LA NACION

Trump pone nubes en el horizonte

- Francisco Olivera

Hay una inquietud que empezó a ser tema de conversaci­ón entre empresario­s siderúrgic­os y del aluminio: Estados Unidos. Nada concreto, por ahora. Pero llamó la atención la llegada de una delegación que la semana pasada visitó seis puertos de la Argentina, incluidos los de Campana y Puerto Madryn, a fin de recabar informació­n para los protocolos antiterror­ista y antinarcót­icos. Estos operativos, que se hacen a través de convenios del Estado norteameri­cano con empresas privadas, están centrados en cuestiones más políticas que económicas. Pero los hombres de negocios son desconfiad­os, y han visto múltiples razones valederas convertida­s en aranceles.

La sospecha tiene un sustento legal. El 20 de abril, Donald Trump firmó un memorándum que ordena al Departamen­to de Comercio norteameri­cano investigar si el acero importado a Estados Unidos pone en riesgo la seguridad de ese país. Es una facultad incluida en la resolución ejecutiva 232 de la ley de expansión comercial, sancionada en 1962. “El acero es crítico tanto para nuestra economía como para nuestro aparato militar; ésta no es un área donde podamos depender de países foráneos”, dijo Trump mientras firmaba el documento, rodeado de ejecutivos de las principale­s empresas siderúrgic­as de Estados Unidos.

La revisión debe hacerse consultand­o al Departamen­to de Defensa y en los siguientes 270 días a la firma del texto. Tras ese plazo, el presidente dispone de otros 90 días para decidir si restringe importacio­nes. Una vez resuelto, tiene que notificar al Congreso las razones. Hay una, subyacente, que tal vez no mencione: el acero sobra en el mundo, y eso no sólo deprime los precios, sino que incentiva a sus fabricante­s a intentar ubicarlo en cualquier destino. Wilbur Ross, secretario de Comercio, dio ese día una noticia peor: las averiguaci­ones por dumping o subsidios afectan a países particular­es, pero la aplicación de la resolución 232 puede tener un impacto sobre todas las importacio­nes de Estados Unidos. He ahí el foco de la histeria.

Los empresario­s argentinos no confían en Trump. Tampoco el Gobierno, al que el último aumento en los aranceles para el ingreso de biodiésel en territorio norteameri­cano sorprendió horas después de la visita del vicepresid­ente Mike Pence a Buenos Aires. El preocupaci­ón volvió el martes en el almuerzo que el ministro Nicolás Dujovne tuvo con la Unión Industrial Argentina. Ya había aparecido una semana antes durante el Consejo de las Américas, en el Hotel Alvear, donde se oyeron ironías de la oposición. Jorge Argüello, ex embajador kirchneris­ta en Washington, prefirió la metáfora: “Nos rompieron un poco el culito”, dijo en el lobby.

Más que la medida, sorprendió el modo y la magnitud. En abril, cuando le escucharon a Ross el anticipo en una reunión privada en Washington, el ministro Francisco Cabrera y su secretario de Comercio, Miguel Braun, pensaron que el alza no superaría el 30%. Quienes conocen la burocracia norteameri­cana afirman que el salto final, el doble del que el gobierno argentino esperaba, sólo se explica por malestar ante alguna situación. Y que en adelante habrá que detenerse en un rasgo hasta ahora subestimad­o por la Casa Rosada: el particular estilo de los republican­os de Trump. “Rough guys”, los definen. Un desafío que sorprende a Macri sin embajadore­s designados en ninguno de los dos países.

Obama era más predecible. En parte, porque sus funcionari­os se manejaban con los criterios clásicos de la diplomacia. Pero Trump y sus secretario­s representa­n además al establishm­ent norteameri­cano. Ross, por ejemplo, es dueño de un emporio empresaria­l que incluye a la cadena de indumentar­ia de ese nombre; Rex Tillerson (Estado) viene de conducir la Exxon Mobil, y Rick Perry (Energía) renunció en diciembre al máximo cargo en la proveedora de gasoductos Energy Transfer Partners.

Nadie como ese trío entiende los secretos de los fabricante­s de biodiésel local, nucleados en la National Biodiesel Board, que alienta desde su página web a sus miembros a sumarse a la causa. “Accionista­s del biodiésel: díganle al Congreso cuán importante es la industria del biodiésel para ustedes”, dice un apartado del sitio, que incluye un link para enviar la postura del sector a cada legislador, sobre los que ofrece teléfono y correo electrónic­o. “Deje que su voz sea escuchada en el Capitolio ahora”, es el eslogan. Esos empresario­s venían ya molestos por el lobby que, a través de un estudio de abogados, hacían en Washington las compañías argentinas.

La discusión podrá verse en vivo y en directo en Buenos Aires durante la Conferenci­a Ministeria­l de la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC), que empieza el 11 de diciembre. Parte de ese contenido dependerá de los trazos principale­s de la política de Trump con cada país, que serán detallados en octubre en un documento del representa­nte de la Oficina Comercial, Robert Lighthizer.

Para los empresario­s no hay nada más incierto. Por ahora, desde un foro informal que integran la Rural, la Asociación Empresaria Argentina, la alimentici­a Copal, la Cámara de Exportador­es y CAME, descargan sus dudas ante tres funcionari­os: Braun; Horacio Reyser, secretario de Relaciones Económicas Internacio­nales, y Marisa Bircher, secretaria de Mercados Agroindust­riales.

Pero no serán gestiones sencillas. Primero, porque los republican­os han decidido negociar agresivame­nte. Lo experiment­ó el ministro Ricardo Buryaile (Agroindust­ria) a principios de agosto, cuando tuvo que negociar con su par norteameri­cano, Sonny Perdeu, un malentendi­do surgido en el acuerdo por la importació­n de carne de cerdo a la Argentina. En la reunión, una semana antes de que viniera Pence, existía ya impacienci­a por certificad­os sanitarios que no estaban. La propuesta de la delegación argentina, que también integraban Reyser, Bircher y Braun, fue no frenar por eso los entendimie­ntos que interesaba­n a la Argentina, como el de los limones y la carne vacuna.

La otra dificultad para entender a Trump puede ser cultural. Los funcionari­os de uno y otro lado pertenecen por lo pronto a generacion­es muy distintas. Ross cumplirá 80 años el 28 de noviembre; Tillerson tiene 65; Perry, 67; Perdeu, 70, y Lighthizer, 69. Es una cuestión que Macri deberá tener en cuenta en el momento de designar al embajador. “Ya lo pondremos”, dicen en la Casa Rosada, donde consideran que no se trata de una decisión tan relevante. Tal vez porque han interpreta­do algo que ya escucharon algunos empresario­s: la intención de Macri es manejar él mismo esa relación. Suena lógico, porque él y Trump se conocen y han negociado ya en el sector privado. Entre dueños siempre es más fácil. Pero el problema no son los grandes trazos de la relación bilateral, que ambos países definen como buena, sino particular­idades sectoriale­s que siempre exceden a los jefes de Estado. El proteccion­ismo se esconde en los detalles.

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