LA NACION

el rusiagate copó la reunión de trump y putin, y la cumbre del G-20

Fue el primer cara a cara entre los dos presidente­s; versiones contrapues­tas

- Martín Rodríguez Yebra Enviado Especial

HAMBURGO.– Pocas veces la formalidad de un saludo protocolar atrajo tanta atención mundial. “Es un honor estar con usted”, dijo Donald Trump, después de estrechar la mano de Vladimir Putin y mientras decenas de cámaras captaban una escena histórica. La respuesta no pudo ser más cordial: “Estoy encantado de conocerlo en persona”.

Enseguida, los presidente­s de las dos máximas potencias militares se encerraron durante dos horas y cuarto en una reunión bilateral –en el marco de la cumbre del G-20 en Hamburgo– en la que no pudieron eludir el escándalo de la supuesta injerencia rusa en las elecciones de Estados Unidos.

Tras meses de desestimar las sospechas, Trump le hizo un planteo “largo y enérgico” al líder ruso sobre la posibilida­d de que el Kremlin haya filtrado informació­n para perjudicar a Hillary Clinton, según relató el secretario de Estado, Rex Tillerson. “Lo presionó más de una vez acerca de la preocupaci­ón del pueblo norteameri­cano respecto de una interferen­cia rusa en la campaña”, precisó. Pero aclaró que Trump quiere centrarse en “cómo moverse hacia adelante desde lo que a estas alturas puede ser un desacuerdo insoluble”.

Si faltaban elementos para la confusión, el canciller ruso, Sergei Lavrov, aportó una versión sustancial­mente distinta. Dijo que Putin había negado todas las acusacione­s y que Trump había aceptado la explicació­n.

“Trump dijo que había escuchado muy claramente las declaracio­nes de Putin acerca de que no es verdad que Rusia haya interferid­o en las elecciones y aceptó esas declaracio­nes. Eso es todo.” Voceros de la Casa Blanca negaron este último punto.

Sea cual fuere la realidad, quedó en evidencia que los dos presidente­s decidieron que debían afrontar en su primera reunión bilateral el affaire que conmociona a Washington y echa sombras sobre el verdadero carácter de su relación.

Los ministros de Exteriores –únicos testigos de la charla reservada– ratificaro­n algo que se pudo apreciar en el saludo público durante la cumbre del G-20: hubo una “química positiva” entre los dos presidente­s.

Trump no intentó simular frialdad con Putin, aun cuando sabía que cualquier señal de camaraderí­a podía ser interpreta­da por sus rivales como una prueba de su complicida­d con la trama rusa. “Hemos tenido conversaci­ones muy, muy buenas. Estamos esperando que ocurran muchas cosas muy positivas para Rusia, Estados Unidos y todos los interesado­s”, dijo delante de la prensa, antes de empezar el encuentro oficial.

“Hablaron de tantas cosas... No podían parar”, contó al final Tillerson. Según la agenda, la reunión debía durar 30 minutos. Cuando iba una hora, Melania Trump entró a la sala y le pidieron que se retirara. Siguieron un rato largo más.

A primera hora, los diplomátic­os norteameri­canos sugerían estar atentos al lenguaje corporal, en una admisión de lo imprevisib­le de la situación. En los seis meses que lleva en el poder, Trump lanzó permanente­s mensajes contradict­orios sobre la Rusia de Putin, contra parte fundamenta­l en el sostén del equilibrio global.

Anteayer, antes de aterrizar en Alemania, había dicho por primera vez que Moscú pudo haber interferid­o de manera ilegal en el proceso electoral. Además, le pidió al Kremlin “cesar sus actividade­s desestabil­izan te sen Ucrania” y retirar el apoyo a “regímenes hostiles”, como Siria e Irán.

Los asesores de Trump en política exterior habían desaconsej­ado una reunión formal con Putin en este momento. Temían que fuera todo ganancia para el ruso, ansioso por tejer una alianza que consolide su poder y lo ayude a levantar las sanciones internacio­nales contra Moscú –incluidas las de Washington– por la anexión de Crimea.

El Pentágono desconfía de las intencione­s de Putin y los servicios de inteligenc­ia directamen­te creen que Rusia es un enemigo que orquestó una campaña de ciberataqu­es para desprestig­iar a Hillary. Pero Trump se mueve con lógica propia. Escribió en Twitter que iba a Hamburgo a “defender los intereses de los norteameri­canos” y aprovechó para atacar a la prensa, ese enemigo que comparte con Putin: “Los medios de las noticias falsas nunca me van a cubrir con rigor, pero a quién le importa”.

La prioridad del viaje era para él la charla con su par ruso, con un foco central puesto en la crisis de Siria y el combate a Estado Islámico. Es una materia en la que los intereses de las dos potencias chocaron una y otra vez desde el cambio en la Casa Blanca.

Al final de la cumbre, Tillerson anunció que habían alcanzado un pacto para un cese del fuego que entrará en vigor mañana en el sudoeste de Siria. Anteriores anuncios similares fueron violados de manera reiterada por el régimen de Bashar al-Assad, aliado de Putin.

Otro punto urgente que afecta a los dos presidente­s es la tensión con Corea del Norte. El Kremlin se mantiene alineado con China, el mayor valedor que le queda al dictador Kim Jongun. Esta semana, los dos gobiernos emitieron una nota conjunta en la que pedían tanto a Pyongyang como a Washington que tomaran medidas para desescalar la crisis. Trump, en cambio, les exige más firmeza para forzar a Kim a desistir de las amenazante­s pruebas de misiles balísticos.

La reunión terminó como empezó: con sonrisas, palmadas en la espalda y promesas de seguir en contacto a pesar de las tormentas que siguen en el horizonte.

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Carlos barría/reuters Un saludo formal, sujeto a todo tipo de lecturas, inauguró el encuentro en Hamburgo
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Steffen kugler/ap aparte del encuentro a solas, Trump y Putin conversaro­n ayer con Jean-claude Juncker, presidente de la comisión europea

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