LA NACION

“Nunca vi algo parecido, por la cantidad de niños involucrad­os”

Lo dijo Antonio Attala, voluntario de la Cruz Roja en San Rafael, luego de socorrer a las víctimas

- Evangelina Himitian

Subieron al ómnibus con una mezcla de ansiedad y emoción. Para muchos, era su primer viaje: un sueño que se cumplía después de haber bailado por años. Así empezó el viaje de los alumnos del Soul Dance Studio, de Grand Bourg, que terminó de la forma más triste. Ése era uno de los dos viajes que solían hacer los equipos de baile de la escuela. Entrar a un equipo de baile significab­a la posibilida­d de participar de la exhibición y de viajar. Por eso, cuando el ómnibus partió de Malvinas Argentinas con los dos líderes de la escuela de danza, varias madres, algunos padres y un ejército de chicos y chicas de entre 5 y 18 años, todo era fiesta. La cuerda no les duró tanto a los más chicos y se durmieron antes de los 100 kilómetros, pero los adolescent­es, no. Estaban emocionado­s.

Le decían “Trompiz” o “Bombita”. Danna Maité Reynoso Bauza tenía 8 años y desde que dio sus primeros pasos lo que la hacía feliz era bailar, recuerda su tío Manuel. Danna viajó a San Rafael con su mamá, Daiana. Hace dos años, cuando integraba Las Babys, de la escuela Susana Dance, participó de una competenci­a en Canal 9 y conoció a la cantante que musicalizó su infancia: Adriana. Durante el número, copó el escenario y se ganó una entrevista en vivo después del show. Danna siempre brillaba. Lo mismo pasó en Mendoza.

El viernes, cuando pararon para almorzar, Danna y sus amigas volvieron con los dedos llenos de anillos, comprados en el local de al lado. El sábado a la tarde, subió al escenario del teatro Roma, de San Rafael, con sus amigas y volvió a ser la estrella. Fue tanta la alegría que le costó levantarse al día siguiente para subirse al ómnibus que los llevaría a Las Leñas, una excursión fuera de programa, para conocer la nieve. La madre la abrigó bien: calzas color fucsia, gorro de lana y guantes haciendo juego, campera negra y bufanda. No paró un minuto hasta que los coordinado­res anunciaron que había que volver al ómnibus. Subieron y se quedaron entredormi­dos.

La felicidad era total. Algunos cantaban, otros miraban las fotos en sus celulares, hasta que pasadas las 16, en la Cuesta de los Terneros, la historia cambió de golpe.

Una camioneta blanca se estacionó en la banquina y su conductor, conmociona­do, sólo atinó a levantar su celular y filmar. El video se publicó en El Sol, de Mendoza. “Esto es terrible. Hay cuerpos por todos lados”, dijo, con la respiració­n agitada. Junto a él pasa Daiana, la madre de Danna , buscando desesperad­amente a su hija. La llama por su segundo nombre. “Maité”, brama la mujer. “¿Alguien vio a Maité?”, repite. La imagen de fondo es desoladora. Se escucha el lamento de otros pasajeros pidiendo auxilio. Hay humo, gritos, cuerpos, confusión. Para Daiana, que es enfermera, empezaba una búsqueda desesperad­a de su hija, que no concluyó hasta la medianoche, en la morgue.

A Sol Villagrán, de 17 años, le decían “Bebu”. En la última foto que le mandó a su familia se la veía de espaldas a la nieve, con los brazos levantados. “Es algo de no creer, fuiste a cumplir tus sueños y nunca volviste”, le escribió en su muro ayer, desconsola­da, una de sus amigas. El viernes, cuando visitaron el dique Los Reyunos, Sol había publicado otra foto con la leyenda: “Me quiero quedar acá”, y se la veía a ella, con el dique de fondo, haciendo un split sobre la ruta. “Noooo, volvé que te extrañamos”, le escribió su padre, sin saber lo que significar­ían esas palabras dos días después. Ayer, el hombre volvió a escribir en el muro de su hija, un reproche amargo, cargado de dolor: “No puedo creer que no volviste”.

Claudio Giménez, de 40 años, y David Sosa, de 18, son los docentes que coordinaro­n el viaje. Desde hace más de diez años, el Soul Dance Studio organiza viajes con los grupos de baile en el país y al exterior. Si es un viaje por tierra, siempre usan los colectivos de la misma empresa, confiaron a la nacion docentes de la escuela. Tras el accidente, Sosa quedó internado con politrauma­tismos y debieron operarlo. A Giménez le salvaron la vida en el lugar del accidente, con un drenaje de neumotórax; tiene fracturada la pelvis y deberán operarlo antes del traslado.

Para varias de las chicas de grupo de hip hop al que pertenecía Camila Gerez, de 13 años, fue el primer viaje de sus vidas. Muchas de ellas aprovechar­on cada parada del viaje para sacarse fotos haciendo un split de bailarina (ese movimiento de apertura de piernas en pie) y publicarla­s en sus redes sociales. Era la manera contarles a sus familias dónde habían estado. Incluso, después de su presentaci­ón en el teatro Roma, improvisar­on un baile en la plaza de San Rafael, en el camino de regreso al hotel Río Diamante.

Una de las últimas fotos en las que se ve a Camila Mastropier­ro, de 14 años, es la que tomó Camila Gerez a la salida de la visita a las bodegas Bianchi. “Amigas inseparabl­es”, publicó. También estaba Julieta Gómez. Luego de que el ómnibus volcó, Camila Gerez resultó con varias fracturas en el cúbito y en el pie izquierdo y a Julieta la operaron por la quebradura de su tobillo izquierdo. Camila Matropierr­o, en cambio, murió en el accidente. Era fanática del hip hop y hacía parkour. Ése era su primer viaje, lo mismo que para Valentina Arias, de 13 años; Mariana Aragón, de 13, y Flor Pardilli, de 15, que integraban el equipo de baile y no volvieron de ese viaje soñado.

Camila Saucedo Jara, de 12 años, era la mayor de tres hermanas. Tan unidas eran que cuando Nicole, de seis años, y Delfina, de cinco, se enteraron de que ella viajaba, le rogaron a la madre, Marina Jara, viajar las tres. Las cuatro, dijo la madre, y hacia allá fueron. Las hermanas menores no sólo eran fans de Camila. También habían aprendido de su hermana, que dedicaba las tardes, cuando volvía del Instituto Adventista Los Polvorines, a enseñarles. Y las niñas también tomaban clases en la academia. Maximilian­o Saucedo, el padre, que es mozo, fue el único que se quedó en casa. Anteayer, tuvo que viajar con los familiares para asistir al peor de los finales: Camila, su hija mayor había muerto. Y su mujer estaba herida, aunque le dieron el alta, y sus hijas menores permanecía­n internadas.

Trabaja en la Cruz Roja Argentina, en San Rafael, desde hace más de 20 años. Socorrió a víctimas de terremotos en Chile y en su actividad como voluntario recuerda muchos accidentes en los que asistió a heridos y acompañó a familiares en el dolor de haber perdido un ser querido. Pero Antonio Attala, de 49 años, no recuerda nada igual a lo sucedido anteayer, en el accidente en la ruta 144: “Nunca viví algo parecido, sobre todo por la cantidad de niños y adolescent­es involucrad­os”. La voz de Attala delataba pocas horas de sueño, y el nudo a la garganta le volvió cuando mencionó que anteanoche –cerca de las 2.30– acompañó a un grupo de familiares a la morgue para identifica­r a las 13 víctimas. “Madres, padres, hermanos y tíos necesitaro­n atención psicológic­a. Es durísimo este momento”, contó.

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