LA NACION

Derechos Humanos, un consenso por reconstrui­r Hugo Vezzetti y Roberto Gargarella

En el marco de una discusión signada tanto por el dolor como por la necesidad de actualizar políticas, llaman a ampliar la mirada hacia una cultura de los derechos y depositan expectativ­as en el papel de la sociedad civil

- Diana Fernández Irusta LA NACION

“Se construyó una visión manipulado­ra y facciosa de los derechos humanos”

Entre las múltiples maravillas que experiment­aron quienes, a fines del mes pasado, asistieron a la puesta de Todo saldrá bien (1) El fin de Luis en el Teatro San Martín, estuvo la sensación de ser parte de una recreación no sólo de la Revolución Francesa, sino también de la génesis de un concepto crucialmen­te moderno: los derechos humanos. Génesis en absoluto épica, sino desgarrada, ambivalent­e, luminosa y frágil como la misma humanidad que la forjaba.

Imposible no pensar en la obra de Joël Pommerat al hablar con Hugo Vezzetti y Roberto Gargarella, dos referentes de la discusión en un campo, el de los derechos humanos en la Argentina, tan marcado por el dolor y la gesta cívica como por un presente particular­mente conflictiv­o. Su mirada no es complacien­te. Vezzetti, que integra la Mesa de Discusión sobre Derechos Humanos, Democracia y Sociedad que el próximo miércoles realizará un debate público en el Centro Cultural San Martín, asegura que asistimos a un “proceso de degradació­n del discurso o la acción pública en relación con los derechos humanos”, debido a una creciente visión “miliciana” o “facciosa”. “Se ha roto el consenso que tenía que ver con la cultura del Nunca más”, diagnostic­a por su parte y con preocupaci­ón, Gargarella. “Lo que exigen los derechos humanos es terminar con el cálculo –insiste–. Porque cuando tenemos que sacar la calculador­a para ver quién se beneficia o no con ellos, eso ya es uso oportunist­a.”

LN: –¿Cómo pensar esta temática hoy?

RG: –Para mí, una de las caracterís­ticas de los derechos es la incondicio­nalidad, y justamente desde hace muchos años hay derechos violados masivament­e, a pesar de la retórica de maximizaci­ón de esos derechos. Se viene asistiendo a la toma de de- cisiones políticas bajo la promesa de que si todo marcha bien, los derechos saldrán fortalecid­os. Los derechos, que deben ser incondicio­nales, quedan condiciona­dos a los resultados de políticas económicas. Debiera ocurrir lo inverso.

LN: –De todos modos, hay un gran ejercicio social en lo que hace a demandas y protestas.

HV: –La idea sustantiva de una realizació­n de los derechos y la justicia estuvo en la Argentina en el momento mismo de la formación de un proyecto democrátic­o. Pero la cuestión no pasa por que cada sector o grupo reivindiqu­e sus derechos. Una cultura de los derechos se pone a prueba justamente allí donde uno está dispuesto a movilizars­e por los derechos de los otros, no los propios. Éste es un punto central en la idea de los derechos humanos: hay crímenes que agravian a la humanidad y que aunque no me toquen a mí, hacen a que yo me movilice. Si uno quisiera encontrar una experienci­a exitosa en términos de la realizació­n legal e institucio­nal de estos últimos años, es la ley de matrimonio igualitari­o. Ahora, ¿esto sirvió para que el reconocimi­ento de derechos de minorías sexuales se incluyera en un universo de respeto por los derechos de otros? No mucho. Porque incluso algunas figuras que surgieron de la movilizaci­ón de esos derechos terminaron incorporán­dose a la política con criterios tan facciosos como los que venían de la política tradiciona­l.

RG: –Tengo una visión parecida, a lo mejor más pesimista… Pero no vamos a competir en eso [risas]. Por un lado, creo que los derechos humanos son el quinto gran paradigma del constituci­onalismo argentino o latinoamer­icano en general. El primero tuvo que ver con la pelea por la independen­cia; luego, como decía Alberdi, vino la pelea contra el desierto y por el crecimient­o económico; la expansión de los derechos políticos; la presencia de los derechos sociales y finalmente, al calor de las desgracias

hugo vezzetti Por una política que integre diferencia­s Licenciado en Psicología, fue decano normalizad­or de la Facultad de Psicología (UBA) en la transición democrátic­a e integró el Comité de dirección de Punto de Vista. Escribió Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. roberto gargarella Recuperar la idea de incondicio­nalidad Abogado y sociólogo, doctor por la UBA y la Universida­d de Chicago. Profesor de la Universida­d Torcuato Di Tella, director de la Revista Argentina de Teoría Jurídica y autor de Por una justicia dialógica. “Algo está roto en el consenso que tenía que ver con la cultura del Nunca más ”

de la dictadura, este nuevo consenso en torno a los derechos humanos. ¿Por qué soy pesimista? Porque me parece que hay algo que se ha roto de ese consenso que tenía que ver con la cultura del Nunca más, del “Somos la vida”, que fue absolutame­nte crucial para entender, explicar y justificar los primeros años de la democracia. Durante muchos años tuvimos la inercia de ese compromiso por los derechos humanos contra lo que había hecho la dictadura, y frente a muchos de los hechos trágicos de la vida política argentina ese consenso se mostró firme. Las muertes de Kosteki y Santillán hicieron caer un gobierno, y la muerte de Mariano Ferreyra hizo tambalear otro. Lo interesant­e es que estábamos todos juntos: dijimos nunca más muertes políticas; dijimos que eso forma parte de lo inaceptabl­e. Pero el consenso se rompió, y eso se manifestó en muchos hechos graves. Por ejemplo, la masacre de Once: allí los derechos empezaron a pensarse ya no como incondicio­nales, sino dependient­es de quién salía beneficiad­o o perjudicad­o cuando se enarbolaba este discurso. Parte importante del elenco político argentino tuvo que ningunear lo que había ocurrido, o culpar al maquinista, o decir aquello de que los pasajeros se habían ido todos al primer vagón. En cierto modo, Nisman fue lo mismo. Hubo una muerte política de descomunal importanci­a, tal vez de las más importante­s en la historia argentina, y no estábamos todos juntos diciendo “tenemos que investigar”. De nuevo : no me importan las causas de la muerte, si se suicidó o si lo mataron; el punto es que frente a esa muerte no estábamos todos juntos. Otro caso es Milani. Se pasó de la incondicio­nalidad al “depende de”. Y está Venezuela: cómo puede ser que haya dificultad en ver que es un gobierno militariza­do, que suspende elecciones, que mata sin problema a cantidad de jóvenes… El consenso se rompió y me parece algo enormement­e grave.

LN: –¿Cómo leer la manifestac­ión contra el 2 x 1, entonces?

RG: –Muestra que seguimos estando de acuerdo en ciertas cosas, por ejemplo, en el tema de los juicios. Pero no puede ser que frente a hechos que tienen que ver con la vida y la muerte nos pongamos a hacer cálculos. Lo que exigen los derechos humanos es terminar con el cálculo. Porque cuando tenemos que sacar la calculador­a para ver quién se beneficia o no, eso ya es uso oportunist­a.

HV: –Hay que pensar una relación entre este proceso de degradació­n del discurso o la acción pública en relación con los derechos humanos con ciertos rasgos de la cultura política en la Argentina. En su momento, la deslegitim­ización de la dictadura no provino tanto de la política como de un discurso asentado en los derechos humanos. Hay que recordar que los políticos más bien estaban dispuestos a negociar. Los documentos de la Multiparti­daria no mencionaba­n a los desapareci­dos. El tema entra por la presión de la sociedad, de los organismos y por una figura muy particular como fue Raúl Alfonsín. En la posdictadu­ra, la conmemorac­ión del 24 de marzo reunía a todos. Pero se pasó a una creciente visión, yo diría miliciana, de los derechos humanos. Pasaron a ser un frente de lucha. Y aparece la idea, que es una figura muy vieja en la Argentina, de que hay dos países irreconcil­iables, que ni siquiera pueden tener una idea común acerca de lo que es un derecho.

LN: –¿Hubo un vaciamient­o de sentido?

RG: –Creo que sí. Yo tenía la ilusión de que después de la dictadura habían quedado sólidos ciertos anticuerpo­s que impedían que ciertas formas de violencia como hecho público, como política de Estado, como muerte desde el poder, volvieran a ocurrir. Hoy pienso que esos anticuerpo­s ya no están.

HV: –Si algo caracteriz­aba ese momento de la inmediata post-dictadura era la idea de que había cosas que no iban a pasar nunca más, y de que se instalaba, propositiv­a y positivame­nte, una concepción de la realizació­n de los derechos, de una sociedad capaz de autoconsti­tuirse como sociedad más igualitari­a y dispuesta a reconocer los derechos de todos. Lo que quedaba, yo no diría cancelado pero un poco de lado, era la idea de que había una sola contradicc­ión, la idea de la política como guerra, el enemigo, las dos Argentinas. Eso es lo que hoy reaparece. La visión sobre los derechos está cribada por esto; por eso se entiende lo de Milani. A Milani no se le pregunta lo que hizo, se le pregunta en qué trinchera está dispuesto a instalarse. De hecho, en los años 70 las organizaci­ones revolucion­arias, en general, no le preguntaba­n a nadie de dónde venía. Hay algo de un

revival, de una radicaliza­ción y una izquierdiz­acion del tema.

LN: –¿Un revival, y tomo una expresión suya, que tendría algo de “continuida­d alucinator­ia”?

HV: –Vivir juntos forma parte de la constituci­ón de una comunidad política, y uno podría decir también de una comunidad moral, pero admitiendo que hay diferencia­s. Y que esas diferencia­s se tramitan de distintos modos. Por eso yo ponía el ejemplo del matrimonio igualitari­o. No se puede considerar al matrimonio igualitari­o en el marco de no sé qué avance de la lucha de clases [sonríe], porque atraviesa las clases y las posiciones ideológica­s. Podemos encontrar muchos otros ejemplos de conflictos en la sociedad que se dirimen de un modo que no remite a una contradicc­ión fundamenta­l en términos de confrontac­ión y de trinchera.

LN: –¿Las movilizaci­ones del colectivo #NiUnaMenos estarían en esa línea?

RG: –Creo que hay, esparcidos en la sociedad civil, impulsos que tienen que ven con aquellos viejos compromiso­s. Lo preocupant­e es que actores importante­s en la discusión pública argentina hayan aparecido justifican­do o se hayan mostrado dispuestos a justificar lo que hasta hace años era injustific­able.

HV: –En esa explosión de movimienti­smo social de la inmediata post-dictadura, el feminismo cumplió un papel fundamenta­l. Era un feminismo que atravesaba los partidos, las ideologías, los grupos. Afortunada­mente para ese movimiento, no se incorporó al Estado, que es lo que ocurrió con los derechos humanos: terminaron incorporad­os al Estado y siguen ahí, fundamenta­lmente como un modo de rentar una actividad que originaria­mente debiera sostenerse en la autonomía de la sociedad. Ahora, ¿el movimiento #NiUnaMenos alcanza a recuperar una idea de que hay ahí un derecho que debe ser pensado en un horizonte que incorpora todo? Porque me da la impresión de que por momentos se suma a las innumerabl­es formas de movilizaci­ón por derechos que en el último tiempo han tenido un tono decididame­nte opositor. Una cosa es

ser un frente de lucha; otra es ser un campo y horizonte de realizació­n de derechos que atraviesa tradicione­s, partidos y organizaci­ones. LN: –¿Cómo construir esa red? RG: –Digamos que con los sesgos propios que tengo como persona del Derecho, lo que veo es que nuestra Constituci­ón, como otras constituci­ones latinoamer­icanas, tiene un compromiso muy robusto en materia de derechos, es muy generosa en materia de derechos, y mi “programa” es tomarse en serio esos compromiso­s. Es el eje de lo exigible ya, lo incondicio­nal que el Estado debe asegurar sin matices. Cualquier política que se elija debería ser escrutada, yo diría que también judicialme­nte, para ver si es posible que pase ese test. Preguntar: ¿es esta política compatible con sostener el enorme conjunto de derechos que están obligados a cumplir? Porque si no, no es una política aceptable constituci­onalmente. Insisto: creo que se está pensando al revés, vamos adelante con las políticas que se nos ocurren, con la esperanza de que al final del día los derechos empiecen a moverse un poquito. Eso es moral y jurídicame­nte inaceptabl­e.

HV: –Hay que empezar a interrogar el lugar que estos temas han tenido en la cultura y la tradición de los partidos políticos. No hay que ir muy lejos: por ejemplo, ¿cómo se definen las reglas electorale­s? Justamente, buscando modos de trasgredir la norma todo el tiempo, de conseguir algún objetivo con algún rodeo que eluda la ley. Ahí es donde me sumo al pesimismo de Roberto [risas]: no podemos exigir a los que se movilizan en la calle más responsabi­lidad que a quienes conducen los partidos, por no hablar de la Justicia.

RG: –La realidad argentina es descomunal, asombrosa, por la certeza que a uno le da de que, en lo importante, el derecho no tiene ningún peso. Lo único que importa son considerac­iones interesada­s, o políticas, o ligadas a los privilegio­s. Esto es así porque hay condicione­s institucio­nales que lo permiten. En parte porque hay un mal diseño, entre otros aspectos vinculados con la influencia explícita que nuestras institucio­nes le dan a la política sobre la Justicia. La Justicia está demasiado inficionad­a por la política, no solamente por la trampa, que la hay, sino por las reglas abiertas. La Justicia es pura política, eso que los estudios críticos del Derecho denunciaba­n a los gritos. La Argentina es la realizació­n de esa pesadilla.

LN: –Con este panorama, ¿hay algún viso de narrativa común?

HV:–Las sociedades acumulan sus experienci­as, y esas experienci­as de algún modo quedan allí. Para poner un ejemplo: Alfonsín fracasó en su política con las Fuerzas Armadas; es evidente que no pudo conseguir unas fuerzas armadas como pensaba, que se sumaran al proyecto democrátic­o. Sin embargo, lo que el Juicio dejó se constituyó en la condición de cosas que pasaron después: la autocrític­a de Balza o los militares que durante el levantamie­nto de Seineldín estuvieron dispuestos a tomar las armas y dar la vida para defender la Constituci­ón. Hay algo que puede rearmarse. Debo confesar que me ilusioné cuando, al comienzo de la gestión de Néstor Kirchner, se renovó la Corte, se reabrieron los juicios con el apoyo de la mayor parte de las fuerzas políticas: fue un momento en que se podía rearmar un consenso en términos de Estado y sociedad que definiera ciertos temas centrales para la construcci­ón de la democracia. Y bueno, eso no ocurrió. Vino una deriva que terminó construyen­do una visión manipulado­ra y facciosa de los derechos humanos.

RG: –Coincido en algo muy importante, que es que los sedimentos van quedando y eso no es inocuo. Está ahí y tiene peso. Si uno ve la historia larga de la Argentina, podría ver como grandes oleadas que están en diálogo crítico con ciertas tragedias más o menos cercanas, sobre las cuales se reacciona. Eso habla de cierta tradición extendida de ánimos democrátic­os y preocupaci­ón por derechos, que poco a poco se vuelven a levantar frente a hechos dramáticos. La esperanza es que poco a poco se reaccione frente a lo que son los dramas de esta época, que tienen que ver con niveles de corrupción, desigualda­d y maltrato muy altos.

HV: –En principio, uno no lo ve en los liderazgos hoy vigentes. Ni en los debates políticos.

RG: –Es cierto que los líderes han jugado un papel fundamenta­l para articular quejas y demás, pero la verdad es que éste es un tiempo, por mil razones, desde los desarrollo­s tecnológic­os hasta el tipo de culturas segmentada­s y demás, que tiene que ver menos con los líderes y más con lo que se pueda articular socialment­e. Vale la pena poner la expectativ­a en la articulaci­ón más horizontal. Es lo propio de este tiempo, merece serlo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina