Cada violencia tiene su propia lógica
S egún el indicador más empleado para medir la violencia, la tasa de homicidios cada 100.000 habitantes, la Argentina es un país poco violento. En 2016, la organización InSight Crime contabilizó 6.6 homicidios cada 100.000 habitantes. En las naciones más violentas de América latina, ese valor es mucho más alto. En El Salvador y Honduras asciende a 81 y 59 asesinatos cada 100.000 habitantes. En Brasil o México, países de relativas similitudes económicas con la Argentina, este indicador se ubica en 25.7 y 16.2 homicidios.
Junto con este dato optimista, emergen otros que llevan a la idea de que la Argentina es un país muy violento. El asesinato del nene de tres años en Lomas de Zamora o las inauditas circunstancias colectivas que rodearon la muerte del hincha en Córdoba hablan de un panorama diferente. La sonrisa que el padre del niño asesinado vio en el asaltante antes de que comenzara a dispararles parece sintetizar la naturaleza despiadada de un comportamiento violento hondo.
La pacífica sociedad que retrata la tasa de homicidios esconde que hay violencias con alcances diferentes. La tasa de homicidios homogeneiza distintos tipos de asesinatos: contabiliza el homicidio de un sicario como equivalente al del nene mencionado. Las diferencias entre estas violencias cuando consideramos las circunstancias, las motivaciones y quienes son las víctimas quedan afuera.
Analizar las violencias requiere del estudio de sus diferentes razones. En el caso del niño asesinado, el uso de la violencia parece incomprensible e irracional. Paradójicamente, es plausible pensar en otra “racionalidad” detrás de la conducta del homicida: la búsqueda de “prestigio” entre sus pares. La reputación de ser violento conforma un capital que, en ciertos contextos sociales, puede abrir las puertas al predominio en las disputas por mercados ilícitos. El objetivo de ser visto como alguien temible puede ser catalizador de violencias marcadas por una brutal brecha entre la ferocidad con que se usa, los magros beneficios obtenidos y las espantosas consecuencias para sus víctimas.
Hay también otros tipos de violencia que, lejos de buscar renombre para obtener ventajas en el mundo del crimen, comparten el desequilibro entre el ínfimo valor de lo que está en juego y el uso de la fuerza. Las violencias cotidianas por diferencias muy menores –una pelea por un tropiezo en el tren o por un lugar en un estacionamiento– hablan de cierta predisposición a procesar las disputas más pequeñas a través de la fuerza. Cierta orientación cultural a poner las cosas “en negro o en blanco” o a no considerar los intereses o las preferencias de los demás puede estar detrás de violencias que emergen intempestivamente frente a diferencias muy pequeñas.
Asesinatos como el de Lomas de Zamora caerán dentro de la tasa de homicidios en 2017 como casos idénticos a un virtual homicidio por un ajuste de cuentas entre narcotraficantes en algún lugar del país. No obstante, hay razones para analizar estos tipos de violencia de modo separado. Un primer motivo es porque los daños que producen son de muy diferente índole. Una segunda razón es porque son violencias que obedecen a causas muy distintas y que precisan, por lo tanto, estrategias de intervención y de políticas públicas muy diferentes. La distinción entre tipos de violencia requiere ser considerada para una mejor comprensión y abordaje del fenómeno.