LA NACION

“Yes, we camp”: St. Pauli contra el G20

- Ezequiel Fernández Moores

Yes we camp”, avisó St. Pauli. Si Hamburgo prohibió el acampe, el equipo más rebelde del fútbol alemán albergó en su cancha a más de 200 manifestan­tes contra la cumbre G20. Lo hizo “en apoyo a los derechos humanos, la libertad de expresión y el derecho a manifestar­se”. El estadio Millerntor, ubicado a un kilómetro y medio del Centro de Convencion­es del G20, fue además sede de la prensa alternativ­a. Y Ewald Lienen, ex DT y actual director deportivo, marchó el viernes con una pancarta que decía: “Tiempo para la indignació­n contra el G20. Tiempo de involucrar­se”. Unas horas antes había ido a la TV. “Queremos decirle a los políticos reunidos aquí –dijo al canal ZDF– que no tienen legitimida­d para resolver los problemas globales del mundo de los que ellos son en buena parte responsabl­es”.

St. Pauli, club de la segunda división alemana, es fiel a su historia. A sus estatutos antifascis­tas, antirracis­tas y antisexist­as. A sus fans en todo el mundo. A sushinchas­trabajador­esportuari­os,estudiante­suniversit­arios,gays,lesbianas, extranjero­s y pobres. “Pirates, Punks & Politics” se llama el libro de Nick Davidson. Todos tienen su lugar en las tribunas del Millerntor, una de cuyas paredes fue dibujada hace unos días por la artista grafitera argentina Pum Pum. A tono con su nueva ubicación en el muelle de Sainkt Pauli, centro bohemio, barrio de teatros, artistas callejeros, okupas, zona roja, murales y bares. Sus hinchas, que hacen trabajo social y no insultan al rival, impulsaron el cambio de nombre del estadio, pues Wilhelm Koch, como se lo llamaba, tenía pasado nazi. Durante el Mundial de Alemania 2006, el Millerntor albergó una Copa paralela con seleccione­s no reconocida­s por la FIFA. Entre banderas del Che y del movimiento LGBT, el St. Pauli salta al campo con Hell Bells de AC/DC.

“Campanas del Infierno”, en realidad, sonaron los últimos días en Hamburgo. “Los ‘refugiados’ más caros –criticó al G20 la organizaci­ón Oxfam en uno de los debates en el Millerntor– son los paraísosfi­scales.Allítienen­presenciae­l90 por ciento de las empresas más grandes y uno de cada tres están en Europa”. El 1 por ciento de la población mundial –denunció la ONG– acumula más riqueza que el 99 por ciento restante. Desde la tribuna principal del Millentor se ve el

Elequipomá­s rebeldedel fútbol alemán, presente enlas protestasy liderado por Lienen

nuevo edificio de la Filarmónic­a. Debía costar 114 millones de euros. Costó casi ocho veces más. Los líderes del G20 disfrutaro­n de un concierto mientras en las calles seguían las protestas. Los chorros de agua y el gas pimienta de la policía llegaron a las puertas del Millerntor el viernes por la noche. Hubo casi 100.000 manifestan­tes, entre violentos, desesperad­os y pacifistas. Podría haber estado Volker Ippig, arquero mítico de los ’80, luego trabajador del puerto, y que dejó un año el fútbol paraserbri­ga dista y pasan te en un jardín para niños discapacit­ados en la Nicaraguas andinista.

Li en en, que sí estuvo ala cabeza de una de las marchas, ganó fama a su vez porque, jugando para Ar mi ni aBi el efeld, sufrió una de las lesiones más terribles que se hayan visto en el fútbol (https://www. youtube.com/watch?v=j7gXE6IflN­g). Fue el 14 de agosto de 1981. Norbert Siegmann, de Werder Bremen, le clava los tapones de aluminio. La TV muestra 25 centímetro­s del muslo derecho abierto. El hueso que asoma. Los asistentes se toman la cabeza. Lienen, sin embargo, se para y se lanza sobre Otto Rehhagel, DT rival. Sale furioso en camilla. Recibió 23 puntos. Volvió a jugar a los 17 días. El árbitro, que sólo amonestó, jamás volvió a dirigir en Primera. Siegmann se hizo budista. Y Rehhagel fue con chaleco de balas a la revancha en Bielefeld.

“Lenin”, como algunos apodaban a Lienen, verde y vegetarian­o, fundó en 1987 el Die Friedenlis­te (Lista de la Paz) para las elecciones europeas. Fundó también el Sindicato de futbolista­s alemanes. “¿Con qué derecho la Federación y la Liga quieren prohibir que un club pueda expresarse políticame­nte?”, se preguntó meses atrás. Y citó al fútbol como herramient­a para que los más postergado­s no elijan alternativ­as de ultraderec­ha.

Claro que los nuevos tiempos tienen ubicacione­s VIP, algún sponsor polémico y otras contradicc­iones. Pero a comienzos de los ’80, apenas 2000 personas iban a la cancha. La lucha en defensa de los okupas en Hafenstras­se ayudó a crear la nueva mística. Un nuevo ascenso a la Bundesliga y la siguiente caída precipitar­on otra grave crisis en 2003. Corny Littman, nuevo presidente, rey del teatro under, un gay casado con un tenor tunecino, salvó la situación pero cedió derechos a precio vil. Eran tiempos en que hasta algunas prostituta­s de la zona roja pedían dinero extra a sus clientes para salvar al club. Un DT rival osó insultarla­s una vez antes de un partido. Cuentan que St. Pauli jugó ese día como nunca. Había que restablece­r el honor de las mujeres. “¡Nunca más facismo! ¡Nunca más guerra”, gritó otra tarde un hincha en la tribuna. “¡Y nunca más jugar en Tercera!”, completó otro.

St. Pauli iniciará un nuevo campeonato en dos semanas. Igual, “Nadie gana en Millenrtor”, como se llama otra de las canciones del estadio. Significa que el rival podrá hacer más goles, pero que “St. Pauli jamás será destruido”.

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