Preparándonos para lo peor, podemos vivir mejor
La región debe aprovechar no sólo la sobreabundancia de riquezas naturales, sino que tiene que enfocarse en desarrollar su potencial de productora de manufacturas
William Edwards Deming, extinto asesor empresarial y uno de los gestores del renacimiento industrial japonés, puntualizó en su libro Saliendo de la crisis que “el que se prepara para lo peor es al que le va mejor”. Al que se acomoda, en cambio, le sucede cual “camarón que se duerme y se lo lleva la corriente”. En su obra, Deming valida esta tesis expresando, entre otras cosas, el hecho de que los cuerpos de bomberos que entrenan más rigurosamente para responder a escenarios catastróficos e improbables son los que muestran un mejor desempeño en su labor de cuidar a la población.
No obstante, usualmente las críticas no se hacen esperar ante el afán que muestra un individuo, nación u organización al prepararse para una crisis poco probable. Por eso el líder que desarrolla planes de contingencia no puede ser un esclavo de la popularidad ni de las vanas apariencias, sino tener un compromiso inflexible con el más alto estándar de excelencia al tiempo que se conduce con el mayor grado de prudencia.
A veces, de hecho, debemos emular al director de orquesta que dándole la espalda a la audiencia ejecuta su labor hilvanando multitud de partes individuales para conformar un todo que opere en beneficio de todos. Esto aun cuando no todos favorezcan las altas exigencias del estándar de excelencia que tiene como meta producir sobresalientemente y actuar en forma exitosa ante catástrofes y amenazas inminentes. Asumir riesgos
Consideremos los 600 mil millones de dólares al año que Estados Unidos invierte en defensa militar. Muchos miembros de la sociedad a nivel mundial critican fuertemente al gobierno estadounidense por ese nivel de gasto en armamentos. Los críticos consideran inaceptable que más de un 50% del presupuesto discrecional de esa nación se consuma en una inversión que es, en sí misma, poco rentable y, según su entender, vituperable por la amenaza que representa para la humanidad.
Si bien los beneficios medibles de la inversión en defensa militar puede que sean pocos o ningunos en el corto plazo, aquellos que escapan a los parámetros de medición y redundan en el bienestar de la sociedad a largo plazo son muchos y repercuten positivamente en casi todas las esferas sociales. Entre ellos está la percepción de que se vive en una nación segura y capaz de disuadir, amedrentar o enfrentar al enemigo que intente atacar a los ciudadanos que viven dentro y fuera del territorio nacional.
Esa percepción trasciende el dominio militar e impacta significativamente la dinámica económica, debido a que en un ambiente seguro y estable, la gente está más dispuesta a asumir riesgos. Naturalmente, en un ambiente inseguro e impredecible el público general no tendría el mismo entusiasmo y arrojo para emprender y hacer realidad sus sueños.
A pesar de esta y otras realidades que justifican la inversión en defensa militar, los beneficios que se generan a partir de la misma no son reconocidos por los críticos simplemente porque tales beneficios no se pueden medir en el corto plazo. Los que hacen esa valoración cometen un gran error. Parecen descartar sumariamente la realidad irrefutable de que no todo lo importante es medible y no todo lo medible es importante. Por otro lado está el denominado
spill over effect o efecto de derrame, que tiene la inversión en defensa militar, especialmente en el ámbito de la ciencia y la tecnología. innumerables son las innovaciones tecnológicas que han surgido de la industria de defensa militar. Cosas como internet, los satélites y la cápsula endoscópica tuvieron su origen en los programas de defensa de Estados Unidos, la Unión Soviética e israel, respectivamente.
Capitalizar los recursos
Las naciones de América latina son privilegiadas en el sentido de que no han tenido que enfrentar situaciones bélicas de la magnitud de las que enfrentaron durante el siglo XX la mayoría de países europeos, israel, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón, Vietnam, entre muchos otros que han logrado un loable nivel de desarrollo a lo largo y ancho del globo.
Sin embargo, la ausencia de guerras de la dimensión de la Primera y Segunda Guerra Mundial, ni la relativamente baja amenaza de un ataque terrorista en la actualidad, han redundado en un mejor desempeño socioeconómico para México, el Caribe, América Central y América del Sur en comparación con países desarrollados como, por ejemplo, del sudeste asiático, por mencionar un caso.
Muchos de los países desarrollados que superan a los latinoamericanos en sentido general, no sólo han logrado sobresalir en medio de conflictos bélicos y amenazas terroristas inminentes, sino que también han podido avanzar sin las sobreabundantes riquezas naturales que pululan en naciones como Venezuela, la Argentina, México y Brasil.
israel, Japón y Corea del Sur, por ejemplo, no tienen el caudal de
commodities que países latinoamericanos como los antes mencionados tienen en su haber. A pesar de esa realidad, israel, Japón y Corea del Sur han alcanzado niveles de desarrollo inexistentes en nuestro continente. Esto, en cierto grado, porque la falta de riqueza natural exportable y monetizable compelió a países como Corea del Sur a cultivar su mayor riqueza: la capacidad de agregar y generar valor que tiene su gente. Dicho de otra forma, la escasez en materia de recursos naturales los llevó a producir la riqueza de la disciplina, la creatividad y fortaleza institucional; riquezas que a diferencia de algunos de los commodities que abundan en América latina son renovables y, en la mayoría de los casos, no incurren en explotación laboral y contaminación ambiental a medida que se producen, se comercializan y se distribuyen.
En síntesis, tomando en cuenta este breve análisis desarrollado a partir de la observación hecha por William Edwards Deming, inferimos que preparándonos para lo peor podemos vivir mejor. Y cuando, en efecto, se materializa lo peor, si nos toma preparados es probable que le pongamos fin más temprano que tarde y terminemos mejor de como estábamos cuando se presentó lo peor para retarnos.
Entonces, en América latina hay que actuar con conciencia e inteligencia. Hay que romper las cadenas del sistema político clientelar que explota nuestra riqueza natural sin educar y empoderar a la masa popular para transformar dicha riqueza en bienes y servicios de mayor utilidad, y que se puedan comercializar a nivel mundial. Que llegue la hora en que juntos materialicemos nuestro potencial humano bajo una sola bandera: la del progreso del grueso de nuestros ricos y subdesarrollados pueblos.