el triple salto mortal de valeria bertuccelli
Una jornada intensa de rodaje, en una tarde fría, en la calle Rivadavia y en el interior del Teatro Liceo, de La reina del miedo, la película con la que la actriz estrena su nuevo rol de directora y guionista y en la que, además, asume el papel protagónic
“No nos une el amor sino la hipotermia”. lo dice Valeria bertuccelli que ahora está abrigada con un camperón y refugiada en la sala del teatro liceo, pero que hace unos minutos estaba haciendo una escena en la calle en la que resultó una de las mañanas más frías del año. Reparada entre las butacas del teatro la actriz se ríe, bromea con el equipo que mira el monitor para ver cómo quedó lo filmado y se prepara para volver a salir. así lo indica la directora y guionista de la película La
reina del miedo. Si a alguien le llama la atención que la actriz se confiese friolenta y aún así esté dispuesta a repetir una y otra vez la secuencia en un vestuario más apropiado para la primavera o el otoño que para el invierno, encontrará la razón cuando, por un momento deja de ser Robertina, la famosa actriz que prepara un misterioso unipersonal en la ficción, para convertirse en Valeria bertuccelli, guionista y directora debutante en cine.
en algún momento entre las conversaciones con su codirectora Fabiana Tiscornia –reconocida asistente de dirección de realizadores como lucrecia Martel, juan josé Campanella, Pablo Trapero y adolfo aristarain, entre otros–, y algún que otro saltito para entrar en calor, bertuccelli dirá que no podía darle el papel que escribió a otra actriz, que no “quería volver loca” a esa otra hipotética intérprete del personaje que ella conoce tan bien. Y, aunque no lo dice, casi se puede adivinar que aplicó la misma lógica a la decisión de ser ella quien se hiciera cargo, junto a Tiscornia, de la dirección.
un triple salto mortal que además producen Rei Cine, Patagonik y Marcelo Tinelli. una aventura de siete semanas de rodaje que incluye varios días en el exterior. un lugar lejano en el que nadie conoce a Robertina, la actriz exitosa con una vida personal problemática. Convocada por un amigo enfermo (diego Velázquez) en medio de las preparación de su espectáculo El tiempo de oro, la mujer en crisis huirá hacia adelante, hacia lo desconocido, dejando atrás a su desconcertado equipo y a su representante, interpretado por Gabriel Goity, pidiéndole que regrese, que de una vez por todas le cuente de qué se trata la obra que nadie leyó y, de paso, explique qué sucedió con su marido (papel a cargo de darío Grandinetti) que podría haberla abandonado.
Todo eso pasará en el desarrollo de La reina del miedo, película chica pero compleja según sus directoras, pero ahora lo que pasa es una escena fundamental para entender al personaje y algo del tono del film que en principio, y como corresponde a un trabajo tan personal, se percibe en la interpretación de bertuccelli.
Robertina ensaya su obra y para ponerla en escena decidió que necesita que ese árbol que languidece en el jardín de su casa forme parte de la escenografía. Nadie sabe por qué pero ella insiste y acá manda ella. allá, en su casa enorme y vacía no sucede lo mismo. Y así se explica el peculiar panorama sobre la calle Rivadavia casi desierta en una de las mañanas más frías del año.
Hay un camión estacionado en la puerta del teatro en cuyas marquesinas se mezclan los anuncios de las obras que de verdad se presentan aquí con la de Robertina y sobre el camión siete hombres que luchan con sogas y poleas para bajar a la vereda al árbol en cuestión. la calle, usualmente repleta de coches y bocinazos, está tranquila. es feriado y la filmación aprovecha al máximo la relativa tranquilidad del centro. Varias cámaras y elementos de iluminación llaman la atención de los pocos transeúntes que observan curiosos y que ante el grito de acción respetan el pedido de silencio y siguen mirando sin mover un músculo lo que sucede ahí adelante.
“Silencio, vamos, acción”, grita el asistente de dirección. Se abren las puertas del teatro, sale disparada Robertina y atrás la sigue parte de su equipo, entre acostumbrados y resignados a su ansiedad. ella quiere saber qué está demorando la llegada de su árbol. ese que parece más muerto que vivo, más ramas que planta. “¿está muy pesado?”, pregunta mientras los siete hombres pelean para contestarle amablemente que “no tanto” pero que no entienden cómo ella puede imaginar que semejante mastodonte vaya a entrar por las puertas de la sala y mucho menos cómo –y por qué–, lograrán colocarlo sobre el escenario.
Claro que antes de que ese diálogo ocurra la escena deja bastante claras algunas cosas: la protagonista no está precisamente en contacto con la realidad ni tiene muy presentes las leyes de la física y ese árbol se le va a caer encima. el tema es cómo. así la escena se rueda una vez y después del corte, bertuccelli corre, más por frío que por apuro, hasta la sala don- de la esperan su abrigo, un calefactor y Tiscornia para mirar juntas la escena que acaban de filmar y decidir qué hacer a continuación. algo de la posición de Marta lubo, la actriz que interpreta a la escenógrafa de Robertina, no convence. deciden repetir la escena, acomodar los micrófonos, una tarea que inspira un sueño futurista y orwelliano de parte del sonidista. “Todos los actores deberían tomarse una pastilla para ya tener in- corporado el receptor del micrófono en el cuerpo. debería ser parte de la descripción de ser actor”, dice inspirado y nadie lo contradice.
Se ve que el frío y el humor delirante de bertuccelli se adueñaron del rodaje. Tal vez todo surgió el día que filmaron la secuencia del ensayo de la obra con el árbol ya al costado del escenario. una imagen evocativa que hace que la actriz y directora juegue con aquello de reemplazar a Platero y yo por Mi árbol y yo, tan obsesionado está su personaje con la planta que dejó un cráter en su jardín. Y que ahora está a punto de caérsele encima, una y otra vez.
“acción”, gritan y las ramas se acercan peligrosamente a la actriz que cuando llega el corte se ríe, bromea con que es su propia doble de riesgo, sumando otro rubro a su ya numerosa lista de tareas, y vuelve a chequear la escena. abrazada a una bolsa de agua caliente y añorando unos geles calientes de bolsillo que utilizan los esquiadores y los actores intrépidos, acuerda con su codirectora en que la última toma quedó muy bien pero que la luz del semáforo molesta un poco y que tal vez, sugiere Tiscornia, si prueban con otro lente se solucionaría el inconveniente. así que ahí van todos para afuera de nuevo. antes se ajustan los detalles del vestuario para que todo esté exactamente igual a como estuvo. “Vos no hacés continuidad, hacés perseverancia”, bromea bertuccelli con la responsable de que su personaje luzca siempre como debe lucir. una parte importante que define a Robertina es su vestuario, ese que durante el rodaje descansa en los camarines del teatro.
Prolijamente colgada y seleccionada, la ropa del personaje refleja su estilo, sobrio, en colores netos y poco estridentes, con formas simples y despojadas. Todo lo contrario de lo que ocurre en el interior de Robertina que, en medio de una crisis existencial de proporciones épicas, emprenderá ese viaje hacia un país en el que no conoce nada, ni siquiera el idioma, un trayecto fisico e íntimo que la cambiará irremediablemente.
en la calle, mientras tanto, el árbol se sigue inclinando peligrosamente sobre la cabeza de la protagonista y los curiosos empiezan a ser más numerosos aunque desde la vereda de enfrente probablemente no entiendan mucho de qué se trata todo el asunto. Y les llame más la atención el posible desastre urbano que la presencia de bertuccelli (sólo cuando llegue su marido, Vicentico, a visitarla algunos se animarán a pedirles una foto), a la que miran sonriendo mientras actúa y salta y casi baila, desabrigada como ninguno de ellos se animaría a estar. algunos toman fotos más por impulso que por otra cosa: el cuadro que enfocan sólo cobrará sentido cuando la película se estrene en diciembre y finalmente
La reina del miedo y su bendito árbol lleguen a la pantalla.