¿Están cambiando la política y la sociedad?
El resultado de las PASO desató interpretaciones contrapuestas que agitan el debate público, amplificado por la participación en las redes sociales de los aficionados a la política. Las opiniones e hipótesis esgrimidas provienen de tres fuentes: la academia, los partidos y el periodismo. Y están atravesadas por intereses y pasiones de las que no se libran siquiera los intelectuales que aspiran a la improbable objetividad. La intensidad de estos sentimientos y posturas acaso provenga del tema en discusión, periódicamente reavivado: la vigencia o la decadencia del peronismo como fenómeno central de la política argentina. A la luz de sus magros resultados en las primarias, unos se apresuran a anticipar el ocaso del movimiento, otros a advertir que no hay que apurarse a darlo por muerto, y otros –los peronistas– a angustiarse en privado, pero a proclamar en público: volveremos. A todos parece asistirles una parte de razón, porque el tema es arduo y está abierto.
En el campo intelectual se discute blandiendo datos provisorios, que aguardan convalidación. La pregunta es si están ocurriendo transformaciones sociológicas, económicas y culturales en la base electoral del peronismo, capaces de ahondar la división entre sus fracciones y permitir el avance de otras fuerzas, empezando por Cambiemos, la coalición partidaria con más recursos en la actualidad. Hipótesis que deberán confirmarse apuntan, por ejemplo, a la brecha entre trabajadores registrados y no registrados y entre quienes reciben o no planes sociales. Una mejor condición laboral y la autonomía respecto del paternalismo estatal estarían generando un votante propenso a la modernización que enarbola el oficialismo. Estas explicaciones y otras que habrá que refinar parten de una evidencia: en los distritos tradicionalmente peronistas de la provincia de Buenos Aires, Cambiemos obtuvo mejores resultados que en 2015. En otras palabras, que encierran una paradoja: los pobres votan cada vez más a un gobierno al que sus adversarios tildan de pertenecer a los ricos.
Si estos fenómenos del presente se ponen en la perspectiva de más de tres décadas de democracia, surge una cuestión clásica: cuánto tienen de novedoso y cuánto de déjà vu. Los partidarios del “esto ya lo vimos” podrían encontrar razones en 1985, cuando el radicalismo le asestó al justicialismo una derrota histórica, profundizando la que ya le había propinado dos años antes. Mirando encuestas y resultados de entonces, no pocos analistas comentaban perplejos: el peronismo podría desaparecer. A grandes rasgos, las razones de la extinción que no fue se parecían a las actuales: falta de liderazgo y adecuación a las transformaciones, desprestigio de los dirigentes, fragmentación, pérdida de votos en la base propia. Con el optimismo apresurado que esos datos prometían, Alfonsín imaginó un “tercer movimiento histórico”, que bajo su conducción sintetizara (y subsumiera) la justicia social peronista con los valores institucionales de la UCR victoriosa. Un pico de euforia política que algunos recordaron al escuchar el pronóstico festivo del Presidente la noche de las PASO: se vienen los mejores 20 años de la Argentina.
Sin embargo, pensar que lo que ocurrió en el pasado podría volver a suceder ahora es una simplificación. También hay motivos para sostener que se viene una mutación significativa en la configuración de fuerzas políticas. Al liderazgo no convencional de Macri, que descoloca a los peronistas, se suma otro complejo problema para la principal oposición. Junto a las escisiones, el desprestigio y la falta de un programa consistente, debe considerarse un fenómeno imprevisto: los votos de Cristina no le alcanzarán para liderar el peronismo, pero sí para obturar su sucesión, convirtiéndola en un actor funcional al Gobierno. El infortunio de Massa y Schiaretti la convierte en la “reina tuerta” del peronismo. Guardando las diferencias, los radicales lo experimentaron con Alfonsín. Como se observa, una suma de factores podría torcer la historia, alumbrando transformaciones inéditas en la cima del poder político.
Que existan incógnitas acerca de qué podría cambiar y qué permanecer en la política y la sociedad es una expresión de fluidez histórica. A ésta, no obstante, habrá que contraponerle la densidad de lo que permanece inalterable y condicionará el curso de los hechos, entorpeciendo el progreso. Por un lado, la economía, atrapada en limitaciones estructurales que llevan décadas: el país no tiene fuentes genuinas de financiamiento y se abisma en déficits y desequilibrios cada vez mayores, más allá de quién lo gobierne. Por el otro, una insondable fisura institucional, cuya consecuencia más patética se expresa en delitos impunes, muertes y desapariciones. López, Nisman, Maldonado y otros atestiguan una tragedia de la democracia: al Estado argentino se le siguen perdiendo ciudadanos sin que pueda dar una respuesta convincente y responsable acerca de su destino. © LA NACION