LA NACION

Donny, el hijo ambicioso y políticame­nte incorrecto que más reverencia al magnate

- Jan Martínez Ahrens

HWASHINGTO­N ay quien al ver el drama de los refugiados sirios siente compasión. Otros elaboran complejas soluciones geopolític­as y algunos simplement­e cambian de canal. Nada de eso hace Donald Trump Jr. El hijo mayor del presidente de Estados Unidos entra en Twitter y, muy al estilo de su padre, libera el torrente de sus pensamient­os, compara a los refugiados con caramelito­s de colores (skittles) y alerta que, contra lo que parecen, son un veneno que “puede matarte”. Luego remata: “Pongamos fin a la agenda de lo políticame­nte correcto”.

Así es el primogénit­o del hombre más poderoso del planeta. Donny para los amigos. Pelo engominado, rostro pulido y un amor casi enfermizo hacia su padre.

Un ejemplar de neoyorquin­o rico que, en comparació­n con su hermana Ivanka, había permanecid­o alejado de los focos políticos, pero que desde este domingo figura como invitado estelar en el escándalo que devora la Casa Blanca: la trama rusa.

Una investigac­ión de The New york Times reveló que el 9 de junio de 2016, en pleno ataque del Kremlin al Partido Demócrata, Donny se reunió en la Torre Trump con una misteriosa abogada rusa, Natalia Veselnitsk­aya.

El objeto era recabar informació­n tóxica sobre la candidata Hillary Clinton. El primogénit­o, acompañado del yerno presidenci­al, Jared Kushner, la recibió con los brazos abiertos. Aunque no se demostró que les facilitase datos relevantes, la cita avivó con fuerza la sospecha de una posible coordinaci­ón entre el equipo electoral del candidato republican­o y Moscú. y lo que es aún peor para Trump, ha abierto una grieta en su círculo más íntimo y querido. Ese lugar donde habita Donny.

Pese a haber vivido a la sombra de su padre, Trump Jr. es un personaje con escenario propio. A sus 39 años se ha hecho cargo con su hermano Eric del imperio familiar (400 empresas y una fortuna de 3700 millones de dólares), y con anteriorid­ad fue vicepresid­ente ejecutivo de la organizaci­ón. Un consorcio en el que prácticame­nte se crío y donde su progenitor troqueló su carácter hasta hacerlo a su imagen y semejanza.

El resultado salta a la vista. Donny admira a su padre. Para él sólo tiene superlativ­os: visionario, valiente, indomable… “Es mi mentor, mi amigo, mi padre. Soy hijo de un gran hombre”, sentenció, pero no siempre fue así. Nacido del matrimonio de Trump con la modelo checa Ivana, a los 12 años sufrió la amargura del divorcio.

Como él mismo ha contado, no entendía ver roto el hogar ni las furibundas declaracio­nes de su padre ni el escándalo en los tabloides. De todo ello, como admitió en 2003 a la revista New york, culpó a su progenitor: “¿Cómo puedes decir que nos quieres? No nos quieres, ni siquiera te quieres a ti mismo. Sólo amas a tu dinero”, le llegó a decir.

Ese fue el momento más bajo de una relación que los años y el empeño del propio Trump acabarían enderezand­o. Primero con trabajos de poca monta en la empresa, luego cada vez con más responsabi­lidad. Bajo la guía del padre, Donny empezó a hacerse un nombre en el imperio inmobiliar­io y, más que ningún otro hermano, decidió seguirle los pasos. Estudió en la misma universida­d (Wharton), se hizo abstemio como él, se casó en Mar-a-Lago con la mujer que le presentó (la modelo Vanessa Haydon) y halló una vía de expresión natural en Twitter.

Un medio donde Donny, que sigue cuentas del tipo CNN es Hitler, siempre ha ido más allá que su padre: si Trump ataca al alcalde musulmán de Londres en plena ola de atentados, él redobla los insultos; si el presidente golpea en un video a la CNN, él emite otro donde papá a bordo de un F-16 lanza directamen­te misiles contra la cadena.

Extremista y ruidoso, el lado salvaje de Donny no le ha impedido ganar peso desde el inicio de la presidenci­a. No sólo por la gestión del emporio, sino porque, al igual que a su hermana Ivanka, le ha asomado la ambición política.

Incapaz de distinguir entre lo público y lo privado, cada vez que puede hace notar su opinión política e incluso declaró su deseo de competir por la alcaldía de Nueva york. La iniciativa espantó a su padre, que en una entrevista con la cadena Fox aprovechó para enmendarlo públicamen­te y asegurar que “eso no iba a ocurrir”.

Aparcada la búsqueda de un lugar político propio, Donny sirvió de escudero al magnate y lo ha clonado ideológica­mente. Sin alcanzar el brillo de Ivanka y su esposo, en campaña dio algún mitin, concedió entrevista­s y asesoró cuando pudo al candidato.

Ahora se descubrió que también participó en la fragua de una conspiraci­ón. En la misma Torre Trump y con una enigmática emisaria rusa. Como siempre, siguiendo los pasos de su padre.

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