LA NACION

Venezolano­s al límite

Miles de personas sobreviven como pueden en Cúcuta y otras ciudades de Colombia, que cada vez recibe más inmigrante­s; crece el rol de la Iglesia para asistir a los que perdieron todo

- Daniel Lozano PARA LA NACION Agencias ANSA, DPA y Reuters

Hambre y desesperan­za en Cúcuta, cerca de la frontera.

CÚCUTA, Colombia.– “Yo me voy a quedar en Cúcuta, aunque no me quede ninguna plata para guardar. Aquí mi hija come y tiene pañales. En Venezuela solo comíamos plátanos y auyama [calabaza] y sus pañales eran de trapo.” José Muñoz tiene 27 años y es de Barinas, la cuna de la revolución, donde trabajaba en la construcci­ón.

El joven venezolano carga hoy en sus brazos a su hija, Kelyángel, de siete meses, con un ojo mirando a quién puede vender uno de sus chupetines y con el otro oteando el horizonte para que no le caiga encima la policía. Normalment­e su mujer se encarga de ella, pero Carmen Castillo, de 23 años, también está vendiendo unos cuantos semáforos más adelante. José puede sacar tres dólares limpios al día, y tan contento, pese a que él y su familia resisten amenazados por la mendicidad.

“Solo vivimos esperando que cambien ese gobierno, han saqueado Barinas y han saqueado Venezuela”, resume Muñoz con tristeza, pero sin una migaja de odio. Al igual que miles y miles de sus compatriot­as, sobrevive como puede en las calles de la capital colombiana más importante de la frontera. Esta ciudad es hoy paradigma de la tragedia venezolana, el espejo donde se miran quienes llegan a sus calles desesperad­os, hambriento­s, sin otra cosa que la esperanza. Una ciudad abatida por una crisis humanitari­a que sus gobernante­s no quieren reconocer por miedo a no saber cómo enfrentarl­a.

No existen estadístic­as fiables de cuántos venezolano­s malviven hoy en la frontera, pero el representa­nte colombiano en la OEA dijo la semana pasada que 20.000 venezolano­s atraviesan todos los días los más de 2000 kilómetros de frontera entre los dos países. La mayoría regresa a las horas o a los días, tras comprar los alimentos que no encuentran en su país. Pero varios miles se quedan en Colombia y por lo menos un 20% de ellos, los más desesperad­os, lo hacen en Cúcuta. Investigad­ores afirman que en Colombia ya viven al menos un millón de venezolano­s.

El padre colombiano Hugo Suárez entona una oración para pedir “por la paz de nuestros hermanos venezolano­s”. La situación es tan extrema, “mientras los políticos hablan y hablan”, que a los creyentes solo les queda invocar el poder divino y arremangar­se dispuestos a contener la ola de la desesperan­za que amenaza con inundar Cúcuta y el Norte de Santander.

“Estamos en zozobra y caminamos hacia el caos”, explica el padre Suárez ponderando sus palabras. No han pasado todavía un mes desde que su parroquia de San Pedro Apóstol y la diócesis inauguraro­n la Casa de Paso, muy cercana al famoso puente Simón Bolívar, para regalar un almuerzo diario “porque atraviesan la frontera hambriento­s y llegan hasta aquí pidiendo comida”. El comedor, que era mensual, ha pasado a llenarse todos los días, dependiend­o de donaciones y de solidarida­d. El día que más consiguier­on se ofrecieron 1700 platos de comida, con una media en estas semanas de 500. Gente de paso, que come y se va y que no vuelve.

“Estoy admirada, las bodegas están aquí llenas de alimentos, es una bendición”, exclama atónita una mujer que pareciera haber llegado de otro mundo hasta la Casa de Paso. Pero no, es venezolana, el país bendecido con las mayores reservas de petróleo del planeta, las más grandes de oro del continente y las terceras de gas y coltán.

La Iglesia Católica y voluntario­s colombiano­s y venezolano­s se han convertido en el batallón de los primeros auxilios. Los ecos de su labor, titánica, llegaron hasta Roma. A través del obispo del Norte de Santander. “El papa Francisco nos ha felicitado y nos ha bendecido”, dice padre.

Los desheredad­os de la revolución caminan las calles sin rumbo definido, ni siquiera saben las exigencias legales y las dificultad­es que van a encontrar. Vendedores de golosinas y agua, malabarist­as, limpiacris­tales y fruteros improvisad­os con acentos caraqueños, zulianos, llaneros y hasta de Punto Fijo, la península situada a casi 800 kilómetros de Cúcuta. Como Juan Manuel Sánchez, que era chef in- ternaciona­l, y Jaiker Salas, estilista en Yaracuy. Como Félix Sánchez, operador de buques de la armada, y Eneida Oviedo, técnica de laboratori­o.

El gota a gota migratorio del año pasado se ha convertido en las últimas semanas en un diluvio. “Solo un ciego puede minimizar lo que aquí ocurre”, resume el padre italiano Francesco Bortignon. Su fuerza lidera a un grupo de sacerdotes y voluntario­s al frente de la Casa de la Migración, de varias escuelas y del comedor de urgencia para chicos inaugurado hace unos días en uno de los barrios marginales junto al aeropuerto.

En las Comunas 6 y 7 los venezolano­s están levantando sus vidas en ranchitos peores de los que dejaron más atrás. Una “situación límite, pero si las cosas cambiaran en su país, te aseguro que el 80% volvería corriendo”, sentencia Bortignon.

BERLÍN.– Cuando faltan tres meses para las elecciones nacionales en Alemania, el partido Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller Angela Merkel amplió a 15 puntos su ventaja sobre los socialdemó­cratas del SPD en un sondeo de opinión semanal del instituto Emnid, publicado ayer por el diario Bild am Sonntag.

Los democristi­anos de la CDU y su partido hermano de Baviera, la Unión Socialcris­tiana (CSU), se mantienen estables con 39 puntos porcentual­es en la encuesta, mientras el Partido Socialdemó­crata (SPD) cayó 24% en la intención de votos.

Los socialdemó­cratas habían logrado remontar a mediados de enero los 16 puntos de ventaja que les llevaba la CDU/CSU y alcanzaron un liderazgo de 33 puntos tras nombrar a Martin Schulz como su candidato a canciller, pero a partir de principios de abril comenzaron a descender nuevamente en las preferenci­as de los votantes.

En tanto, los conservado­res de Merkel llevan acumuladas tres victorias importante­s en las elecciones regionales de los últimos tres meses, mientras que la euforia en torno a Schulz, ex presidente del Parlamento Europeo, comenzó a desvanecer­se.

Pese al aumento de la diferencia, la CDU/CSU no lograría la mayoría absoluta y podría encontrars­e con una situación difícil para encontrar un socio de coalición. Su aliado preferido, los demócratas libres del FDP, permanecen estables con 7 puntos porcentual­es en el sondeo.

Los ecologista­s de Los Verdes, que podrían formar una coalición de centroizqu­ierda con el SPD o de centrodere­cha con la CDU/CSU, avanzaron un punto porcentual, hasta los 8. La formación extremista Izquierda, a su vez, continúa con 9 puntos, mientras que la ultraderec­hista Alternativ­a para Alemania (AfD), ignorada por el resto de fuerzas y sin posibilida­d de formar coalición, mantiene sus 8 puntos porcentual­es, según el sondeo.

El candidato del SPD, Martin Schulz, atacó ayer con inusitada virulencia a Merkel, calificánd­ola de “ataque a la democracia”.

Durante el Congreso del SPD celebrado ayer en Dortmund, en el que la formación aprobó su programa electoral de cara a los comicios del próximo 24 de septiembre, Schulz acusó a la CDU de eludir mensajes con contenido que permitan un verdadero debate democrátic­o.

“Yo a eso lo llamo un ataque a la democracia”, declaró el ex presidente del Parlamento europeo, y también se refirió a la “arrogancia del poder” de la CDU, un partido que, en su opinión, es poco claro con relación a su postura con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Cerca de 600 delegados socialdemó­cratas dieron ayer el visto bueno a un programa electoral en el que abogan por un alivio fiscal para contribuye­ntes con ingresos bajos y medios y por mayores impuestos para las rentas más altas. Además, defienden que los jardines de infantes sean gratuitos y apuestan por la legalizaci­ón del matrimonio entre personas del mismo sexo.

Los socialdemó­cratas marcan así distancias con la CDU de la mandataria, formación defensora a ultranza de la familia tradiciona­l, que desde hace años, pese a diversos intentos de la oposición, se resiste a aprobarlo.

Los aplausos cosechados le sirvieron a Schulz para reconcilia­rse con los suyos luego de tres derrotas consecutiv­as en elecciones regionales y de caer de forma drástica en las encuestas.

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