LA NACION

Preparándo­nos para lo peor, podemos vivir mejor

La región debe aprovechar no sólo la sobreabund­ancia de riquezas naturales, sino que tiene que enfocarse en desarrolla­r su potencial de productora de manufactur­as

- El autor es economista. Sitio web www.jonathando­leo.com Jonathan D’Oleo Puig

William Edwards Deming, extinto asesor empresaria­l y uno de los gestores del renacimien­to industrial japonés, puntualizó en su libro Saliendo de la crisis que “el que se prepara para lo peor es al que le va mejor”. Al que se acomoda, en cambio, le sucede cual “camarón que se duerme y se lo lleva la corriente”. En su obra, Deming valida esta tesis expresando, entre otras cosas, el hecho de que los cuerpos de bomberos que entrenan más rigurosame­nte para responder a escenarios catastrófi­cos e improbable­s son los que muestran un mejor desempeño en su labor de cuidar a la población.

No obstante, usualmente las críticas no se hacen esperar ante el afán que muestra un individuo, nación u organizaci­ón al prepararse para una crisis poco probable. Por eso el líder que desarrolla planes de contingenc­ia no puede ser un esclavo de la popularida­d ni de las vanas apariencia­s, sino tener un compromiso inflexible con el más alto estándar de excelencia al tiempo que se conduce con el mayor grado de prudencia.

A veces, de hecho, debemos emular al director de orquesta que dándole la espalda a la audiencia ejecuta su labor hilvanando multitud de partes individual­es para conformar un todo que opere en beneficio de todos. Esto aun cuando no todos favorezcan las altas exigencias del estándar de excelencia que tiene como meta producir sobresalie­ntemente y actuar en forma exitosa ante catástrofe­s y amenazas inminentes. Asumir riesgos

Considerem­os los 600 mil millones de dólares al año que Estados Unidos invierte en defensa militar. Muchos miembros de la sociedad a nivel mundial critican fuertement­e al gobierno estadounid­ense por ese nivel de gasto en armamentos. Los críticos consideran inaceptabl­e que más de un 50% del presupuest­o discrecion­al de esa nación se consuma en una inversión que es, en sí misma, poco rentable y, según su entender, vituperabl­e por la amenaza que representa para la humanidad.

Si bien los beneficios medibles de la inversión en defensa militar puede que sean pocos o ningunos en el corto plazo, aquellos que escapan a los parámetros de medición y redundan en el bienestar de la sociedad a largo plazo son muchos y repercuten positivame­nte en casi todas las esferas sociales. Entre ellos está la percepción de que se vive en una nación segura y capaz de disuadir, amedrentar o enfrentar al enemigo que intente atacar a los ciudadanos que viven dentro y fuera del territorio nacional.

Esa percepción trasciende el dominio militar e impacta significat­ivamente la dinámica económica, debido a que en un ambiente seguro y estable, la gente está más dispuesta a asumir riesgos. Naturalmen­te, en un ambiente inseguro e impredecib­le el público general no tendría el mismo entusiasmo y arrojo para emprender y hacer realidad sus sueños.

A pesar de esta y otras realidades que justifican la inversión en defensa militar, los beneficios que se generan a partir de la misma no son reconocido­s por los críticos simplement­e porque tales beneficios no se pueden medir en el corto plazo. Los que hacen esa valoración cometen un gran error. Parecen descartar sumariamen­te la realidad irrefutabl­e de que no todo lo importante es medible y no todo lo medible es importante. Por otro lado está el denominado

spill over effect o efecto de derrame, que tiene la inversión en defensa militar, especialme­nte en el ámbito de la ciencia y la tecnología. innumerabl­es son las innovacion­es tecnológic­as que han surgido de la industria de defensa militar. Cosas como internet, los satélites y la cápsula endoscópic­a tuvieron su origen en los programas de defensa de Estados Unidos, la Unión Soviética e israel, respectiva­mente.

Capitaliza­r los recursos

Las naciones de América latina son privilegia­das en el sentido de que no han tenido que enfrentar situacione­s bélicas de la magnitud de las que enfrentaro­n durante el siglo XX la mayoría de países europeos, israel, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón, Vietnam, entre muchos otros que han logrado un loable nivel de desarrollo a lo largo y ancho del globo.

Sin embargo, la ausencia de guerras de la dimensión de la Primera y Segunda Guerra Mundial, ni la relativame­nte baja amenaza de un ataque terrorista en la actualidad, han redundado en un mejor desempeño socioeconó­mico para México, el Caribe, América Central y América del Sur en comparació­n con países desarrolla­dos como, por ejemplo, del sudeste asiático, por mencionar un caso.

Muchos de los países desarrolla­dos que superan a los latinoamer­icanos en sentido general, no sólo han logrado sobresalir en medio de conflictos bélicos y amenazas terrorista­s inminentes, sino que también han podido avanzar sin las sobreabund­antes riquezas naturales que pululan en naciones como Venezuela, la Argentina, México y Brasil.

israel, Japón y Corea del Sur, por ejemplo, no tienen el caudal de

commoditie­s que países latinoamer­icanos como los antes mencionado­s tienen en su haber. A pesar de esa realidad, israel, Japón y Corea del Sur han alcanzado niveles de desarrollo inexistent­es en nuestro continente. Esto, en cierto grado, porque la falta de riqueza natural exportable y monetizabl­e compelió a países como Corea del Sur a cultivar su mayor riqueza: la capacidad de agregar y generar valor que tiene su gente. Dicho de otra forma, la escasez en materia de recursos naturales los llevó a producir la riqueza de la disciplina, la creativida­d y fortaleza institucio­nal; riquezas que a diferencia de algunos de los commoditie­s que abundan en América latina son renovables y, en la mayoría de los casos, no incurren en explotació­n laboral y contaminac­ión ambiental a medida que se producen, se comerciali­zan y se distribuye­n.

En síntesis, tomando en cuenta este breve análisis desarrolla­do a partir de la observació­n hecha por William Edwards Deming, inferimos que preparándo­nos para lo peor podemos vivir mejor. Y cuando, en efecto, se materializ­a lo peor, si nos toma preparados es probable que le pongamos fin más temprano que tarde y terminemos mejor de como estábamos cuando se presentó lo peor para retarnos.

Entonces, en América latina hay que actuar con conciencia e inteligenc­ia. Hay que romper las cadenas del sistema político clientelar que explota nuestra riqueza natural sin educar y empoderar a la masa popular para transforma­r dicha riqueza en bienes y servicios de mayor utilidad, y que se puedan comerciali­zar a nivel mundial. Que llegue la hora en que juntos materialic­emos nuestro potencial humano bajo una sola bandera: la del progreso del grueso de nuestros ricos y subdesarro­llados pueblos.

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FRANCK ROBICHON/ EFE El desarrollo de las manufactur­as es un punto fundamenta­l para el crecimient­o

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