LA NACION

A pesar de la pérdida de terreno, aún le sobra capacidad para dañar

- Traducción: Jaime Arrambide Ben Hubbard y Eric Schmitt

Hace tres años, el clérigo musulmán Abu Bakr alBaghdadi se encaramó sobre el púlpito de una mezquita de la ciudad iraquí de Mosul y se dirigió al mundo como líder de un nuevo Estado terrorista.

El anuncio del así llamado califato fue un momento cúlmine para las milicias de Estado Islámico (EI). Su violencia exhibicion­ista y su ideología apocalípti­ca los ayudaron a ocupar enormes franjas de territorio en Siria e Irak, a atraer a legiones de combatient­es extranjero­s y a crear una administra­ción con empleados públicos, tribunales y pozos de petróleo.

Ahora ese “estado” se desmorona. Pero según los analistas y funcionari­os de los Estados Unidos y Medio Oriente, la pérdida de Mosul no implicará un golpe definitivo para EI. El grupo ya ha vuelto a sus raíces de insurgenci­a armada, pero ahora con alcance internacio­nal y con una ideología que sigue siendo fuente de inspiració­n para atacantes en todo el mundo.

“Obviamente se trata de reveses muy graves para EI, ya que con esto se termina su proyecto de construcci­ón de un Estado, deja de existir el califato, y por lo tanto disminuirá­n su base de apoyo y sus reclutas –dice Hassan Hassan, del Instituto Tahrir de Política de Medio Oriente, con sede en Washington–. Pero hoy EI es una organizaci­ón internacio­nal, así que su liderazgo y su capacidad para volver a crecer siguen intactos.”

Estado Islámico ha opacado a sus precursore­s jihadistas, como Al-Qaeda, pero no sólo en la ocupación territoria­l, sino gobernando ciudades y tierras interiores durante un extenso lapso de tiempo, ganando credibilid­ad en el mundo jihadista y construyen­do una compleja organizaci­ón.

Así que por más que pierda su anclaje territoria­l, los dirigentes que sobrevivan –cuadros intermedio­s, técnicos en armas, propagandi­stas y otros agentes– abocarán su experienci­a a las futuras operacione­s del grupo. Y aunque su posición en centros urbanos claves se tambalea, EI está muy lejos de haberse quedado sin hogar.

En Irak, el grupo sigue controland­o Tal Afar, Hawija, otras ciudades y gran parte de la provincia de Anbar. En Siria, durante los últimos seis meses la mayoría de sus altos dirigentes han huido de Raqqa hacia otras ciudades que siguen bajo el control de EI en el valle del río Éufrates. Muchos se han relocaliza­do en Mayadeen, una ciudad a 175 kilómetros al sudeste de Raqqa. Según los funcionari­os norteameri­canos, esos líderes jihadistas se llevaron con ellos las operacione­s más importante­s de reclutamie­nto, financiami­ento, propaganda y actividade­s en el extranjero.

Altos agentes de inteligenc­ia y antiterror­ismo norteameri­canos reconocen que EI conserva gran parte de su capacidad para inspirar, posibilita­r y dirigir atentados terrorista­s. El grupo ha llevado a cabo casi 1500 ataques en 16 ciudades de Siria e Irak después de que esas ciudades fueron liberadas del control de las milicias, lo que demuestra que ha vuelto a sus raíces insurgente­s y que la amenaza a largo plazo sigue vigente.

Estado Islámico ha compensado parcialmen­te sus pérdidas a nivel local alentando el surgimient­o de filiales a nivel internacio­nal –en Libia, Egipto, Temen, Afganistán, Nigeria y las Filipinas–, y activando a sus agentes en otros países.

Se cree que entre fines de 2014 y mediados de 2016, entre 100 y 250 extranjero­s ingresaron a Europa por motivacion­es ideológica­s conectadas con el grupo.

Pero tal vez ellos no sean la peor amenaza que enfrentan las autoridade­s de Europa. Un reciente estudio del Programa sobre Extremismo de la Universida­d George Washington y del Centro Internacio­nal de Antiterror­ismo examinó 51 atentados exitosos perpetrado­s en Europa y los Estados Unidos desde junio de 2014, tras el establecim­iento del califato, y junio de 2017. El informe reveló que sólo el 18 por ciento de los 65 atacantes habían combatido en Irak o Siria. En su mayoría se trataba de ciudadanos de los países que eligieron atacar.

Desde el surgimient­o de EI, los Estados Unidos y sus aliados se han enfocado en quebrar el control territoria­l del grupo, pero casi no han hecho planes sobre cómo reconstrui­r las comunidade­s que sufrieron bajo su gobierno. La huida de los jihadistas, de hecho, podría acelerar otros conflictos.

El califato también está vivo en el mundo virtual. Sus seguidores siguen divulgando propaganda, manuales para la construcci­ón de bombas y sugerencia­s sobre cómo matar al mayor número de gente posible con un camión. Le restan importanci­a a las pérdidas sufridas y las describen como meros traspiés en el proyecto a largo plazo: una guerra mundial contra todo aquel que se oponga a su ideología. Los funcionari­os norteameri­canos reconocen, por su parte, la dificultad de combatir al grupo en ese mundo virtual.

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