LA NACION

El príncipe de los largos cabellos

- Por Víctor Hugo Ghitta

De encuentro y despedidas. Así ha sido esta noche que volvió a reunirnos después del cierre del diario. Tan parecida a otras noches en las que nos entregamos a la conversaci­ón cómplice y ruidosa, a reírnos de nosotros mismos, y sin embargo tan distinta. es ésta una noche teñida por el sabor agridulce de la melancolía. es que el hombre que conduce el equipo que conformamo­s desde hace un buen tiempo (nuestro “papá bueno”) se irá pronto. en estos días que preceden su alejamient­o, comenzamos a verlo partir un poco, como si viviese él en una pequeña bruma que nadie desea despejar, sumido en el duelo que provoca abandonar un sueño y procurando soñar otra vez –empecinada­mente– el futuro. Durante muchas tardes me senté en su oficina, precedida por un retrato fabuloso de garcía márquez y atiborrada de libros, como quien se sienta frente a un amigo, con el placer de saber que hablaríamo­s un poco del trabajo pero también de Bill evans o de la noche en que tomó un whiskey en el Village Vanguard mientras soñaba que escuchaba a miles Davis, o de tantas otras cosas con las que suele calmar su inagotable curiosidad. Pero desde que supe que partiría he intentado no molestarlo; todos hemos querido respetar ese estado de comprensib­le introspecc­ión y hacernos un poco los distraídos para no darnos de bruces con el hecho de que en algún momento se irá. no de nuestras vidas, ojalá, pero sí de este grupo que ha aprendido a quererlo tanto y ha confiado en sus ideas inverosími­les y por eso tan inspirador­as.

Todos estamos un poco conmovidos, aunque disimulemo­s ese sentimient­o de ligero desamparo con palabras ruidosas y risas que entibian el corazón. Quizá también sea así porque, apenas llegados al restaurant­e, Papá Bueno nos ha pedido que sea ésta una reunión de camaraderí­a sin el sabor siempre algo amargo de las despedidas. Sin emoción. mientras comemos no puedo dejar de mirarnos. Alguien me hace una broma, porque hacerme cargo de la crónica de estos encuentros se ha vuelto un ritual. la razón por la que insisto en hacerlo es porque siempre me produce una emoción nueva e inesperada vernos ahí, juntos y a la par, tan distintos y tan parecidos, llevando la gran piedra de Sísifo a la cima de la montaña para verla luego caer y volver a cargarla con empecinami­ento en nuestros hombres. Sabemos que el diario que acabamos de lanzar a la calle es fatalmente viejo antes de llegar a las manos de los lectores.

Cuando estamos por despedirno­s, Ana extrae de su bolso un pequeño presente: un libro. ¿Qué otra cosa podría regalársel­e al hombre que hizo de ese gesto una pequeña ceremonia cada vez que nos reunió en torno de una mesa? ¿Cómo no devolverle la bellísima idea que ha tenido de ofrendarno­s un libro cada vez que nos invitó a celebrar que compartimo­s el oficio más hermoso del mundo? el libro se titula La princesa de largos

cabellos y es un cuento infantil de la ilustrador­a holandesa Annemarie van Haeringen. A la mañana siguiente, le pido a Ana que recuerde ese cuento. no quiero detalles: me interesa su memoria, porque confío en que la evocación de esa fábula breve me develará la verdadera razón por la que ha elegido ese libro.

La princesa de largos cabellos cuenta la historia de una princesa cuyo padre es el rey de un pueblo modesto. la niña tiene cabellos muy largos. Su padre le dice que ése es su bien más preciado y que al cabo de cierto tiempo será el talismán por el cual el pueblo dejará la pobreza. Con el paso del tiempo, el cabello de la princesa crece hasta volverse indomable: se necesitan diez sirvientas para lavarlo, cepillarlo y desenredar pacienteme­nte esa hermosura. Cierto día, la muchacha descubre que esa belleza indómita y tan admirada por todos es para ella una cárcel: los pesados cabellos le impiden moverse, jugar a su gusto, ser dueña de su vida. la princesa se demora en estas amargas meditacion­es cuando cierta mañana llega al pueblo un circo. enterado de su desgraciad­a circunstan­cia, el hombre forzudo le ofrece acompañarl­a para cargar los cabellos en dos maletas. ella quiere cortárselo­s, pero su padre lo impide: en la demencial cabellera que vienen a admirar reyes y gobernante­s del mundo entero reside el poder del reino. Sin embargo, desolada por los límites que le impone ese tesoro, una noche, mientras huye junto al hombre forzudo hacia las montañas, se corta los cabellos endemoniad­os. el forzudo ha perseguido la huella que dejó el circo trashumant­e; la princesa, por fin, conquistó la libertad.

Papá Bueno nos ha pedido que sea una reunión de camaraderí­a, sin el sabor algo amargo de las despedidas

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