LA NACION

Con sentido común salió de más de una situación compleja

- Claudio Mauri

S an Lorenzo no es diferente a la mayoría de los clubes argentinos, en el sentido de que no eligen directores técnicos en función de una determinad­a línea de juego sostenida en el tiempo. Así, pasó de Edgardo Bauza a Pablo Guede, que tienen visiones casi opuestas sobre la manera de plantear un partido. Los jugadores se adaptaron a dos libretos tan disímiles –por lo bajo, algunos sentían nostalgia por el método del Patón– para alcanzar el éxito, más allá de que no sean equiparabl­es: la Copa Libertador­es, con una campaña de Bauza para el infarto, y la Supercopa Argentina, trofeo menor realzado por la paliza del 4-0 que el ambicioso equipo de Guede le dio a Boca.

Detrás del inesperado portazo que dio Guede, sin obviar que la final perdida por 4-0 ante Lanús podía llevar a algún tipo de replanteo, llegó el uruguayo Diego Aguirre para hacer su primera experienci­a en la Argentina. En un fútbol del cual admira su competitiv­idad y condena su histeria, de la que toma distancia con una calma y autocontro­l que no resigna ni aún en las circunstan­cias más apremiante­s. Bienvenida su contribuci­ón a que todo sea más civilizado.

El conductor charrúa, en cuanto al estilo de juego, es un punto intermedio entre Bauza y Guede. Un administra­dor de la famosa manta corta. A veces la estira un poco más hacia arriba y se destapa (no mucho), y en otras ocasiones la repliega para cubrirse. Cuesta encasillar a su San Lorenzo en un perfil. Quizá por esta indefinici­ón es que tanto el equipo como el propio Aguirre han atravesado por momentos pendulares, de optimismo y decepción, de rendimient­os que ilusionaba­n y otros que desconcert­aban. El hincha lo tiene bajo observació­n.

En el torneo local, terminó 2016 insinuando que iba a luchar por el título. Un mal comienzo de año lo llevó a rebajar las expectativ­as, a fijarse como objetivo la clasificac­ión para la Copa Libertador­es 2018, algo que no logró y no deja de medirse como una frustració­n.

Y en la actual Copa Libertador­es, Agu ir re estuvo dos veces en la cornisa, al borde de la eliminació­n, a expensas de resultados que, inevitable mente, le hubieran costado el puesto. La primera vez lo salvó el pi beCr is ti anBarri os cuando faltaban cinco minutos, con un cabezazo para el 2-1 ante Universida­d Católica. Y la segunda fue en el agónico 2-1 sobre Flamengo, con el gol de Belluschi, en un final en el que Barrios volvió a demostrar que es un bomba de energía.

En el compacto y potente delantero de 19 años se encuentra uno de los rasgos de la gestión de Aguirre. Dio paso a los juveniles, a la promoción que quedó más en promesas que en hechos con Bauza y Guede.

Es cierto que Aguirre estuvo obligado por las circunstan­cias. Que las partidas de Mas, Blanco y Cauterucci­o abrieron huecos que lo obligaron a mirar abajo. Y no le falló el ojo con el lateral Rojas, con el volante Merlini (su mayor acierto) y los atacantes Barrios, Ávila y Conechny.

Tomó decisiones fuertes con las suplencias de Romagnoli, Mercier, Torrico y Bergessio. Siempre hay un riesgo de conspiraci­ón cuando tantos referentes juntos tienen más minutos libres que de cancha. A eso también sobrevivió Aguirre, que renovó contrato y salió de más de un brete guiado por su sentido común.

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