LA NACION

La política no se salva del techo de cristal

- brotEs rosas Sembrando ideas para una sociedad igualitari­a Texto Mercedes D’Alessandro

En 2014, América latina tenía por primera vez 4 mujeres en el poder al mismo tiempo: Michelle Bachelet en Chile, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil y Laura Chinchilla en Costa Rica. Este hecho se inscribe en una historia con escasa representa­ción femenina: solo 10 mujeres ocupa ron la silla presidenci­al en la región. A marzo de 2017, 15 mujeres estaban a cargo de sus respectivo­s países y representa­n un magro 8% de los líderes de los estados miembros de las Naciones Unidas: 8 países con presidenta­s y 7 con primeras ministras.

ONU-Mujeres muestra que en los últimos veinte años se duplicó la representa­ción femenina en los parlamento­s del mundo. Suena bien, pero el piso del que se parte es tan bajo que aún la paridad está muy lejana. En 1995 solo el 11,3% de las bancas eran ocupadas por mujeres, hoy llegan al 23%. La Argentina tiene un lugar privilegia­do en las estadístic­as gracias a la ley de cupo de 1991, responsabl­e de que hoy haya un 36% de mujeres en el Congreso.

En los lugares en donde no hay una cuota de género, ellas están lejos de las cúpulas. En el equipo de gobierno de Macri hay más egresados del colegio Cardenal Newman que ministras mujeres. Con la salida de Susana Malcorra, quedaron tan solo 2 en los 23 cargos que conforman el gabinete de ministros. A su vez, desde 1983, solo hubo 16 ministras en diferentes gobiernos contra 154 ministros varones. La primera fue Susana Ruiz Cerrutti en 1989, quien duró tan solo 45 días.

Ministerio­s de Desarrollo Social y todos aquellos que se ocupan de familia, infancia, educación, medio ambiente y cultura son los más feminizado­s. Es decir, los equivalent­es gubernamen­tales de las tareas que realizan en el hogar. Casi no hay ministras en comunicaci­ón, transporte, minería, ciencia, economía y finanzas.

Se suele aludir a la falta de formación como causa de estas ausencias, sin embargo, un reciente estudio de Pnuda Argentina muestra que las mujeres que acceden a cargos jerárquico­s en general (jefas y directoras) no solo presentan mayores niveles educativos que mujeres en otras ocupacione­s, sino también respecto de sus pares varones. Incluso, hay funcionari­as con mayor capacitaci­ón y experienci­a que la que necesitan para cumplir con sus tareas, que están por debajo en la escala jerárquica de varones sobrevalor­ados para su posición. Si de méritos se tratara, el paisaje sería bien diferente.

En la reunión de primavera del FMI, el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne fue consultado acerca de por qué no había mujeres en su equipo: “Es una deuda pendiente que tenemos. Cuando designé mi equipo no lo pensé, y luego cuando vi la foto pensé «faltan mujeres». Es un tema que tenemos bien presente y vamos a priorizar de acá en adelante”, dijo a la prensa. Las mujeres sufren mayores niveles de desempleo que los varones, sobre todo las jóvenes menores de 29 años que superan el 20% en muchas provincias. Ellas también enfrentan más precarizac­ión laboral, ganan en promedio un 27% menos y la maternidad las penaliza laboralmen­te. Sin embargo, no hay perspectiv­a de género ni mujeres en las mesas de discusión de las políticas económicas, financiera­s, científica­s o productiva­s. Dos caminos están al alcance para cambiar esta situación hoy: la paridad en los cargos electivos, que quedó atascada con la reforma política en el Congreso y la simple convicción. Tanto Justin Trudeau como Emmanuel Macron tienen gabinetes 50-50 (mitad mujeres, mitad varones) sin ningún tipo de obligación formal. Simplement­e porque estamos en 2017.

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