Empate enredado, futuro abierto
Por ahora, el empate en el Centenario no puede tomarse como una señal alentadora; si bien hubo notorias diferencias con el ciclo anterior, el seleccionado mantiene el bajo vuelo
Insinuó otro estilo y buscó el triunfo, pero estuvo lejos de ser suficiente: la Argentina se mantiene en posición de repechaje para el Mundial tras el 0-0 en Montevideo ante un Uruguay que, fiel a su historia, fue sólido defensivamente. Con 23 puntos, los mismos que Chile, pero con peor diferencia de gol, la selección sigue quinta en las eliminatorias. Sin deslumbrar, Lionel Messi (foto) fue, por desequilibrio y tenacidad, la figura de una Argentina a la que le quedan tres partidos para clasificar en forma directa a Rusia 2018. El próximo, el martes ante Venezuela, en Buenos Aires.
MONTEVIDEO.– Se asustó la Argentina después de perder en Córdoba con Paraguay. Se estremeció tras ser apabullada por Brasil en Belo Horizonte. Salió espantada de La Paz tras caer con Bolivia. Entonces, Edgardo Bauza duró un suspiro. Jorge Sampaoli renovó la atmósfera y propuso una revolución, pero la angustia sigue engrillada a la selección. Las eliminatorias ya son una tortura y nadie consigue enderezar el rumbo para enfocar el puerto: Rusia todavía no está a la vista. Se agota el tiempo y faltan puntos. También respuestas.
El empate en el emblemático Centenario, siempre una visita de riesgo, quizá en un tiempo pueda observarse como un buen resultado. Todavía no. Ahora, siempre desde el riesgoso quinto puesto del repechaje, y con el reanimado Paraguay y con Ecuador aún amenazante, el cero con Uruguay sembró más incertidumbre. Quizá el vacío obe- dezca a que las expectativas habitaban varios escalones más arriba.
El clásico enseguida denunció sus intenciones: la iniciativa de la Argentina contra Uruguay refugiado, confiado en los pelotazos como única vía de peligro. Pero la posesión improductiva rápidamente desnudó a una selección demasiado pausada y previsible, sin la electricidad imprescindible para quebrar la hermética coraza celeste.
Fazio, intencionalmente liberado por los locales para que traslade la pelota hasta el propio campo uruguayo, denunciaba los movimientos argentinos. Sin espacios, la propuesta voraz de Sampaoli se estancaba. Posiciones muy estacionadas le quitaban picardía y sorpresa al ataque anunciado de la Argentina. Tanto gobierno de campo y pelota aburrían sin un cambio de dinámica. La primera situación de peligro fue un remate desviado de Mercado a los 23 minutos, una buena síntesis de un clásico plomizo. La Argentina cuidó la posesión y no salteó estaciones. Jamás se frustró ni ahogó en la impotencia. Pero se reiteró en movimientos monótonos. Sólo Messi como organizador intento despabilarla.
Messi no tiene que vivir con culpa su aporte en la selección. Cada maniobra no debe ser magnífica, la sencillez también es un valor. A veces será la jugada genial, y otras una función complementaria para que un compañero asuma el protagonismo. Pero para potenciar a Messi es imprescindible que sus compañeros reclamen protagonismo y se conviertan en opciones si el capitán está bloqueado. Pesó la memoria, porque durante el primer tiempo sólo pareció entenderlo Di María, perforando a Uruguay por la izquierda. Se demoraba el entendimiento con Dybala, algo ajeno al encuentro. Icardi quedaba encorsetado, vació de metros para atacar.
Pero en el final de la etapa se encendió un clásico desteñido, que se había empeñado por desmentir el volcánico poder de los apellidos que estaban sobre el campo. Primero, el arrojo de Romero salvó ante una arremetida de Cavani después de un despeje incompleto de la defensa albiceleste. Enseguida respondió Biglia con un remate que alcanzó a desviar Muslera. Y minutos después, la única combinación entre Dybala y Messi, con explosión y profundidad, para que el capitán quedara mano a mano con el gol, pero Muslera volvió a agigantarse. Dybala es crack en Juventus. Si en su club es capaz de llenar de fantasía el juego, en la selección también. Y debe abandonar el confort de sentirse arropado por el crack.
Volvió a ser enorme Muslera en el inicio del segundo tiempo al rechazar un tiro libre de Messi que buscaba la red. La Argentina le agregó agresividad a su dominio hasta entonces tibio. Sampaoli apostó por Lautaro Acosta por Acuña para buscar desbordes por la banda derecha. La selección subió un cambio, pero la sintonía fina siguió pendiente. La imagen de Messi muy retrasado fue la peor noticia visual; demasiado lejos del arco uruguayo, el capitán comenzó a buscar solu
ciones casi en soledad. Un escenario perturbador.
Uruguay por nada modificó su libreto, permaneció inalterablemente convencido de que el empate era su negocio. Patrulló con Vecino y Tata González, invirtió en la bravura de Nández y mantuvo a Cavani y a Suárez a estancias de distancia de Romero. La escala en el Centenario reclamaba bravura competitiva y la mayoría de los futbolistas argentino la ofreció, pero olvidándose de todos los registros atractivos que suponían las insinuaciones del nuevo ciclo. La buscada renovación fue más de nombres que de productividad. El equipo se desprendió de los inclasificables días de Bauza, donde la identidad vivía en fuga. Pero se ahogó en una iniciativa inofensiva.
La prolijidad de Biglia, y especialmente de Pizarro, fue siempre un limpio primer pase de salida. Pero, salvo la lucidez de Messi, luego la Argentina fue cayendo en el embudo uruguayo. Di María perdió gravitación en el clásico, Dybala permaneció entre desdibujado e intermitente e Icardi, atrapado por Godin y Giménez, nunca dispuso de una clara ocasión para desenfundar. Cuando Pastore sustituyó a Dybala se encendió una esperanza de organización, que se apagó de inmediato. Con Argentina pasmosa y repetitiva, Uruguay se sintió a salvo. Y orientó el partido definitivamente al sopor del empate. La Argentina se quedó en las intenciones y escuchando el eco de resultados en otras canchas. Señal de que nada está bajo control.