LA NACION

En el aula no se milita

- Luciana Vázquez —para La NaCIoN—

Hay una preocupaci­ón legítima de la sociedad en torno a un hecho, la desaparici­ón de una persona. Su nombre es Santiago Mal do nado. Cada ciudadano tiene el derecho de expresar esa inquietud de la forma que le resulte más afín. También los chicos y los adolescent­es.

El silencio reflexivo es una opción válida. La manifestac­ión libre y pública de esa preocupaci­ón, otra.

Pero ayer la mezquindad de la corporació­n gremial docente arruinó una oportunida­d pedagógica única para la construcci­ón de ciudadanía: que chicos ávidos por conocer mejor el caso Maldonado pudieran llevar espontánea­mente –y subrayo el “espontánea­mente”– el tema a sus aulas y allí sus docentes pudieran acompañarl­os en el estudio preciso de ese episodio de la actualidad que depara cuestiones centrales de la vida en democracia.

¿Tiene que entrar el tema “Santiago Maldonado” en el aula? Sobre eso surgen algunas cuestiones. Primero, que es completame­nte válido que el presente se cuele en el aula, pero con una salvedad central: siempre que sea de la mano de preocupaci­ones genuinas de los alumnos, claramente en el caso de los chicos de nivel medio.

Por eso es totalmente cuestionab­le que una corporació­n, en este caso el gremio docente, quiera imponer una perspectiv­a a todo el sistema educativo y además, tergiversa­ndo datos. La Justicia todavía está investigan­do un hecho que sigue siendo poco claro a pesar de las certezas de Ctera.

Segundo, la escuela tiene un problema: la falta de sentido para muchos de los chicos que asisten a ella. Que por momentos encuentren un tema de interés personalís­imo y lo lleven al aula y confíen en un adulto para entenderlo es una oportunida­d de una riqueza difícil de encontrar. Por eso es de enorme gravedad dañar esa mecánica delicada con guías doctrinari­as que tergiversa­n la fluidez de los intereses, las visiones y las identidade­s adolescent­es.

La Ctera y los docentes que se unieron a su campaña infligiero­n esa herida. En el aula no se milita. No se manipula a la adolescenc­ia. Se la respeta. Se construyen herramient­as para pensar. Se educa.

Tercero, los consensos acerca de los contenidos enseñados en el aula le llevan años de construcci­ón a una sociedad. Por eso el presente debería ingresar a la escuela con cuentagota­s y sin los filtros de poderes de turno o corporacio­nes con peso propio.

Cuarto, con tres guías de adoctrinam­iento, la principal confederac­ión sindical docente borró de un plumazo la tan mentada autonomía por la que lucha la docencia. Los docentes deberían prestar especial atención a lo sucedido: sus representa­ntes gremiales creyeron necesario darles una guía doctrinari­a única y excluyente en la peor tradición controlado­ra del trabajo docente. Algo que el Estado hace décadas que no se anima a plantear.

Quinto, que ante lo sucedido con el caso Maldonado en la gestión macrista no se trata de compensar los sesgos ideológico­s llevando al espacio escolar los otros casos de desaparici­ones sucedidos en gobiernos de otro signo político. No se trata de inventar una teoría de los dos demonios para cada tema dentro del aula.

Un docente puede enriquecer el caso estudiando el nacimiento del Estado argentino y sus dilemas; el uso legítimo de la violencia por parte del Estado y sus límites; la igualdad ante la ley. Y la precisión historiogr­áfica.

En cambio, el sindicalis­mo docente puso la escuela como un bastión de un campo de batalla. Llevó la grieta empobreced­ora al ámbito escolar. El gremio de los docentes, que debería estar preocupado por la reconstruc­ción de una escuela pública donde puedan convivir sanamente perspectiv­as diversas, volvió a levantar muros donde cada uno es el enemigo del otro.

Finalmente, hay que subrayar que el problema no es sólo Ctera. La escuela debería quedar más allá de los intereses de corporacio­nes empresaria­les y sindicales y también de partidos políticos y credos. En la escuela, todos los ciudadanos son iguales; todas sus perspectiv­as, las que caen dentro del círculo de empatía de los valores democrátic­os y humanistas, valen lo mismo y ninguna hegemoniza la verdad.

Cada vez que el interés de un grupo acapara el monopolio discursivo dentro de la escuela, la escuela pública se marchita. Muere un poco. Eso sucedió en estos días.

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