LA NACION

Deslumbrad­os con el casamiento de Messi

- Miguel Espeche El autor es psicólogo y psicoterap­euta @MiguelEspe­che

Se casó Lionel Messi. Lo hizo con su novia de toda la vida, Antonella, y ya todos saben el jaleo que originó la gran ceremonia realiza da en Rosario, la ciudad natal del astro deportivo.

Desfilaron famosos, hablaron modistos y expertos en ceremonial, la alfombra roja se llenó de luces mientras aparecían, uno tras otro, los invitados que competían en brillos, y los que, se notaba, habían requerido gran esmero en su preparació­n. Pulgares para arriba, pulgares para abajo, juicios críticos, elogios, chismes… El foco de la sociedad, aun en plena temporada preelector­al y con graves problemas de todo orden, se remite a los fastos del casamiento del hombre que deslumbra con la pelota, con la chica que le robó el corazón.

El asunto abre la reflexión acerca de por qué un ritual (para algunos vetusto) como el casamiento sigue concitando interés y emoción, sobre todo, cuando lo llevan a cabo personajes significat­ivos de la sociedad.

El número de casamiento­s ha decrecido, la convivenci­a o la lisa y llana soltería aparecen en el paisaje de manera cada vez más asidua, mientras las tasas de divorcio llegan al 50%... aun así la ceremonia del casamiento, ese “sí” dicho frente a Dios o el Estado y que tiene por testigo a la comunidad entera, logra ser significat­ivo y hasta emotivo para muchos, inclusive, para los detractore­s de la cuestión por aquello de que son “sólo papeles” y nada más.

¿Por qué atraen las ceremonias de casamiento aun en un panorama como el antedicho? El fasto ceremonial, en clave de pompa “fashionist­a” o de sencillez de barrio, lleva en sí “algo” que lo hace significat­ivo. Ese “algo” lleva a que la ceremonia del casamiento sea motivo de sueños, temores, ansiedades, afanes, y polémicas, justamente, por la importanci­a simbólica que tiene, desde siempre, la unión de dos personas que se juran amor eterno inaugurand­o una nueva instancia, sea la inauguraci­ón de una familia o una nueva etapa emocional.

El ser humano es un ser simbólico, es decir, es capaz de condensar en ciertos gestos, imágenes, obras y representa­ciones mucho del mundo intangible que lo constituye. Eso es lo que signa la ceremonia del casamiento, que se define como una apuesta fuerte al encuentro de dos personas, en diferentes planos que van desde lo banal a lo sagrado, de acuerdo a las prioridade­s de cada uno. No hablamos de resultados de eternidad garantizad­a ni de que sea la única forma válida de compromiso de pareja, pero sí de una intensidad que no suele lograrse cuando se prescinde de lo ceremonial a la hora de compromete­rse.

En principio, a partir de la ceremonia, el tiempo se divide entre un “antes” y un “después”. En tal sentido, podemos decir que los casamiento­s, así como muchas ceremonias iniciá tic as son ceremonias de coraje( o en ocasiones, de temeridad, como la de Cristian Castro), por aquello de “quemar las naves” de la vida porque, tras ese momento, ya nada será igual.

Los sueños de amor, éxito y prosperida­dque anidan en el inconscien­te colectivo ayudan a tanto interés, así como la linda historia del muchacho leal a su ciudad de origen, a la que volvió para rubricar su amor. Habitar por un momento (aunque sea espiando por el ojo de la cerradura) ese estado de perfección cuasi literaria, olvidar los pesares de la vida, recordar que las cosas se gastan, pero también nacen o renacen… todo eso cifra un casamiento brillante. Es un tiempo extraordin­ario, fuera de lo cotidiano. Para bien o para mal, un tiempo para atisbar alguna trascenden­cia y reencantar, por un rato al menos, esa vida que se ha vuelto, quizás, demasiado opaca.

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