El preludio para un giro en las relaciones
El presidente norteamericano, Donald Trump, y el líder ruso, Vladimir Putin, dieron ayer un paso aparentemente decisivo para iniciar una nueva etapa de sus relaciones bilaterales. Esa es la impresión que se esforzaron en transmitir los cancilleres de ambos países al término de la histórica reunión de dos horas y media que mantuvieron en Hamburgo al margen de la cumbre del G-20.
Aunque inicialmente debía durar 30 minutos, el primer encuentro entre los dos hombres más poderosos del planeta, que se concretó recién seis meses después de la llegada de Trump a la Casa Blanca, no permitió disipar todas las dudas acumuladas en ese período. Esas suspica- cias no son insignificantes porque conciernen algunos temas regionales e internacionales cruciales, como la presunta injerencia rusa en el proceso electoral norteamericano de 2016, las opacas relaciones que existen entre una parte del entorno del presidente norteamericano y el establishment de Moscú y –más concretamente– sobre las reales intenciones del Kremlin en Ucrania, Siria y la nueva crisis mundial suscitada por las provocaciones de Corea del Norte.
En presencia de los cuatro jugadores de póquer que participaron en la reunión, los analistas dudan sobre el significado que es preciso dar a la expresión de que hubo “química” entre Trump y Putin.
En su relato, el secretario de Estado, Rex Tillerson, aseguró que Trump “presionó” a su homólogo sobre la supuesta injerencia rusa en las elecciones norteamericanas y que Putin exigió “pruebas” de esas afirmaciones.
El canciller ruso, Sergei Lavrov, sin embargo, ofreció una versión diferente: fue Trump, en realidad, quien dijo que en Estados Unidos “algunos medios continúan elucubrando sobre el tema de la injerencia rusa sin poder probarlo”.
Lavrov, uno de los zorros con más mañas que egresaron en la época comunista de la célebre academia diplomática de Moscú, dio otro detalle significativo al decir que Trump había “aceptado” las explicaciones de Putin de que Moscú no influyó en las elecciones estadounidenses. “Trump admitió haber recibido respuestas claras por parte de Putin, quien ha repetido que las acusaciones no son ciertas”, insistió. Tillerson no desmintió esa versión de la entrevista.
Para probar la existencia de la “buena química” entre ambos líderes, pusieron de relieve la amabilidad con que se saludaron frente a la prensa antes de comenzar las conversaciones y la cordialidad de la primera frase pronunciada por Trump: “Es un honor estar con usted”.
Putin, a su vez, le respondió que estaba “encantado de conocerlo personalmente”. Pero, ¿qué otra cosa se podía esperar delante de los fotógrafos y las cámaras de televisión?
A diferencia de la actitud relativamente cooperativa que manifestó sobre la desescalada en Siria, la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado y los ciberataques, Putin actuó con extrema reserva sobre la tensión con Corea del Norte.
“Los rusos ven [esa crisis] muy diferente a nosotros. Las diferencias con Rusia [que tiene actividades económicas con el régimen de Pyongyang] están en las tácticas y el ritmo”, dijo Tillerson. “Vamos a continuar trabajando con ellos para tratar de persuadirlos de la urgencia que vemos nosotros”, precisó el secretario de Estado.
“Vamos a continuar esas discusiones y pedirles que hagan más”, aseguró. La circunspección del comentario muestra, en definitiva, que Rusia no parece dispuesta a respaldar la política de Trump en ese tema explosivo.
Trump y Putin, en cambio, acordaron abrir un “canal bilateral” para abordar el conflicto en Ucrania. La Casa Blanca nombrará en breve un representante especial para Ucrania, que viajará a Moscú para reunirse con su contraparte rusa. Esa decisión, sin embargo, creó desconcierto en la diplomacia de la Unión Europea (UE) porque significa un “puenteo” del acuerdo de Minsk II negociado en 2015 por los dirigentes de Ucrania, Francia, Alemania y Rusia para pacificar la guerra en la región del Donbass.
También el Departamento de Estado toma con inquietud esa decisión que coloca una crisis de primera magnitud en la esfera exclusiva de la Casa Blanca en lo que constituye, al parecer, un nuevo capítulo de la “diplomacia del caos” que practica la administración Trump desde el 20 de enero.