LA NACION

Comida al paso, carros y precios convenient­es, como siempre

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“¡Caaaaaaaro, caroooo!”, es uno de los gritos que demuestran que en La Salada, pase lo que pase, hay ciertas cosas que no cambian. Los jóvenes ofrecen carros en el estacionam­iento para ayudar a los puesteros a trasladar su mercadería al predio y para colaborar también con los compradore­s que llevan productos al por mayor. El servicio no tiene una tarifa única: “Vamos viendo, según el cliente”, confiesa uno de los carreteros.

Los carros son lo más ruidoso del trayecto, sobre todo cuando atraviesan el puente peatonal sobre el arroyo que separa el estacionam­iento de los predios. Uno de los dos puentes está clausurado y por el otro sólo hay lugar para dos filas, que van en sentidos opuestos y avanzan con lentitud. “Parece cuando vas a una procesión, ¿viste?”, le dice una mujer a otra en medio del camino.

La oscuridad en los últimos kilómetros del camino queda olvidada al final del puente, donde la iluminació­n callejera es tan potente que parece de día. “Hace mucho que no venimos, pero hoy trajimos nuestra propia valija porque vamos a comprar para vender en casa y alguna que otra cosa para nosotros”, cuentan tres chicas de Grand Bourg, partido de Malvinas Argentinas.

Al levantarse las persianas de los primeros puestos, los clientes se abalanzan. Por lo bajo se escucha un “cuidado con los bolsillos”, pero no hay sobresalto­s. Adentro, la cumbia es el himno que estimula desde los parlantes, con Los Charros como Blas Parera de ocasión. Dos packs de toallas o sábanas son las primeras ofertas que se pueden encontrar: 300 pesos o tres por 500. Los buzos están a 200, y los jogging con la pipa de Nike o el logo de New Balance, a 300 o 400, según el modelo.

En La Salada no hay calza de mujer que cueste más de 200 pesos y la calidad es, en general, mejor que aquellas que quintuplic­an aquel precio en muchos de los shoppings de la Capital.

Además de puestos hay vendedores­ambulantes con sándwiches de miga, mazamorra y calabaza, y también con juguetes como el

spinner, cuyo precio parece no variar del que se ve en los quioscos, aunque se puede regatear.

Los ómnibus demoran en llegar y los puesteros se impacienta­n. Antes de la medianoche, una decena de colectivos de larga distancia provenient­e de distintos puntos del país se instaló en un sector especial del estacionam­iento. Eso puso las cosas más cerca del ritmo habitual.

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