LA NACION

Sin transparen­cia en el Congreso

- María Baron

D esde 2001, las organizaci­ones de la sociedad civil presentamo­s no menos de 50 pedidos formales de informació­n a ambas cámaras del Congreso sobre diversos temas: gastos y asignacion­es presupuest­arias, número de empleados, sueldos, declaracio­nes juradas patrimonia­les de los legislador­es, becas y subsidios otorgados, y un largo etcétera.

Muy pocos de estos pedidos obtuvieron respuesta en tiempo y forma. Solamente de aquellos iniciados a partir de 2012, ocho se convirtier­on luego en recursos de amparo ante la justicia federal. En la totalidad de estos casos los jueces de distintas instancias fallaron a favor de las ONG y tanto la Cámara de Diputados como el Senado fueron instados a entregar la informació­n solicitada. Sin embargo, en ninguno de los pedidos se entregaron todos los datos requeridos, y desde el inicio del planteo hasta que se obtuvo algo de informació­n el proceso llevó más de cinco años.

Lamentable­mente, de esto puede deducirse que la transparen­cia y el acceso a la informació­n no son un valor que el Congreso y sus integrante­s consideren como una base necesaria para generar confianza y una mejor comunicaci­ón con la ciudadanía.

Un dato resulta llamativo: ninguno de los pedidos de las ONG motivó la publicació­n proactiva de esta informació­n por parte de ninguno de los partidos políticos que durante ese lapso se alternaron en la conducción de las cámaras. Es decir, no ejercieron lo que se conoce como transparen­cia activa. La salvedad es la difusión, incipiente todavía, de datos parciales sobre becas, subsidios y sueldos en el último período. Por el contrario, cada administra­ción inició su gestión anunciando el relanzamie­nto de páginas web institucio­nales, en las que se priorizaro­n el diseño llamativo y la publicidad de los presidente­s de las cámaras en detrimento de la calidad del contenido informativ­o y el armado de una plataforma basada en las necesidade­s e inquietude­s del usuario. En muchos casos, como ocurrió a principios de 2016, se quitó deliberada­mente informació­n relacionad­a con los proyectos de ley. De un día para otro se removieron datos sobre sus autores, las provincias a las que representa­n y hasta los textos de las propuestas mismas.

El Índice Latinoamer­icano de Transparen­cia Legislativ­a, que midió en tres oportunida­des a los congresos de la región (2012, 2014 y 2016), ubicó a la Argentina por debajo de sus vecinos en casi todas las variables considerad­as, a la par de Venezuela y muy lejos de Paraguay, Perú, Ecuador y Bolivia. Este índice es un parámetro comparativ­o que, entre otros parámetros, evalúa la cantidad y calidad de la informació­n que los congresos latinoamer­icanos ponen a disposició­n de los ciudadanos.

Este año ambas cámaras del Congreso se sumaron a la Alianza para el Gobierno Abierto (OGP, por sus siglas en inglés), de la que la Argentina es parte desde 2012, con otros 70 países. Esto implica que cada dos años debe presentar planes de acción en materia de políticas de transparen­cia, diseñadas junto a las organizaci­ones de la sociedad civil.

Los compromiso­s que el Poder Legislativ­o asumió este año en el marco de ese acuerdo distan mucho de constituir políticas reales y ambiciosas de apertura: son una respuesta insuficien­te a demandas históricas de diversos actores de la política, la sociedad civil y la academia. Esta actitud del Congreso contrasta con los compromiso­s más desafiante­s que el Poder Ejecutivo presentó en julio como parte del tercer plan de acción nacional.

En medio de este panorama desalentad­or, las autoridade­s de la Cámara baja decidieron hace algunas semanas aumentarse una vez más el sueldo sin debate abierto y a espaldas de la ciudadanía. Ese hecho, de fuerte impacto mediático y discutido hasta el hartazgo en las redes sociales, motivó a la Cámara de Diputados a no entregar la informació­n correspond­iente a un pedido hecho en marzo de 2017 sobre el canje de pasajes aéreos y terrestres por dinero en efectivo por parte de legislador­es de todos los bloques. Este monto canjeado significa para cada legislador casi un sueldo más al mes. “No queremos otro escándalo. Vamos a esperar que los ánimos mediáticos se calmen y te lo vamos a dar más adelante”, justificó un funcionari­o de la presidenci­a de la Cámara. Por este motivo, algunas organizaci­ones presentaro­n aún otro recurso de amparo por la negativa a entregar informació­n.

Desafortun­adamente, respuestas como ésta son la regla y no la excepción. La transparen­cia no es algo que pueda declamarse y no ejercerse, sino que exige un compromiso real y comprobabl­e. No es posible construir un país serio ni mejorar la confianza en nuestras institucio­nes cuando éstas operan bajo un manto de secretismo.

Directora ejecutiva de la fundación Directorio Legislativ­o y miembro del comité directivo de la Alianza para el Gobierno Abierto

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