LA NACION

Vamos a la ruta, de Los Angeles a San Francisco

- Por Gastón ibarra

Cuando uno piensa en Estados Unidos rápidament­e se le viene a la cabeza un enorme shopping con precios accesibles, un impresiona­nte parque de diversione­s o quizás simplement­e hamburgues­as y comida chatarra. Pero hay otra Norteaméri­ca. Natural, relajada y simple.

Tomar el auto y perderse por la ruta 1 en California (a orillas del océano Pacífico) es un placer incomparab­le con un2x 1 en camisas,una montaña rusa o un cuarto de libra con queso.

A lo largo de 500 kilómetros podrán transporta­rse a un pueblito europeo de 1910, visitar un castillo de la Edad Media, escuchar los alaridos de lobos marinos a escasos metros, caminar sobre la arena blanca de una paradisíac­a playa o comprarle limonada a una pequeña en la avenida principal de una ciudad de un puñado de habitantes.

Aclaración importante: cuando digo 500 km, no me refiero al típico viaje entre Capital y Mar del Plata, donde uno se detiene a comprar medialunas y a lo sumo a ir al baño. El viaje por la Costa Oeste yanki esa distancia puede llevarnos dos o tres días. El recorrido puede ser Los Angeles-San Francisco o viceversa.

Nosotros comenzamos desde el sur. Dejamos atrás la popular Santa Mónica (playa de LA) y la primera pausa fue Santa Bárbara. Un pintoresco pueblo de impronta mexicana con un muelle sobre el mar, digno de cuadro de living.

En la segunda parada retrocedim­os 100 años y nos de tuvimos en Solvang. Es una acogedora localidad de marcado origen danés, donde los molinos, las casitas y la amabilidad de los vecinos nos hicieron sentir en otro momento de la historia. Allí degustamos una clásica salchicha blanca y unos chocolates, también, para la historia.

Luego, de nuevo a la ruta. Un encanto en sí mismo: palmeras, viñedos, precipicio­s, mar, flores y faros acompañan un andar que no dan ganas de llegar a destino.

A mitad de camino, se recomienda descansar en San Luis Obispo. Ahí hicimos noche en uno de esos tradiciona­les moteles de película. Dos pisos, poco lujo, mucha calidez. Llegamos a esa localidad por la tarde/noche, justo cuando comenzaba una feria en la calle principal. Jamás olvidaremo­s el sabor de ese choclo con manteca que nos sirvió una vecina que había montado su pues tito. Tampoco los shows de baile de las niñas del barrio.

Al día siguiente, de vuelta ala ruta 1. Después de decenas deparadas para sacarnos fotos y apreciar paisajes diametralm­ente opuestos a un shopping o un parque de diversione­s, arribamos a Carmel by the Sea. Pintoresca aldea de estilo europeo que cuenta con la particular­idad de haber tenido como alcalde a la estrella de cine Clint Eastwood entre 1986 y 1988. Lugar que eligió por su calma, su hermosa playa de arena blanca y por su semejanza con un cuento de hadas.

Unos kilómetros más al norte, finalmente llegamos a San Francisco. Ciudad que merece un texto aparte.

En definitiva, este romántico recorrido en la Costa Oeste california na nos enseña muchas cosas. Una de ellas es que hay otro Estados Unidos al que solemos escuchar, mucho más calmo y reflexivo. Donde las ansiedades urbanas son contrastad­as por un horizonte crocante. También entendimos que es lindo llegar, pero a veces puede ser infinitame­nte más placentero disfrutar el camino.

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