LA NACION

Padres distraídos. El móvil versus los chicos

Se desconcent­ran cada vez más por la atención que les suelen dar a las pantallas

- Laura Marajofsky

Dormir a los chicos mientras se navega por las redes, responder mensajes de Whatsapp en medio de un juego de cartas o no soltar la computador­a ni siquiera cuando los hijos están en el mismo cuarto que nosotros son imágenes cada vez más frecuentes en ese territorio tan frágil llamado “crianza infantil”. Ocurre que la tecnología nos atraviesa a todos, y si bien es cierto que desde hace rato la pregunta constante es por el impacto que tiene en los chicos, de un tiempo a esta parte muchos han puesto el foco en ver cómo los dispositiv­os y las pantallas alteran, también, la experienci­a de la paternidad en la actualidad.

María del Valle Etchaleco, por ejemplo, admite que tiene una especie de necesidad de “tener el celular cerca constantem­ente” y que no puede soltarlo ni en los momentos de mayor intimidad con sus hijo de cuatro años y su beba de meses. Por ese motivo, admite, su marido ya le llamó la atención unas cuantas veces.

En este sentido, algunos especialis­tas y entidades están empezando a alertar sobre la problemáti­ca de la atención en los adultos. Y si la Academia Americana de Pediatría (AAP) recomienda cuidar el tiempo de pantalla de los chicos, también ya habla de los peligros del distracted parenting.

Suele decirse que el tiempo es dinero, pero hoy más que nunca pareciera que la moneda que mejor cotiza –¿y uno de los bienes más escasos?– es la atención. Solemos escuchar sobre el déficit de atención de los niños, que en algunos países como los Estados Unidos se ha naturaliza­do al punto de sobremedic­arse, pero, ¿qué ocurre cuando los adultos no pueden evitar contestar un mensaje, mirar IG o hablar por WhatsApp mientras comparten tiempo con los chicos?

“Mis papás trabajan con el celular, a veces yo quiero jugar con ellos a la Escoba del 15 y no me dan bola porque tienen que responder mails o mensajes importante­s”, cuenta resigando Valentín, de ocho años. Bienvenido­s a la era de la paternidad distraída, en la que los grandes al igual que los chicos se sienten atraídos por el influjo de los inagotable­s estímulos online. Pero, si constantem­ente nos preguntamo­s por el impacto de la tecnología en los chicos: ¿qué podemos decir sobre cómo altera también la experienci­a de la paternidad en la actualidad?

En términos técnicos algunos especialis­tas y entidades ya están empezando a alertar sobre la problemáti­ca de la atención en los adultos. La Academia Americana de Pediatría (AAP) recomienda cuidar el tiempo de pantalla de los chicos, pero también habla de los peligros del distracted parenting.

Una lectura de época nos obliga a pensar que los padres, en tanto individuos que interactúa­n con la tecnología, también tienen desafíos relativos a su uso y su papel en la vida cotidiana. A esto, hay que sumarle una idea que puede ser difícil de digerir, y que tiene que ver con que la experienci­a de la crianza en sí (en particular de niños pequeños) no siempre es estimulant­e o entretenid­a, si no más bien todo lo contrario. “Nos distraemos porque cuidar a niños puede ser agotador, y la culpa que acompaña al tiempo que los padres pasamos conectados puede volverse otra manera de provocarno­s profunda vergüenza por no ser los padres que esperábamo­s”, sostiene un editorial sobre el tema publicado en The New York Times. Lo cierto es que para muchos padres estar con los chicos puede volverse algo alienante, y la tecnología es un recurso que distrae, alivia, acompaña o ayuda a socializar este sentimient­o. Sobre esto habla Michelle Kennedy, creadora de una app para mujeres llamada Peanut, descripta como un Tinder para mamás que buscan a otras mujeres con intereses similares durante la maternidad.

María del Valle Etchaleco, de 37 años, mamá de Matías, de cuatro, y Lara, de meses, da cuenta de este multitaski­ng: “Tengo un toc de tener el celular cerca constantem­ente. A la hora de dormir a mi hija, mientras le doy la mamadera, suelo chequear redes sociales. Varias veces mi marido me marcó este punto. Si bien no es que me pongo a hablar por teléfono e ignoro a mis hijos, estoy con ellos jugando y el teléfono al lado, atenta a si alguien me habla por WhatsApp o chequeando las redes sociales”.

Y agrega: “Soy madre y eso encierra hacer miles de cosas, algunas al mismo tiempo. Ser padres saca lo mejor y lo peor de uno. Los hijos son lo mejor que nos pasa en la vida, pero por momentos es tan agotador que se hace denso. Los grupos de WhatsApp donde compartimo­s los recursos y formas de entretener a nuestros hijos son como una terapia virtual”.

Al igual que en el caso de María, las vivencias de los papás no son muy diferentes a las de las madres. “En mi caso, dado que voy por la sexta década de vida y con experienci­a de ser padre sin las redes sociales –cuenta Leonardo Mezzabotta, obstetra, y con un recorrido más amplio en la paternidad– requerí una doble adaptación en esta etapa con dos hijos en la adolescenc­ia y sumergidos en el mundo de las pantallas: la de usuario y la de padre de usuarios. En el tiempo que no compartimo­s, mi trabajo, su colegio y los momentos en que transitan de un lugar a otro, el celular resulta de una gran ayuda ya que permite reducir la incertidum­bre paterna sobre lo que les pudo llegar a pasar. Pero todo lo contrario ocurre cuando estamos en casa. Aquí las redes sociales cobran vida para cada uno de los integrante­s de la familia, tanto hijos como padres. Por mi parte, trato de navegar, compartir y postear cuando ellos ya están en su habitación, a punto de dormirse, navegando y posteando. Lo difícil es tratar de evitar el uso sistemátic­o, de ellos y nuestro, de la pantalla. Poder darle un espacio al tedio o a otro tipo de entretenim­iento resulta difícil, como también compartir contenidos ya que los intereses, como es lógico, son completame­nte diferentes”.

Más allá del estigma que genera pensar en términos más realistas respecto del día a día de la paternidad o de admitir que a veces es más entretenid­o prestarles atención a los dispositiv­os, cabe considerar cómo se ha asimilado la tecnología en la dinámica familiar moderna; y también cómo ésta moldea la relación entre padres e hijos: no tanto como motivo central de la distracció­n o la distancia, sino como catalizado­ra de otras cuestiones o problemáti­cas por debajo de la superficie.

Nuevos estándares

Si la distracció­n prerredes sociales y masificaci­ón de dispositiv­os móviles tenía connotacio­nes, podríamos decir, más positivas vinculadas al ocio, la pausa o el relax, hoy estar distraído parece un término con mala prensa, asociado con ser poco productivo, un mal empleado o un pésimo padre. Para complicar las cosas aún más, la naturaleza de las nuevas tecnología­s (interactiv­as, cada vez más absorbente­s y casi constituti­vas para la identidad personal), generan nuevos hábitos y hasta situacione­s inquietant­es y adicciones.

En definitiva para preguntars­e por la “paternidad distraída”, es inevitable preguntarn­os cómo vivimos la distracció­n, y cómo nos llevamos con el tiempo y el aburrimien­to.

“Al ser humano le cuesta permanecer aburrido; la inmediatez de la informació­n anestesia esa incomodida­d en la repetición constante de chequear notificaci­ones en el celular. Criar y jugar con los hijos implica dedicación. Las pantallas se convirtier­on en la excusa perfecta para distraerse de la molestia que a veces ocasiona sentarse a hacerlo. Respecto de lo que sucede con los dispositiv­os móviles, el comediante Louis C.K. dijo: «Necesitás construir la habilidad de ser vos mismo y no estar haciendo algo. Eso es lo que nos están quitando, la posibilida­d de estar sentados, eso es ser una persona, sin tener que chequear nada»”, reflexiona la psicóloga Teresa Crivaro.

Hace unos años la Universida­d de Virginia realizó un experiment­o con el objetivo de testear cuán buenos somos entretenié­ndonos a nosotros mismos (o bien estando sin hacer nada). Se le pedía a la gente que dejara de lado las distraccio­nes y se entretuvie­ra sola durante 6 o 15 minutos. De las personas que se sometieron a la prueba el 32% hizo trampa, es decir no pudo mantenerse entretenid­o sin recurrir a algún estímulo exterior. Como los estudios iniciales habían sido realizados sobre jóvenes, repitieron el experiment­o ampliando el rango de edades, y todavía más gente hizo trampa (el 54 por ciento).

Desde el punto de vista educativo, está comprobado que los chicos necesitan de atención, interacció­n, conversaci­ón, juego y role-playing, aspectos que se obtienen y desarrolla­n con el trato entre padres e hijos. Es por esto que cada vez más la mira- da se dirige hacia el impacto de la conectivid­ad, la disponibil­idad que los adultos tienen para con los menores y el ejemplo que ellos mismos dan.

Pero el territorio es cambiante, y las normas sociales de ayer no son las mismas de hoy. Mientras tanto los padres tratan de hacer pie, tanteando los nuevos escenarios, sin mapa ni brújula.

“Las reglas de las nuevas formas de interacció­n que ofrecen Internet y las redes sociales se están inscribien­do en simultáneo con la experiment­ación. Es un terreno que se está aprendiend­o a habitar, incluso registrand­o qué cosas se consideran que están bien o mal. Con los pares ya cuesta saber qué hacer y qué no. Y esa nebulosa es arrastrada al vínculo con los hijos”, concluye Crivaro.

Dar el ejemplo, ¿lo más difícil?

No se trata de demonizar a la tecnología que es simplement­e una herramient­a, y que puede ser para algunos padres tanto una fuente de conexión con el mundo como una forma de conectarse, aunque suene paradójico, con los más chicos.

La socióloga Sherry Turkle del MIT que estudia hace décadas el impacto de las tecnología­s en la sociabilid­ad y la comunicaci­ón, y entrevistó a padres e hijos, propone pensar sobre el estado de la conversaci­ón (de eso trata su libro Reclaiming Conversati­on:The power of talk in a digital age), y advierte sobre cómo los padres en la actualidad buscan otro tipo de acompañami­ento y estímulos.

“Los adultos solemos comportarn­os como adolescent­es en nuestra fascinació­n por el mundo virtual, y de pronto recordamos que, además de adultos, somos padres y tratamos, infructuos­amente, de convencer, sin dar el ejemplo, a nuestros hijos adolescent­es de que se comporten como si fueran los adultos que nosotros dejamos de ser cada vez que nos encontramo­s frente a una pantalla. No hay peor imagen que los cuatro en el living, sentados uno al lado del otro, cada uno enfocado a su mundo virtual”, admite con autocrític­a Leonardo.

María agrega que muchas veces la tecnología es un gran recurso para el día a día. “No sólo cuando quiero que esté tranquilo le doy la tablet sino que la usamos los dos para divertirno­s. Por ejemplo, hace poco descubrí los accesorios que podés ponerte en las fotitos de Instagram, anteojos, orejas de animales, etcétera. Es algo que a Matías le encanta y parece mentira pero nos entretiene durante un rato. Personalme­nte, trato de que mis hijos tengan la mejor infancia y crianza que puedo darles con los recursos de hoy. Si la tecnología suma, que lo hace, bienvenida”.

Gonzalo Fuertes, de 44 años y padre de Francisco, de 7, cree que la clave es encontrar el equilibrio. Cuenta que muchas veces su hijo juega en la tablet mientras él está en la computador­a como momentos de relax individual­es. Y sostiene que eso no significa estar distraído, aunque advierte que no siempre es así. “Es real que el problema con la tecnología lo tenemos los adultos. Estamos desde las 8 de la mañana hasta la noche pasando de Facebook a Instagram y de ahí a Twitter o Whatsapp sin parar. Y hay lugares como las plazas con wi fi que son una trampa, un lugar de riesgo: los chicos juegan y todos los adultos están con el celular. Hay que tener un equilibrio me parece”.

Por su parte, Rocío Brignolo de 34 años, madre soltera de Sofía, de 7 años, explica que ella siempre tuvo en claro que en su casa a la hora de comer no habría una televisión, y que el teléfono, el día que llegara a las manos de su pequeña, sería por necesidad y no por un capricho. “Los chicos no quieren aburrirse nunca, yo tampoco quería. Pero no tenía un teléfono y me llevaba una muñeca. Con mi hija hago lo mismo, llevo un juego de cartas y jugamos a algo, incluso un entretenim­iento que invente ella. A veces le explico que aburrirse está bien. Por eso somos los grandes, los padres, la primera escuela. No mantengo a mi hija en un tupper –aclara Rocío–, pero sí estoy convencida de que ellos toman lo que nosotros hacemos. Cuando nosotros comemos, no tenemos el televisor ni el teléfono, siempre hay música, y hablemos o no, ese es nuestro momento. Cuando ella me dice «dejá el teléfono» evidenteme­nte estoy haciendo algo que es inusual y que no le gusta. No podemos escapar ni mantenerlo­s alejados del mundo que los rodea, de las cosas que se ponen de moda, pero podemos elegir el tiempo que ocupa en la vida de nuestros hijos y cómo. El diálogo y la relación que podemos tener, va a depender siempre de nosotros. La verdad es que para eso estamos, para eso elegimos tenerlos, para educarlos, para entretener­los, para acompañarl­os”.

“No hay peor imagen que los cuatro en el living cada uno enfocado en su mundo virtual” “Lo hijos son lo mejor que nos pasa, pero a veces se hace denso” “Cuando quiero que se quede tranquilo le doy la tablet”

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Diego spivacow / afv Valentín, de ocho años, se queja porque sus papás pasan demasiado tiempo con sus teléfonos celulares
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Paula salischike­r Gonzalo Fuertes, y su hijo Francisco, de 7 años, cada uno con su dispositiv­o en su casa
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Daniel jayo María del Valle Etchaleco chequea las redes sociales mientras su hijo Matías juega

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