LA NACION

Una forma de evitar el estallido de un polvorín

- Daniel Gallo

Resolver el problema carcelario es uno de los ejes que puede solidifica­r una estrategia de seguridad pública. La puerta giratoria existe. Una parte muy importante de los 37.000 detenidos en Buenos aires tiene ingresos anteriores en el sistema penitencia­rio. No se los puede llamar reincident­es, porque en la mayoría de los casos esperan aún la sentencia en última instancia. Por eso no son alcanzados por la estadístic­a de reincidenc­ia. Son reingresan­tes, en el lenguaje oficial. Quienes son albergados en los pabellones bonaerense­s ya habían estado bajo tutela del Estado sin que se provocase alguna variante positiva. Y si ese tiempo en prisión no genera un cambio se tratará sólo de una contención temporal que generará un criminal en un futuro cercano. Para modificar esa situación, el Estado debe, como paso inicial, mejorar el entorno de encierro.

Hoy las prisiones son potenciale­s polvorines sobrepobla­dos. En requisas realizadas este año se decomisaro­n más de 7000 facas, instrument­os cortantes que prácticame­nte cada preso tiene a modo de protección personal. Desde las cárceles también se mantiene el contacto de bandas mediante celulares. Más de 15.000 fueron incautados en las celdas. inhibir las señales de telefonía sólo llevaría a peligrosos motines, cuentan quienes trabajan en las prisiones. Un cambio posible pasaría entonces por aumentar la cantidad de plazas para detenidos, como forma de evitar los grandes pabellones en los que la conducta criminal no puede ser modificada.

Hasta gestos mínimos como la instalació­n de un básico sistema de agua caliente puede variar la convivenci­a dentro de las cárceles. Y esa supuesta comodidad para delincuent­es, en la mirada del lado exterior de los muros, puede tener una ventaja para la sociedad. Mejores condicione­s de vida pueden derivar en posibilida­des de capacitaci­ones laborales y educativas dentro de las prisiones. Y esa sería una apuesta concreta para evitar el reingreso permanente al sistema penitencia­rio. Para cerrar la puerta giratoria.

Salvo Robledo Puch, todos los presos salen tarde o temprano. El problema real pasa por la forma en que ese condenado egresa del presidio, si sale con una maestría en delito o con una esperanza.

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