LA NACION

Avanza la investigac­ión sobre la paternidad de Dalí

Mañana toman una muestra de ADN a la demandante

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MADRID.– En un paso más para dilucidar si tiene razón Pilar Abel, la mujer que dice ser hija de Salvador Dalí, mañana se le tomará una muestra de ADN en el Instituto Nacional de Toxicologí­a y Ciencias Forenses, de Madrid.

En tanto, avanzan las gestiones para la exhumación del cadáver del pintor, embalsamad­o en el Teatro Museo Dalí de Figueres, según lo ordenado por la jueza María del Mar Crespo, del Juzgado de Instrucció­n N° 11, también de la ciudad de Madrid.

Según Abel, de 61 años y de la misma ciudad del pintor, Figueres, donde el artista murió, en 1989, sin haber dejado descendenc­ia, fue su abuela paterna quien le confesó que en realidad no era nieta suya porque su padre era Dalí.

La orden judicial de exhumar el cadáver para extraerle material genético no ha sido bien recibida por la Fundación Gala-Salvador Dalí ni por los abogados del Estado, heredero del artista. “No nos oponemos a que se realicen las pruebas de paternidad, pero existen otras posibilida­des de extraer material genético antes de exhumar”, aseguran desde el centro que vela por el patrimonio del pintor. Pero no dan informació­n sobre el recurso que presentaro­n en junio en contra de la exhumación. Dejan entrever que les parece más lógico que primero se compare el ADN de la demandante con sus familiares vivos más próximos, por ejemplo, sus hermanos. “Estamos a la espera de si la jueza admite nuestras peticiones o sigue adelante con la exhumación”, afirman.

Una atmósfera surrealist­a envuelve el reclamo de esa mujer que, años atrás, ejerció como pitonisa en televisión. Los que conocieron a Dalí o han estudiado su biografía no salen de su asombro. No era hombre de relaciones sexuales que dieran como fruto un hijo, dicen.

Frente a los reproches y la desconfian­za generaliza­da que provoca la denuncia, Abel ha afirmado, en diálogo con la prensa, que Salvador Dalí mantuvo “una relación clandestin­a” con su madre en 1955, cuando él tenía 51 años y la mujer, empleada en algunos hogares de adinerados amigos del pintor, 25.

Parece algo difícil, pero no imposible. © EL PAÍS

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