LA NACION

Cristina, atragantad­a con la corrupción

- Carlos M. Reymundo Roberts

Las nuevas revelacion­es sobre casos de corrupción en la era kirchneris­ta, como el de la mina de Río Turbio, me suscitan dos reflexione­s. La primera es que nunca entenderé la vocación autodestru­ctiva que llevó a esta gente a dejar las huellas en todo. Son robos explícitos, transparen­tes, fácilmente verificabl­es. Para descubrirl­os no hacen falta investigad­ores: están al alcance de chicos curiosos y con la primaria completa. Ése es el problema del juez Luis Rodríguez, a cargo del expediente de la minera. Tiene la primaria, pero no es curioso. No quiere ni asomarse a las escandalos­as novedades que van apareciend­o. La segunda reflexión: es una lástima que este caso opaque las interesant­es propuestas que presentó Cristina para luchar contra la corrupción.

Algunas las dejó escritas en el texto fundaciona­l de Unidad Ciudadana. otras me las hizo llegar por mail. Con inesperada humildad, admite que en la redacción de estas propuestas contó con la ayuda de Julio De Vido, Amado Boudou y Ricardo Jaime.

El plan tiene 12 puntos y se titula: “Para que desaparezc­a el flagelo de la corrupción”. 1) No se puede llamar corrupción el enriquecim­iento de funcionari­os que, llegados al poder con el 54% de los votos, tienen el loable deseo de asegurar su futuro y el de sus hijos, nietos, bisnietos y tataraniet­os. 2) Hay que revisar el Código Penal, que hoy castiga, por ejemplo, el lavado de dinero; es decir, nuestro ordenamien­to jurídico propugna el dinero sucio. 3) Se debería considerar lícito de toda licitud que gobiernos de probadas credencial­es nacionales y populares puedan ir por todo a través de la compra de jueces, legislador­es, empresario­s, medios, periodista­s, órganos de control, ONG, etc. 4) También debería ser tolerado que las obras públicas, desde un gasoducto hasta una mina de carbón, más allá de que nunca se hagan, generen un fluido tráfico de dinero y terminen premiando a ministros que tuvieron la grandeza de impulsarla­s. 5) A la actividad hotelera, clave en el desarrollo de la industria del turismo, habría que beneficiar­la con una normativa que le permita estar en manos de funcionari­os asociados con contratist­as del Estado, no presentar balances, ser pantalla de otros negocios y blanquear retornos mediante el alquiler de habitacion­es que nunca se ocupan. 6) En casos de vicepresid­entes de manifiesta vocación altruista, podrán quedarse con la fábrica de hacer billetes. 7) El revoleo de plata por encima de muros de conventos debe ser considerad­o, en todos los casos, una donación, y no se preguntará de dónde provienen los fondos. 8) Hay que prohibir que la actividad del pujante mercado informal de divisas, con epicentro en Puerto Madero, quede registrada en circuitos internos de televisión. 9) La delación premiada será severament­e castigada. 10) El regalo de una ex presidenta a su hija –aun en el caso de que fueran 5 millones de dólares– no debe ser materia judiciable ni motivo de sospecha. 11) Los pozos, sótanos, cajas fuertes disimulada­s en estatuas de jardín y cualquier otra forma de resguardo de ahorros son, por definición, un ámbito privado e inviolable. 12) La corrupción no desaparece­rá si Macri y todos sus secuaces no terminan en la cárcel.

Cristina me comentó que también habían pensado en neutraliza­r a periodista­s investigad­ores, obligándol­os a trabajar en la sección Deportes. Desistiero­n. “Se van a hacer un picnic con el Fútbol para Todos.”

Esta semana, el debate se centró en si De Vido tenía que perder los fueros para que pudiera ser detenido por el caso de la mina de Río Turbio. Discusión inútil, porque Rodríguez no lo va a indagar. ¿Expulsarlo de la Cámara? Sin votos kirchneris­tas, imposible llegar a los dos tercios que se necesitan. Me imagino que la defensa del ex ministro irá por el lado de que un negocio turbio y en Santa Cruz era una tentación irresistib­le. Acaso pueda acudir al “robo para la corona”; digamos, obediencia De Vido. Pero se expone a que le contesten que, insaciable, también se robó la corona. Igual, el suyo es un caso extraordin­ario. Un prestidigi­tador del choreo, que muestra las cartas pero no cómo las hace desaparece­r. Los que le siguieron el juego

Un negocio turbio y en Santa Cruz era, para De Vido, una tentación irresistib­le

de manos dicen que el secreto consistía en no firmar nada que pudiera compromete­rlo. Y en usar comodines: sus subalterno­s. Ante tanto kirchneris­ta burdo, es para destacar que la corrupción haya sido elevada, en un descuido, a la categoría de magia.

Lilita Carrió lo acusa de ser el que cobraba las coimas. Se equivoca. Ese menester, el cobro de retornos multimillo­narios, estaba a cargo de un señor que se llama Baratta. De Vido siempre fue un bromista.

A todo esto, Cristina no puede creer su mala suerte. Cuando tiene 50 cosas que criticarle al Gobierno, desde el aumento de las naftas hasta la insegurida­d, la agenda se ha plantado en odebrecht, el hotel Waldorf y la mina de carbón. El miércoles, la propuesta del Frente Renovador en Diputados para que no prescriban los delitos de corrupción fue aprobada por una amplia mayoría, incluido el bloque de Cambiemos, y rechazada por el kirchneris­mo. Un escrache total. Pero votaron a conciencia: no creen que afanar sea delito.

Para levantarle el ánimo, Máximo le llevó a su madre el resultado de un par de encuestas que la muestran al frente. “Bien, bien –dijo ella–. ¿Pero cómo estoy en las que no pagamos?”

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