LA NACION

Una ciudad con sed de venganza presagia que la violencia aún no terminará

Los acusados de pertenecer a EI son expeditiva­mente condenados; abundan los ajusticiam­ientos

- Hugo Passarello Luna

MOSUL–. Un grupo de policías se abre paso entre las decenas de personas que esperan fuera del tribunal y despeja la puerta de entrada. “¡Rápido! ¡Bajen la cabeza!”, le grita un policía a un grupo de hombres que llegan marchando, a paso ligero y en fila india, todos con la cara llena de polvo y descalzos.

Son 44 hombres, adolescent­es y adultos, acusados de ser miembros del grupo jihadista Estado Islámico (EI) y capturados durante la batalla para liberar Mosul, la segunda ciudad de Irak. Sentados en el piso del patio exterior de una corte judicial, cabeza gacha mirando el suelo y en silencio, los acusados esperan pasar uno a uno ante los magistrado­s.

“¡Hablá!”, le grita el juez apenas entra. “¿Qué tengo que decir?”, responde, casi inaudible, el joven que viste una remera del Milan. “Declaraste tu lealtad a EI y atacaste un puesto de control, ¿no?”, acusa el juez. El joven balbucea una confirmaci­ón. “Y también disparaste sobre civiles que intentaban escapar y mataste a uno”, lanza el juez, y por primera vez el joven levanta la cabeza y replica un “no es verdad”. “¿Cómo qué no? ¡Dejá de mentir!”, se enfurece el juez, y no cede hasta que el joven acepta los hechos.

El tribunal federal se instaló en una casa de la ciudad de Qaraqosh, recuperada de las manos de los jihadistas en octubre 2016. Para evitar que los ocho jueces que presiden

sean blanco de ataques, este juzgado antiterror­ista está a unos 30 km de Mosul, donde, de acuerdo con el gobierno, acaba de terminar la batalla para recuperar la segunda ciudad de Irak.

A pesar de que los combates todavía continúan en algunos bolsones de resistenci­a, el gobierno de Bagdad declaró la liberación de la ciudad. Pero la nueva lucha se concentrar­á en qué hacer con los sospechoso­s de pertenecer a EI y cómo arrestar a quienes lograron escapar y esperan el momento para atacar de nuevo.

Sólo en este tribunal pasan cada día alrededor de 35 acusados. Desde que abrió, la corte procesó 1000 casos. “Los que llegan acá pertenecen a EI. No son sospechoso­s. El 90% son culpables”, dice un juez, que no quiere dar su nombre. Las imputacion­es se basan apenas en unas listas de 90.000 nombres constituid­a por los servicios de inteligenc­ia y las delaciones de vecinos. “El 90% son condenados a muerte”, dice el juez invocando la implacable ley iraquí contra el terrorismo.

Entre sentencia y ejecución se tarda más de un año, explica. Pero no todos los acusados necesitan esperar tanto. Hay ciertos casos que no necesitan pasar por la corte. Algunos aparecen ejecutados.

Cuando el granjero Safa entró en su establo no esperó encontrar los cadáveres de cuatro hombres. Todos con las manos atadas, los ojos vendados y un tiro cada uno que atravesaba la cabeza. Tal fue el susto que Safa salió corriendo sin notar que en la otra punta había dos cuerpos más. “Ésos son sus pelos”, dice el granjero señalando el piso en su establo, quince días después. El olor a descomposi­ción todavía ocupa el lugar.

No es la primera vez que hombres ajusticiad­os aparecen en Qaraqosh. Cuando al cura caldeo Yunan Hano, una de las autoridade­s religiosas y una de las personas mejor informadas de la ciudad, se le pregunta si fueron las fuerzas gubernamen­tales, el religioso responde: “Quizá”, levantando los ojos y haciendo una cínica mueca con la boca.

“Los cuerpos tenían señales de tortura”, agrega el cura. “El problema acá es la seguridad. Hay cuatro milicias que patrullan. Una es cristiana; las otras, tres chiitas”, explica refiriéndo­se a las numerosas Unidades de Movilizaci­ón Popular, creadas por el gobierno de Bagdad, apoyadas por Irán. Sus decenas de miles de miembros son chiitas, la rama del islam en conflicto directo con los sunnitas, algunos de los cuales se unieron a Estado Islámico.

Después de años de atrocidade­s cometidas por los jihadistas en Mosul y el resto de las zonas que controlaro­n, hoy es la hora de la venganza. Unas semanas antes, otros 15 cuerpos en las mismas condicione­s apareciero­n en el sur de Mosul. Otros en la ciudad de Gayara.

“Desde 2003 –dice Belkis Willie, de la ONG Human Rights Watch– observamos en Irak políticas de desaparici­ón forzada y detención arbitraria de jóvenes árabes sunnitas, permitidas o ejecutadas por el gobierno, que a veces conllevaba­n a la tortura y la ejecución de los detenidos. Si la batalla de Mosul abre las compuertas de nuevo a este tipo de políticas, entonces no veremos el fin del Estado Islámico.”

La vendetta y la ley del talión están arraigadas en el corazón de las comunidade­s en Irak. A pesar del anuncio de la liberación de Mosul, si las fuerzas iraquíes son partícipes de abusos y asesinatos no habrá fin para el ciclo de violencia en Irak.

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