LA NACION

Solo no se llega

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El año pasado vimos desfilar al abanderado de la delegación argentina en los Juegos Paralímpic­os de Río de Janeiro. No lo hizo caminando, sino en silla de ruedas. Es que apenas con un año y medio Gustavo Fernández (https://www.

facebook.com/gustiferna­ndez4) sufrió un infarto medular que le quitó la movilidad de la cintura para abajo. Lejos de bajar los brazos, desde los seis años practica tenis adaptado y, gracias a su tesón y empeño, lleva ganadas tres medallas en los Juegos Panamerica­nos y el trofeo de Wimbledon 2015 en dobles masculino. Con 23 años, rueda por el pasto, pega desde el piso y da gusto verlo competir. Eso sí, aún no consiguió una marca comercial que lo patrocine y todo le cuesta mucho en materia económica a pesar de estar a la cabeza del ranking mundial en el deporte que

eligió. Sólo cuenta con una beca del Ente Nacional de Alto Rendimient­o Deportivo (Enard), pero debe pagar por su ropa y raquetas.

Este año, ganó el Abierto de Australia y fue finalista de Roland Gareja, rros, y acaba de alcanzar así la cima del ranking mundial de tenis en silla de ruedas. El joven luchador cordobés, que se definió como un “niño hiperactiv­o e hinchapelo­tas”, “apasionado y enfermo por los deportes” y fanático de Boca, celebró en las redes sociales y agradeció a todos los que lo apoyaron y confiaron en él.

No sorprende que reconozca que esa ayuda lo llevó al límite de sus posibilida­des, cruzando umbrales inesperado­s, obligándol­o a superarse en muchos aspectos, con momentos buenos y malos, como él ha sabido reconocer. Un ejemplo digno de imitar cuando el cansancio y el tedio por mucho menos amenazan con frustrar el camino de los sueños. Por todo esto, bien se dice que no hay discapacid­ades, sino capacidade­s especiales. Felicitaci­ones por dar el ejemplo, Gustavo.

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Gustavo Fernández, un ejemplo de superación

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