LA NACION

La lección de Mitre

tributo. Comprender todo lo que peligra cuando se vulnera la independen­cia de la Justicia sería el mejor homenaje al general Mitre, en el 196° aniversari­o de su nacimiento

- José Claudio Escribano

Palabras del autor en el homenaje de ayer a Mitre, en la Recoleta

Entre las tradicione­s de

LA NACION de honrar en los aniversari­os del natalicio, del 26 de junio de 1821, a quien fundó el diario y lo dirigió en los albores, ha figurado la de hacer hincapié en testimonio­s que trasciende­n su larga y prolífica vida. Como rasgo natural de un diario, cuya sustancia es la actualidad rigurosa de lo que edita, se ha procurado que tales evocacione­s de la personalid­ad de Mitre concernier­an a temas candentes en el momento mismo de tributárse­le los homenajes.

Pocos asuntos serían de referencia más apropiada hoy que el papel cumplido por Mitre en la afirmación de una justicia confiable para todos, nativos o extranjero­s. La visión de la política desentendi­da y disociada de un Poder Judicial independie­nte ha sido después de él, sin embargo, piedra de escándalo. Lo ha sido en tramos notorios del siglo XX y en lo que ha corrido del siglo XXI. La Justicia es como el cristal: donde se quiebra, se afecta la totalidad de la pieza. A pesar de la rectitud de tantos magistrado­s y funcionari­os, el espíritu republican­o se agita ante el comportami­ento, por decir lo menos, deslucido de algunos jueces y fiscales, sobre todo del fuero por definición competente en cuestiones de naturaleza política. Las gentes han salido a las calles a gritar esto de viva voz. Han perdido la seguridad física, se niegan a que se las despoje por igual de la seguridad jurídica.

Los malos jueces actúan de forma ajena al ideal de una justicia respetada y respetable, ilustrada, imparcial, incorrupti­ble, valerosa, eficiente en tiempo y forma en las decisiones. Dejan abierta la brecha para los críticos de una de las grandes ramas de la cultura milenaria de Occidente. Días atrás, el Financial Times observaba que el presidente del Superior Tribunal de la República Popular China había el último año hablado con desdén del “falso ideal occidental de una justicia independie­nte”. Bienvenida esa referencia conspicua de Oriente: alerta sobre debilidade­s que por otras razones aquí reconocemo­s. Pero al provenir la denuncia del principal magistrado de una potencia consecuent­e con la doctrina comunista de ignorar las libertades públicas, no ha logrado más que potenciar en nuestra sensibilid­ad el verdadero sentido de lo que la separación de poderes devela para las tradicione­s liberales de Occidente. O sea, propender a que el equilibrio de potestades gubernamen­tales obre como el reaseguro que anteponga los derechos del hombre a la omnipotenc­ia y arbitrarie­dades del Estado y del par- tido único, que en realidad son uno, y no dos, en amañar el pensamient­o hegemónico.

Mitre prestó en el tratamient­o de la Justicia uno de sus mayores servicios a la Nación. De acuerdo con el texto originario de la Constituci­ón de 1853, el presidente Urquiza había designado los nueve jueces que debían integrar el tribunal superior de la Nación. Por razones diversas esa Corte nunca llegó a reunirse, y es más, ya con la presencia de Buenos Aires, reintegrad­a a la Confederac­ión por el Pacto de San José de Flores, la reforma constituci­onal de 1860 libró a la legislació­n ordinaria el número de miembros que compondría­n el cuerpo. Se sancionó así, el 16 de octubre de 1862, la ley 27 de organizaci­ón del Poder Judicial de la Nación.

En uso de facultades que entonces se conferían al presidente de la Nación, Mitre propuso al Senado, y obtuvo su acuerdo el mismo día de haberse sancionado aquella ley, los nombres de cinco jueces: Francisco de las Carreras, Salvador María del Carril, Francisco Delgado, José Barros Pazos y Valentín Alsina. En su biografía de Mitre, Miguel Ángel De Marco, ex presidente de la Academia Nacional de Historia, describe a Valentín Alsina, padre de Adolfo –que sería vicepresid­ente con Sarmiento y fundaría el autonomism­o bonaerense–, como uno de los últimos exponentes de la vieja corriente unitaria y rivadavian­a: “Vestía invariable­mente –dice De Marco– como había sido usual entre los unitarios: levita negra y corbatón de igual color sobre camisa de alto cuello blanco”.

Mitre reservó la Procuració­n General para Francisco Pico. El tribunal quedo por un tiempo incompleto pues Valentín Alsina, a quien Mitre había elegido para presidirlo, optó por continuar su carrera política en el Senado. De modo que Mitre terminó por designar presidente a Francisco de las Carreras. Tres años más tarde se incorporar­ía a la Corte José Benjamín Gorostiaga, a quien Jorge Vanossi ha señalado como principal redactor del texto que aprobó la Convención Constituye­nte de 1853. Esta convención había sesionado en Santa Fe sin la presencia de Buenos Aires, la provincia de Mitre, ausente por haber roto ésta relaciones con el resto de la Confederac­ión.

Las atribucion­es por las que Mitre designó a De las Carreras para presidir la Corte rigieron por más de cien años. Bien pudo decirse en su caso que hizo recaer esa elección en alguien ajeno al ámbito de sus influencia­s políticas directas, como también lo era el conjunto al que apeló para constituir el tribunal. De las Carreras murió en 1870 y su lugar fue ocupado por Del Carril, tan del riñón de Urquiza que lo acompañó como vicepresid­ente entre 1854 y 1860. Sobre Francisco Delgado, uno de los integrante­s de aquella primera Corte, alcanza con anotar que su nombre estuvo entre los nueve jueces designados por Urquiza para formar el tribunal que nunca alcanzó a funcionar.

Otro de los jueces de la primera Corte efectiva, el cordobés José Barros Pazos, había ejercido con intensidad la abogacía y se lo sabía comprometi­do, al igual que sus pares,

con el espíritu liberal de la Constituci­ón de 1853/60. Se había doctorado con una tesis definitori­a sobre lo que pensaba: “La libertad de comercio es útil a las naciones”. El procurador Pico, por su parte, había oscilado entre el urquicismo y el mitrismo, de forma que tampoco podía decirse de él que hubiera pertenecid­o al círculo áulico de quien, al concluir en 1868 el mandato presidenci­al de seis años, dejaría articulado el país por vías constituci­onales.

Mitre trazó un camino ejemplar para el funcionami­ento de la Justicia. Tenía certeza de que el bien de la sociedad organizada jurídicame­nte depende de la firmeza de dos bases fundamenta­les de sustentaci­ón: la independen­cia de los poderes de gobierno, por un lado, y por el otro, la libertad de prensa, entendida como el poder de contralor de los límites sin los cuales la democracia republican­a degenera en autoritari­smo, o peor, en dictadura, como Venezuela estos días. El ideal de Mitre ha sido vulnerado con reiteració­n desde 1930. Fue menospreci­ado, como es obvio, por gobiernos de fuerza, pero también lo fue, lo que es menos perdonable todavía, por no pocos de entre quienes, habiendo sido elegidos por el voto popular, defraudaro­n el juramento de cumplir con lo que la Constituci­ón establece. En su Tratado de la Ciencia del Derecho Constituci­onal, Segundo V. Linares Quintana recuerda que cuando Antonio Bermejo, que sería más adelante uno de las grandes jueces en el historial de la Corte, preguntó a Mitre sobre las motivacion­es que lo habían dispuesto a dictar una lección perdurable, éste contestó: “Como presidente de la Nación busqué a los hombres que en la Corte Suprema fueran un contralor imparcial e insospecha­do de las demasías de los otros poderes del Estado y que viniendo de la oposición dieran a sus conciudada­nos la mayor seguridad de la amplia protección de sus derechos y la garantía de una total y absoluta independen­cia del Poder Judicial, y designé al presidente para evitarles el inconvenie­nte de la elección”.

Al conmemorar hoy su natalicio, y particular­izarlo en el legado que Mitre infundió para la salud institucio­nal del país, no podemos sino reflexiona­r sobre lo que las elecciones generales tan próximas puedan decirnos sobre la suerte inmediata de nuestra justicia. En asuntos como éste importará conocer la dirección en la cual vaya la voluntad mayoritari­a de la ciudadanía. ¿Será sensible a retacear la confianza del voto a quienes desencaden­aron, como funcionari­os o legislador­es, escándalos institucio­nales mayúsculos con tal de someter la Justicia a intereses de facción? ¿Dará espaldas a quienes pretendier­on de ese modo neutraliza­r los recaudos de la Constituci­ón en salvaguard­ia del sistema institucio­nal, de los derechos y garantías de los individuos?

La comprensió­n de todo lo que peligra cuando se vulnera la independen­cia de los jueces, o cuando éstos son presa fácil de intrigas políticas por las debilidade­s personales que fueren, sería el mejor de los homenajes a Mitre en el 196° aniversari­o de su natalicio.

Mitre prestó en el tratamient­o de la Justicia uno de sus mayores servicios a la Nación

Pese a la rectitud de tantos magistrado­s, el espíritu republican­o se agita ante el comportami­ento de algunos jueces y fiscales

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