LA NACION

Ojos y oídos atentos para los auténticos hombres de campo

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El Martín Fierro es el fruto de la imaginació­n y de la experienci­a que logró José Hernández con su vida gauchesca y trajinada por los campos de las provincias donde vivió: Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires. Sus actividade­s fueron tan variadas como pocos escritores las tuvieron: fue estanciero, soldado, taquígrafo, periodista, profesor de gramática, agente de compra y venta de campos, librero, tenedor de libros, senador y vagamente militar en las discordias civiles de la época; así lo describe Borges en uno de los tantos prólogos que dedicó al Martín

Fierro. Pero su corazón estaba con los hombres de la tierra.

Él pudo departir con altas personalid­ades lo mismo que conversar mano a mano con los gauchos. Iba al mercado y hacía hablar a los viejos paisanos de sus recuerdos del campo, anécdotas que él acumulaba y que darán fruto en la obra que aun no se propone. Lo autóctono, lo profundame­nte tradiciona­l del campo argentino lo atraen con una fuerza que luego demostrara en el Martín Fierro.

José Hernández nació en la chacra de Perdriel, actual partido de San Martín, en 1834. La chacra era propiedad de los Pueyrredón; su madre, Isabel Pueyrredón, la compartía con su hermana Victoria, que fue la que crió al niño José tras la muerte prematura de su madre. Rafael Hernández, su padre, se dedicaba a las tareas del campo, acopiaba frutos del país y compraba y vendía cueros, arreaba ganado de las estancias, y es probable que José desde muy niño lo acompañara en esas tareas. Desde los 12 años, José conoce el campo auténtico cerca del desierto, convive con los gauchos y sus rudas tareas, observa cómo hablan, cómo cantan, oye sus penurias y sus alegrías. Aprende

a jinetear, bolear, enlazar, y a trabajar de sol a sol junto a los peones. Fruto de estas experienci­as es que escribe en 1881 Instruccio­nes del Estanciero.

Ya hombre, por razones políticas, debe exiliarse en Brasil. En 1871 regresa en momentos en que la fiebre amarilla azota a Buenos Aires.

Decide instalarse en el Hotel Argentino de Buenos Aires, en la calle Rivadavia y 25 de Mayo y no salir de él, está escribiend­o su obra máxima: el Martín

Fierro. Lo rodean la soledad y el silencio para recrear la belleza y la serenidad del campo argentino. Dicen que escribía entre mate y mate y un cigarrillo negro temblaba en su boca, sin libros ni apuntes dejando brotar las coplas del fondo de sus recuerdos.

El Martín Fierro señala la culminació­n del género gauchesco. Fue compuesta en dos partes: El gaucho Martín Fierro, de 1872, y la Vuelta de Martín Fierro, en 1879, se conocen como la Ida y la Vuelta.

José Hernández reconoce que el poema tiene una intenciona­lidad social y crítica. Una famosa carta a su amigo Zoilo Miguens dice: “No le niegue su protección a la obra usted que conoce bien todos los abusos y todas las desgracias de esa clase desheredad­a de nuestro país”.

El éxito de la obra fue inmediato y se recuerda como ejemplo el pedido de un pulpero a su proveedor: “Diez gruesas de cajas de fósforos, una barrica de cerveza, cajas de sardinas, y doce ejemplares de La Vuelta de Martín

Fierro”. Era la primera vez que un libro se convertía en mercancía de interés campestre…..

En enero de 1873, un aviso aparecido en tres diarios: la nacion, La Tribuna y La Pampa anunciaban: :

“Martín Fierro, poesías gauchescas por José Hernández. Precio 10 pesos, se vende en la imprenta La Pampa.

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José Hernández, autor del Martín Fierro

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