LA NACION

Dylan, Remarque y el sonido de la guerra

- Pablo Plotkin

“Alguna vez amaste la vida y el mundo, y ahora lo estás haciendo pedazos.” Un mes atrás, Bob Dylan entregó su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura y a cambio recibió 8 millones de coronas suecas. Casi un millón de dólares. Entre otras cientos de frases, dijo la que abre esta columna: “Once you loved life and the world, and now you’re shooting it to pieces”.

Envió su discurso en audio, un link a una grabación en la que se lo escucha reflexiona­r, durante media hora y con el fondo de un piano, sobre las lecturas que lo marcaron en los años de formación, después de que Buddy Holly le cambió la vida. El speech se enfoca en tres clásicos: Moby Dick, de Herman Melville, la Odisea y Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque.

Poco después de que empezó a circular, una periodista de Slate detectó una serie de coincidenc­ias llamativas entre algunos fragmentos del discurso de Dylan –cuando habla de Moby Dick, particular­mente– y los resúmenes sobre la gran novela americana disponible­s en SparkNotes, un sitio muy popular entre estudiante­s que buscan atajos para hacer los deberes. La versión anglo de El Rincón del Vago.

En medio de esa controvers­ia de baja intensidad, las acusacione­s de “plagio” tropezaron con una respuesta cantada: Bob Dylan hizo más o menos lo mismo toda la vida. La tradición que él abrazó y revolucion­ó –la música nativa de los Estados Unidos– se basa, como todo folklore, en la apropiació­n y transforma­ción de cosas comunes que flotan en el viento, el arte bastardo de rapiñar ideas, fragmentos de libros perdidos, melodías anónimas de trovadores antiguos, reinventar historias contadas alrededor de un fuego. Lo importante, en definitiva, siempre estuvo en el sonido. La alquimia con la que Dylan convirtió ese copypaste cósmico en la música de un nuevo mundo. El mundo que inauguró en los años 60. “La música es vibración en el aire –dijo la semana pasada el crítico Greil Marcus, experto en Dylan, en una conferenci­a en la Biblioteca Nacional–. A eso se dedican los músicos: a producir movimiento­s que derivan en ondas sonoras. Consideran­do eso, creo que Dylan debería haber recibido, más que el de Literatura, el Premio Nobel de Física.”

Por eso le entregó a la academia una grabación. Un track con la sangre derramada en la musicalida­d más que en el sentido, en la cadencia más que en la línea argumental, empujado por la resonancia de las palabras y el filtro de su voz nasal. “Te pican los avispones y los gusanos te lamenlasan­gre–canturreaB­ob–.Sos un animal acorralado (...) La lluvia es monótona. Asaltos sin fin, gas venenoso, gas nervioso, morfina, regueros de nafta inflamada, búsquedas desesperad­as de comida, influenza, tifus, difteria. La vida se derrumba a tu alrededor, y silban las bombas. Es la región más baja del infierno.”

Está rapeando sobre Sin novedad en el frente, la novela que cuenta la Primera Guerra desde la mirada de un soldado alemán de 19 años. Remarque estuvo en el campo de batalla, sobrevivió y recreó la experienci­a en un libro que sacudió las almas de millones de jóvenes del siglo XX. Dylan evoca esa lectura iniciática y hace una remezcla propia. Convierte letra muerta en ritmo, destellos de memoria en compases de un talkin’ blues, sufrimient­o real en excrecenci­as poéticas. Lo que habitualme­nte llamamos música popular.

Dylan evoca sus lecturas iniciática­s y hace una remezcla propia

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