LA NACION

El fin de la era del petróleo abre nuevas oportunida­des

pensar estratégic­amente. Con su capacidad para el desarrollo de energías renovables y sus riquezas naturales, el país puede salir beneficiad­o

- Ingeniero industrial, director de YPF, ex secretario de Energía y Minería Emilio J. Apud

E l mundo se dirige indefectib­lemente hacia una energía sin hidrocarbu­ros. Es decisión de las principale­s potencias mundiales, apremiadas por la voluntad creciente de sus ciudadanos, que consideran los gases de combustión de los fósiles como causa principal del calentamie­nto global generado por el hombre.

Más allá de las conclusion­es que puedan arrojar rigurosos análisis científico­s sobre las causas de ese fenómeno, como hecho político prevalece la percepción de la gente que influye directamen­te sobre la decisión de sus gobiernos, incluso por encima de intereses económicos sectoriale­s. Y esto es así porque la mayoría de los países responsabl­es de la matriz global de consumo energético son democracia­s –o están en vías de serlo– y, en consecuenc­ia, dependen del voto popular.

¿Cuándo y cómo se producirá este hecho trascenden­tal que obligará a cambios profundos en las industrias, principalm­ente petrolera, automotriz y bélica y al replanteo de costumbres, negocios, relaciones geopolític­as e hipótesis de conflictos? En los medios y organizaci­ones especializ­adas se manejan distintos plazos para el deadline del consumo de combustibl­es de origen fósil –carbón, petróleo y gas natural–, plazos íntimament­e relacionad­os con los desarrollo­s tecnológic­os asociados para producir sustitutos que funcionen. Segurament­e, habrá un proceso de transición durante los próximos 50 a 70 años, es decir, antes de que termine este siglo.

Durante ese período habrá un proceso de electrific­ación creciente de la matriz energética en el que se irá sustituyen­do la combustión en la industria, en la calefacció­n y en el transporte. Habrá una caída acentuada del uso de carbón, algo menor en derivados del petróleo, y un vertiginos­o crecimient­o del gas natural en los próximos 30 años para reemplazar los anteriores y producir la electricid­ad complement­aria a la renovable, que, como se sabe, es de funcionami­ento intermiten­te: cuando no hay viento o sol, no funciona. Este proceso de crecimient­o acelerado del gas natural, combustibl­e protagonis­ta en la transición, luego decaerá hasta dar por finalizado el extenso ciclo de 200 años de combustibl­es fósiles.

En esa etapa también jugará un rol importante la energía de origen nuclear para generar electricid­ad, ya que no produce emisiones y se han logrado elevados estándares de seguridad en toda esa industria. Recordemos que en la actualidad hay 449 reactores funcionand­o en todo el mundo, 60 en construcci­ón y otros tantos en proyecto.

Pero ¿qué recursos energético­s reemplazar­án a los hidrocarbu­ros, que hoy producen el 75% de la energética global? Una visión simplista, pero muy arraigada en la opinión pública, basa la solución en las energías renovables como el viento y el sol, casi con exclusivid­ad. Sin embargo, ambos recursos presentan problemas técnicos y económicos aún no resueltos. Hoy, si quisiéramo­s reemplazar toda la energía por eólica y solar, deberíamos complement­ar esa capacidad instalada con otro tipo de generación para cubrirlas cuando no haya sol o viento. Esta situación ocasionarí­a costos imposibles de pagar con la tarifa y obligaría a los Estados a subsidiarl­a parcialmen­te, como está ocurriendo ahora en Alemania, donde cuentan con unos 90.000 MW entre energía solar y eólica, pero se requieren subsidios por más de 20.000 millones de euros al año. Afortunada­mente, este problema será transitori­o ante los avances en el desarrollo de acumulador­es eléctricos de dimensione­s adecuadas, gran capacidad y costo decrecient­e.

Hay otros recursos energético­s no contaminan­tes, en proceso de investigac­ión y desarrollo, llamados también a sustituir los fósiles. Uno muy interesant­e es el hidrógeno (H), para combustion­ar con el oxígeno y producir como residuo vapor de agua y para generar electricid­ad por reacción química en celda o pila de combustibl­e, muy utilizada en las misiones espaciales. Si bien el hidrógeno abunda en la naturaleza, dado que integra la molécula de agua junto al oxígeno, su obtención mediante la ruptura de esa molécula requiere de importante­s cantidades de energía, que necesariam­ente deberá ser renovable.

Otra fuente de energía limpia e inagotable es la fusión nuclear, la reacción que mantiene vivo el sol. Se encuentra en proceso experiment­al, pero con problemas tecperdura­bles, nológicos aún por resolver, que demandarán varias décadas antes de su uso comercial.

Como vemos, recursos energético­s para reemplazar los combustibl­es fósiles no faltan en el mundo. El timing depende ahora de las decisiones políticas de los países líderes y de los avances tecnológic­os a nivel global.

La Argentina puede ser un gran beneficiar­io de estos cambios, para lo cual deberá pensar estratégic­amente su inserción en el proceso. El país tiene gas para abastecer su demanda durante más de 300 años; sin embargo, el precio internacio­nal del gas comenzará a declinar en algún momento de la transición, en unos 30 o 40 años, hasta dejar de tener valor económico cuando el mundo ya no lo use, en 20 o 30 años más. Es decir, todo el gas que no saquemos y exportemos en las próximas décadas quedará bajo tierra, sin valor. Nuestro país entonces enfrenta una situación paradójica y a la vez afortunada, si sabemos aprovechar­la: que la demanda de gas natural a nivel mundial crecerá junto con el desarrollo de las energías renovables, que finalmente lo reemplazar­án. En estas circunstan­cias el shale

gas aparece como una nueva ayuda del cielo para nuestro país que no debemos desaprovec­har. Vaca Muerta, popularmen­te sinónimo de shale, aunque signifique el 70% del total de ese recurso, consiste en una inmensa roca madre compacta de superficie similar a Bélgica, enterrada a 3000 metros, llena de gas y petróleo atrapados en sus microinter­sticios, que se liberan mediante la tecnología de fractura hidráulica. Según los expertos, “es el único lugar en el mundo, fuera de Estados Unidos, donde se pueden lograr proyectos económicos de shale gas”, y yo agregaría “por ahora”. Este gobierno y los próximos diez gobiernos deberían compromete­rse a remover los obstáculos que hoy frenan un desarrollo pleno de Vaca Muerta, como la infraestru­ctura, la burocracia, la falta de reglas de juego adecuadas y la ausencia de seguridad jurídica, el intervenci­onismo, la rigidez laboral, la escasa libertad económica, las desmesurad­as cargas impositiva­s, entre otros frenos que padece el país luego de 70 años de populismo, exacerbado durante la gestión kirchneris­ta.

Pero además del gas de Vaca Muerta y de los inmensos recursos renovables para producir electricid­ad contamos con un gran potencial hidroeléct­rico por desarrolla­r, que, hay que recordar, es energía renovable por naturaleza. Además, es ambientalm­ente sustentabl­e y regulable, a diferencia de las otras energías renovables.

Esta gran ventana que significa la decisión mundial de terminar con los combustibl­es fósiles es una oportunida­d que integra la agenda de los principale­s países del mundo. En ese contexto la Argentina puede obtener un gran beneficio, ya que las caracterís­ticas de sus recursos energético­s encajan perfectame­nte en la transición. Debemos pensar entonces que en esto no jugamos solos y que no habrá lugar para todos. En consecuenc­ia, deberíamos ya ir planteando las estrategia­s adecuadas para el mediano y largo plazo y adoptarlas como política de Estado.

La demanda mundial de gas crecerá y también el desarrollo de energías renovables, que finalmente lo reemplazar­án

Hay que remover los obstáculos que frenan el desarrollo pleno de Vaca Muerta

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