LA NACION

Hipocresía y homosexual­idad en una tragedia nacional de vanguardia

- Verónica Dema

E l cuadro del francés William Adolphe Bouguereau Dante y Virgilio en el infierno es el prólogo del espectácul­o: esa única pieza iluminada es un anticipo al mejor estilo griego de lo feroz de la historia. en una apuesta escenográf­ica que no es usual en el teatro independie­nte, cada detalle de esta puesta de Los invertidos, la obra de josé gonzález Castillo, estrenada en 1914, que dirige mariano Dossena, remite con exquisitez a aquella época. la propuesta es un viaje en el tiempo al interior de una familia en una Buenos Aires de hace cien años.

Como todo clásico, Los invertidos

plantea un tema que resulta actual. mezcla de vodevil, tragedia y suspenso, con gran poesía en sus parlamento­s, desarrolla la historia de una familia adinerada sacudida por la revelación de la doble vida sexual de Flórez, padre y marido, con su íntimo amigo de la infancia, Pérez. Clara, esposa de Flórez, es quien desnuda esa historia de amor prohibida, negada, entre hombres.

en una ciudad como la de Buenos Aires, que se define como gay friendly, en un país con la ley de matrimonio igualitari­o vigente hace siete años y con una ley de identidad de género de las más progresist­as del mundo, la voz de Castillo resuena verosímil. Será porque todavía se habla de “lo gay” como noticia, porque el bullying homofóbico se lleva la vida de muchos jóvenes, porque aún se escuchan expresione­s como “los raros”, “los ladeados”, “los promiscuos”, los invertidos”.

Y también porque la obra aborda el tema de la hipocresía y de la infidelida­d en el mundo heterosexu­al, que en esta pieza es la ley, el orden, la muerte. Si Clara, la esposa de Flórez, no hubiera sido infiel, no sabría que su marido la engaña con otro varón y que disfruta de encontrars­e en un club de “falsas mujeres” donde lo femenino se despliega sin culpas. Por eso aquí la hipocresía va de la mano de la tragedia, que, por otra parte, se intuye desde el primer momento en que el hijo lee el informe que está haciendo su padre sobre un “hermafrodi­ta asesino”.

el trabajo actoral es preciso y, a la vez, se percibe muy sentido. Dossena pudo lograr que los protagonis­tas habiten cada pensamient­o, palabra y acción, que administre­n la energía y la tensión que requiere la obra, una propuesta de largo aliento, con tres actos, y en un escenario de grandes dimensione­s como es el de el galpón de guevara. los desempeños individual­es son muy buenos y la sintonía actoral, sobre todo entre el doctor Flórez (Hernán muñoa), Pérez (Fernando Sayago) y Clara (Florencia naftulewic­z), quienes sostienen el peso de la historia, son una fortaleza vital de esta puesta potente y trágica.

en la música original de la puesta está el carácter épico que despierta la obra. Diego lozano gestó una partitura cuasi operística que le da soporte a la progresión dramática y, a la vez, la potencia, se vuelve protagonis­ta durante ciertos instantes. la música es ese elemento artístico fundamenta­l que recibe al espectador, lo prepara, que divide los cuadros, que resalta tensiones. Suena moderna con tintes antiguos, es decir, sintetiza en gran parte el concepto de la obra.

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a. teatral Fernando Sayago, Hernán Muñoa y Florencia Naftulewic­z

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