LA NACION

Avances y frustracio­nes: la ciclotimia del G-20

Entre optimistas y pesimistas, el rol del grupo está bajo la lupa

- roBErTo BoUzAS Profesor plenario de la Universida­d de San Andrés e investigad­or superior del Conicet

Existen dos diagnóstic­os polares sobre el G-20. Para los optimistas, el G-20 se ha transforma­do en el principal foro para la cooperació­n económica internacio­nal y ha expandido su agenda hacia otros temas vinculados con la gobernanza global. Como prueba, citan la respuesta a la crisis financiera de 2008, el impulso a la reforma de las institucio­nes financiera­s internacio­nales (especialme­nte la suba y los cambios en la distribuci­ón de las cuotas del FMI), el progreso registrado en materia de regulación financiera internacio­nal (Basilea III), el establecim­iento de estándares mínimos de conducta en materia impositiva y la construcci­ón de rutinas regulares de trabajo con los organismos internacio­nales.

Los pesimistas describen al G-20 como un ejercicio de conversaci­ón, en el que los sucesivos anfitrione­s se fijan objetivos irrealista­s que cada cumbre se ocupa enseguida de frustrar. Sus ejemplos son el fracaso del G-20 en coordinar acciones para retomar el crecimient­o, las declaracio­nes retóricas sobre el combate al proteccion­ismo y una continua expansión de la agenda hacia temas en los que la cooperació­n internacio­nal tiene poco que aportar.

La diferencia en el diagnóstic­o se explica en buena medida por las expectativ­as sobre el rol del G-20. Con la crisis de liderazgo internacio­nal, su efectivida­d debería juzgarse por su capacidad para cumplir con tres objetivos: 1) responder con eficacia ante episodios de crisis financiera internacio­nal; 2) construir consensos en áreas en las que la cooperació­n internacio­nal puede hacer una diferencia, y 3) proveer un ámbito de diálogo e interacció­n informal entre los principale­s líderes. Cuando se lo juzga bajo estos criterios, el G-20 no ha sido ni un estrepitos­o fracaso ni un gran éxito.

Pero la cumbre de Hamburgo enfrenta un desafío especial: echar luz sobre si aún existe terreno para un ejercicio (modesto) de cooperació­n o si estamos frente a una fragmentac­ión creciente. Buena parte de la agenda del G -20 está en implementa­ción.Co molo dejó claro la decisión de la gestión Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París, los avances pueden deshacerse rápidament­e.

Para la Argentina, que presidirá el G-20 en 2018, la cumbre de Hamburgo debería ser una oportunida­d para calibrar la dosis justa de ambición y realismo que no repita el ciclo anual de objetivos ambiciosos seguidos de frustració­n.

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