderán la voz. El Nº 8 le agrega color al aire de la Bombonera con una bengala de humo azul. Apenas se puede respirar en esa área, pero nada importa.

El dueño del bombo es Axel Werner. Nadie le quitará esa posesión. El rafaelino no ahorra energías con ese palillo que parece un escarbadie­ntes en el medio de su enorme mano derecha. El redoblante, en cambio, es propiedad de Jonathan Silva. Gonzalo Maroni y Nazareno Solís no entienden nada. Festejan, pero su juventud les impide tomar dimensión de lo que acaban de lograr. Propio de estos tiempos, la mayoría se saca selfies con la popular de fondo. Ricardo Centurión transmite en vivo a través de su cuenta de instagram, y Pablo Pérez se inmortaliz­a allá en lo alto junto a la Copa y a Solís. Frank Fabra, en cambio, pide que lo fotografíe­n. Y exhibe todos sus dientes blancos, que brillan en su rostro.

Sebastián Pérez es uno de los pocos que no se sube al “arco de Palermo”. El volante colombiano aun se recupera de la rotura de ligamentos cruzados de su rodilla izquierda, pero no se quiso perder la fiesta por nada del mundo. Por un mo- mento se apodera de la Copa, que pasaba de mano en mano por los que estaban arriba del travesaño, y se la lleva a un costado. Su objetivo es uno: tomarse una foto con el trofeo, junto a sus compatriot­as Fabra y Wilmar Barrios. El nuevo trío de colombiano­s campeones con Boca consigue esa postal, con la bandera de su país, gorros azul y oro, y la popular como fondo perfecto.

El cuerpo técnico celebra este gran logro, pero con mesura. Guillermo recibe felicitaci­ones a cada paso y se saca fotos con todos. Gustavo elude una y otra vez brindar declaracio­nes. “El que habla es él”, dice con una sonrisa mientras señala a su hermano mellizo. Ariel Pereyra el profe Javier Valdecanto­s disfrutan, felices.

A pesar de que se le termina el préstamo, Fernando Tobio deja en claro que desea continuar en el club (“Tienen mi teléfono así que ojalá me llamen”, le dice a la nacion), Lisandro Magallán explica que “sólo las cosas del fútbol” pueden explicar que hasta hace tres fechas sólo había jugado dos minutos contra San Lorenzo y terminó el torneo como titular; Cristian Pavón confiesa que desea revancha en la Libertador­es y a Rodrigo Bentancur se le entremezcl­a la tristeza de dejar Boca con la gran ilusión de destacarse con Juventus en el fútbol europeo.

Ya no queda casi nadie en el campo. El último en salir fue Pablo Pérez. “Vamos que nos echan a todos”, dice con una sonrisa cómplice.

Las luces, lentamente, se van apagando. La mole de cemento impone aún más respeto con su silencio. Para el estadio es tiempo de descansar, pero sólo hasta la próxima vez que Boca salga a la cancha, cuando la Bombonera vuelva a latir como sólo ella sabe.

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