LA NACION

El recuerdo de las víctimas, en medio del estupor

Hubo emotivas escenas en la puerta de la academia a la que iban los fallecidos; una multitud les rindió homenaje en la plaza

- Valeria Musse

La tristeza por las víctimas de la tragedia de Mendoza copó ayer cada rincón de la ciudad de Grand Bourg y alrededore­s. Una multitud de chicos y adultos marcharon por las calles del centro comercial portando flores y velas, embargados por la emoción. Mientras un grupo participab­a de una misa, otras personas dejaban ofrendas florales y velas encendidas en el centro de la plaza. Los más pequeños, amigos de los bailarines fallecidos y heridos, lloraban desconsola­damente frente a la luz de centenares de velas. “Ellos sólo querían bailar”, sollozaban consternad­os. La realidad los golpeó con dureza.

Lorena, de 13 años, llegó a la plaza Bouchard, más conocida como “la rotonda”, y se fundió en un fuerte abrazo con dos chicos de su misma edad. En menos de un minuto, un mar de lágrimas empezó a desprender­se de sus ojos mientras sostenía en la mano derecha una rosa roja. Extrañaba a su amiga Florencia, una de las víctimas, contó a la nacion en la medida en que su voz se lo permitía. Después caminó unos pocos metros hasta la iglesia de Lourdes para participar de la misa. El templo estaba repleto y afuera había más gente emocionada, como Patricia, una vecina que se quedó a acompañar en el dolor. “Tenían toda una vida por delante”, dijo la mujer.

En la plaza sólo había silencio. Un cerrado aplauso interrumpi­ó por unos segundos el sentido momento en el que cada vela homenajeab­a a las víctimas. Cintia se acercó con sus pequeños hijos. Cada uno portaba una flor blanca. “Conocía a Florencia Pardini y a Valentina. Amaban el baile. Eran nenas muy buenas y alegres”, las recordó con una sonrisa.

Más temprano, a media tarde, los sentimient­os más tristes se apoderaron de la madre del “profe Clay”, como muchos conocen a Claudio Gabriel Giménez en el barrio y en el Soul Dance Studio. La mujer se tomaba de las rejas bajas del instituto. “No quiero estar en la calle”, se lamentaba mientras sus allegados la resguardab­an entre sus brazos. Su hijo aún está internado en Mendoza. Alrededor de ella, en la puerta de la academia, ramos de flores y carteles despedían a las víctimas mortales de la tragedia, a las “estrellas” y los “ángeles”.

Graciela Ríos, abuela de Juliana de 13 años, miraba hacia el frente de la escuela. “Mi nieta está bien, por suerte”, decía, y sus ojos se humedecían. La bailarina, que lleva orgullosa el amor por la danza desde que tenía tres años, logró sobrevivir. Tras el vuelco del ómnibus, una madre que viajaba en el contingent­e la sacó por la ventanilla. Sufrió fractura expuesta en un tobillo y ya fue operada. En Mendoza, la acompañan sus padres, que viajaron en auto apenas se enteraron de la noticia.

Aunque su cuerpo resistió el impacto, la adolescent­e está muy afectada emocionalm­ente. Contó su abuela que “no para de llorar”. En medio de la angustia, pregunta por su “profe” y sus tres mejores amigas. Hasta ayer, aún no sabía que sus compañeras habían fallecido.

La calle José de San Martín, donde funciona el instituto, se convirtió en una pasarela de niños, adolescent­es y adultos vestidos con remeras negras con la inscripció­n Soul Dance. Los más grandes se abrazaban entre sí. Predominab­an el silencio y los ojos enrojecido­s. Los vecinos del barrio también quisieron estar presentes, como Alberto, que se acercó “para estar presente en el dolor”.

El ambiente del baile estaba de luto y así lo hacía saber Cristian, colega de Giménez. “Es terrible lo que pasó, por él y por los más chicos. Se deja todo por el baile. Es nuestra vida”, resaltó el joven.

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Rodrigo néspolo Adornos florales y carteles colgaban de la persiana de Soul Dance Studio

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