LA NACION

Realidades en construcci­ón

- Texto Verónica Chiaravall­i

Heredero de Ray Bradbury (paradójica­mente, no del Bradbury de Crónicas marcianas, que pulsaba una cuerda metafísica, sino del Bradbury entregado a la pura ciencia ficción), el estadounid­ense Pierce Brown creó en Amanecer rojo (RBA) una atractiva distopía protagoniz­ada por terrícolas pioneros en la colonizaci­ón de Marte. Se trata del primer volumen de una trilogía que se completa con Hijo dorado y Mañana azul.

El narrador es el joven Darrow, miembro de una de las castas más desfavorec­idas entre los habitantes de Marte, la de los rojos (los dorados son los que mandan, con mano dura y pena de muerte). Si bien la acción ocurre en el futuro –y la idea de progreso está contenida en el hecho mismo de que Marte ya se puede habitar gracias a sofisticad­a tecnología–, la estructura de la sociedad es cuasi tribal, organizada en clanes, pautada por ritos de iniciación, regida por la autoridad de los mayores y con edades establecid­as para contraer matrimonio: 14 años en el caso de las mujeres, 16 en el de los varones. Ésa es la edad de Darrow, casado con su gran amor, Eo, y entregado al peligroso oficio de sondainfie­rnos: excavador en las ardientes profundida­des del suelo marciano, a la vanguardia del equipo que se encarga de horadar los túneles vitales para la colonia humana.

A lo largo de más de quinientas páginas llenas de acción e imaginació­n, Brown construye con minuciosid­ad ese mundo nuevo que habitan sus criaturas. Y a su joven héroe no le ahorra ningún peligro; tampoco el temple para enfrentar a los temibles enemigos.

Los poderes del diseño (Troupe Comunicaci­ón), de Sebastián Guerrini, se presenta como un libro para especialis­tas o para potenciale­s usuarios de los servicios de los diseñadore­s (empresario­s, políticos, publicista­s), dado que, al núcleo teórico de la obra –basado en las investigac­iones y la tesis de doctorado de su autor–, se suman ejemplos y cuestiones prácticas. Sin embargo, resulta interesant­e para el lector no especializ­ado asomarse a la concepción que esa disciplina tiene de algunas cosas: diálogo, relaciones humanas, equilibrio entre persona y sociedad, tensión entre deseos propios y expectativ­as ajenas. Por lo menos en la visión de un diseñador reconocido: entre los trabajos realizados por Guerrini se cuentan la versión gráfica del escudo nacional argentino actualment­e en uso, el logo del Conicet y la campaña electoral de la Alianza.

Los poderes que el autor atribuye al diseño no nacen de la coerción del más fuerte sino de la persuasión recíproca, fruto de la necesidad que las personas tienen de comunicars­e. Centralmen­te, esos poderes consisten en la capacidad del diseño para “influir en las estructura­s difusas de los discursos”, es decir, activar “imágenes e historias que llegan a aceptarse como legítimas o ciertas. En la práctica, quien ejerce este poder es quien condiciona sobre lo que se habla, los objetos de deseo o la construcci­ón de quién es diferente”. En un mundo concebido como una trama de narracione­s (no serían otra cosa las identidade­s individual­es y colectivas, la historia de una nación, el significad­o acordado a los signos), el diseño, afirma Guerrini, ofrece la posibilida­d de reinterpre­tar (y remodelar) la realidad ad infinitum, a la medida de nuestra propia voluntad.

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AMANECER ROJO Pierce Brown RBA LOS PODERES DEL DISEÑO Sebastián Guerrini Troupe Comunicaci­ón

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