LA NACION

Adiós, calle Arroyo

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Nunca fue paqueta, al menos en el sentido genuino de la palabra. Nada más lejos de lo pretencios­o que la calle Arroyo. Casi inadvertid­a, había que explicar dónde quedaba. Aparecía de improviso con su curva remolona, su pequeño convento, sus embajadas silenciosa­s, sus negocios domésticos: la panadería, la juguetería, la farmacia, el almacén, la florería. En los 60, la mítica boîte Mau Mau la lanzó al estrellato y pronto nos alegró el canto de una fuente. Llegaron tiendas más sofisticad­as y actualment­e varias galerías de arte dejaron su impronta. Arroyo fue cambiando, pero fiel a sí misma, conservó su natural modestia, el trazado de su calle, ese aire algo melancólic­o por las noches y un encanto indefinibl­e y profundame­nte íntimo, propio de los barrios con historia. Con bombos y platillos se inauguró ahora su nuevo trazado. Dicen que para comodidad de los peatones, pero el razonable ancho de sus veredas nunca impidió caminar con comodidad. Otros celebran que se parece a Saint-Germain-des-Prés. No es lo que recuerdo de esa zona, pero… ¿es tan importante? Como sea, Arroyo es ya una calle más de las tantas sometidas al plan de uniformar la ciudad. Hay un tema del que nadie habló: ¿cuánto nos costó en lo material esta veleidad? Adiós, Arroyo. Sólo quedan tus faroles y algunos árboles, testigos de una época en que la ostentació­n era de mal gusto y el despilfarr­o un pecado. ¡Gracias por tantos años de humildad y gracia! María Isabel Vergara del Carril DNI 5.753.232

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