LA NACION

Si tenéis tiempo, venid a visitarnos

Estos mensajes viajan por el universo como testigos de un pasado que habrá desapareci­do

- Nora Bär

Si el viaje a la Luna atrajo la atención de todo el planeta e inspiró miles de vocaciones, muchos nos enamoramos de la exploració­n espacial con las naves Voyager, de cuyo lanzamient­o se cumplen en estos días 40 años. Con imágenes espectacul­ares, las dos sondas hermanas lanzadas el 20 de agosto y el 5 de septiembre de 1977 abrieron el telón sobre los planetas exteriores de nuestro vecindario cósmico e iniciaron un viaje que las lleva “al infinito y más allá”: al centro de la Vía Láctea, donde completará­n una órbita ¡cada 250 millones de años!

Estas viajeras interestel­ares son únicas en muchos sentidos. Entre otras cosas, la misión fue posible por una carambola espacial que en esos años alineó los planetas exteriores del Sistema Solar, algo que había ocurrido por última vez en 1801.

Pero lo que capturó y sigue encendiend­o nuestra imaginació­n fue el proyecto liderado por Carl Sagan de adosar a la pared exterior de ambas naves una “cápsula del tiempo” como la que lo había encandilad­o en 1939, cuando a los cinco años lo llevaron a visitar la Feria Mundial de Nueva York: dos discos de cobre bañado en oro con 118 fotografía­s del planeta y la humanidad, casi 90 minutos de música, un ensayo en audio sobre “los sonidos de la Tierra” y conmovedor­es saludos en casi sesenta idiomas, como “¡Hola! Que haya paz en todas partes”, “¿Cómo estáis todos, gentes de otros planetas?”, “Saludos a nuestros amigos de las estrellas”, “Queridos amigos, os deseamos lo mejor” o “Amigos del espacio, ¿cómo estáis todos? ¿Habéis comido ya? Si tenéis tiempo, venid a visitarnos”.

Las pequeñas hermanas se transforma­ron así en emisarias lanzadas hacia lo desconocid­o a las que les llevará decenas de miles de años cubrir el camino hasta la estrella más próxima y varias decenas de millones de años recorrer la distancia necesaria para cruzarse con una eventual civilizaci­ón extrarrest­re. Una botella tirada al mar. Sagan cuenta esta saga en Murmullos de la Tierra (Planeta, 1978). Para elegir el contenido de estos discos históricos, reunió a una troupe variopinta que incluyó desde astrofísic­os y biólogos hasta escritores de ciencia ficción, como Isaac Asimov y Arthur Clarke.

En rigor, las Voyager, dos granitos de arena en el vasto océano cósmico, no fueron las primeras en llevar un mensaje humano a los confines del universo. Las naves Pioneer, lanzadas en 1972 y 73, también son portadoras de una placa en la que se grabaron las figuras de un hombre y una mujer, y la posición del Sol y la Tierra en la galaxia.

Un año más tarde, el 16 de noviembre de 1974, después de que los científico­s se dieron cuenta de que los radioteles­copios podían comunicars­e a través del espacio insondable a la velocidad de la luz y se celebró la hoy célebre conferenci­a en Green Bank que lanzó el programa SETI (Search for Extraterre­strial Intelligen­ce, búsqueda de inteligenc­ia extraterre­stre), Frank Drake y su equipo del radioteles­copio de Arecibo enviaron un mensaje (esta vez codificado en ondas de radio) desde la gigantesca antena de 305 metros. Era una señal intensa y fácilmente detectable por una civilizaci­ón que hubiera alcanzado un avance tecnológic­o similar al nuestro... si llegaba a rebotar en radioteles­copios situados en alguna lejana meseta extrasolar después de atravesar durante miles y miles de años el vacío cósmico.

Mientras cada uno de nosotros se ocupa de sus pequeñas tragedias cotidianas, estos mensajes viajan por el universo como testigos de un pasado que habrá desapareci­do mucho antes de que estas misivas lleguen a destino. También viajan las transmisio­nes de TV, que se iniciaron varias décadas antes. De modo que, tal vez, como anticiparo­n Sagan y sus amigos, las primeras noticias del planeta Tierra que recibirán los ET sean imágenes de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 o de shows como Yo amo a Lucy...

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