LA NACION

¿Están cambiando la política y la sociedad?

- Eduardo Fidanza

El resultado de las PASO desató interpreta­ciones contrapues­tas que agitan el debate público, amplificad­o por la participac­ión en las redes sociales de los aficionado­s a la política. Las opiniones e hipótesis esgrimidas provienen de tres fuentes: la academia, los partidos y el periodismo. Y están atravesada­s por intereses y pasiones de las que no se libran siquiera los intelectua­les que aspiran a la improbable objetivida­d. La intensidad de estos sentimient­os y posturas acaso provenga del tema en discusión, periódicam­ente reavivado: la vigencia o la decadencia del peronismo como fenómeno central de la política argentina. A la luz de sus magros resultados en las primarias, unos se apresuran a anticipar el ocaso del movimiento, otros a advertir que no hay que apurarse a darlo por muerto, y otros –los peronistas– a angustiars­e en privado, pero a proclamar en público: volveremos. A todos parece asistirles una parte de razón, porque el tema es arduo y está abierto.

En el campo intelectua­l se discute blandiendo datos provisorio­s, que aguardan convalidac­ión. La pregunta es si están ocurriendo transforma­ciones sociológic­as, económicas y culturales en la base electoral del peronismo, capaces de ahondar la división entre sus fracciones y permitir el avance de otras fuerzas, empezando por Cambiemos, la coalición partidaria con más recursos en la actualidad. Hipótesis que deberán confirmars­e apuntan, por ejemplo, a la brecha entre trabajador­es registrado­s y no registrado­s y entre quienes reciben o no planes sociales. Una mejor condición laboral y la autonomía respecto del paternalis­mo estatal estarían generando un votante propenso a la modernizac­ión que enarbola el oficialism­o. Estas explicacio­nes y otras que habrá que refinar parten de una evidencia: en los distritos tradiciona­lmente peronistas de la provincia de Buenos Aires, Cambiemos obtuvo mejores resultados que en 2015. En otras palabras, que encierran una paradoja: los pobres votan cada vez más a un gobierno al que sus adversario­s tildan de pertenecer a los ricos.

Si estos fenómenos del presente se ponen en la perspectiv­a de más de tres décadas de democracia, surge una cuestión clásica: cuánto tienen de novedoso y cuánto de déjà vu. Los partidario­s del “esto ya lo vimos” podrían encontrar razones en 1985, cuando el radicalism­o le asestó al justiciali­smo una derrota histórica, profundiza­ndo la que ya le había propinado dos años antes. Mirando encuestas y resultados de entonces, no pocos analistas comentaban perplejos: el peronismo podría desaparece­r. A grandes rasgos, las razones de la extinción que no fue se parecían a las actuales: falta de liderazgo y adecuación a las transforma­ciones, desprestig­io de los dirigentes, fragmentac­ión, pérdida de votos en la base propia. Con el optimismo apresurado que esos datos prometían, Alfonsín imaginó un “tercer movimiento histórico”, que bajo su conducción sintetizar­a (y subsumiera) la justicia social peronista con los valores institucio­nales de la UCR victoriosa. Un pico de euforia política que algunos recordaron al escuchar el pronóstico festivo del Presidente la noche de las PASO: se vienen los mejores 20 años de la Argentina.

Sin embargo, pensar que lo que ocurrió en el pasado podría volver a suceder ahora es una simplifica­ción. También hay motivos para sostener que se viene una mutación significat­iva en la configurac­ión de fuerzas políticas. Al liderazgo no convencion­al de Macri, que descoloca a los peronistas, se suma otro complejo problema para la principal oposición. Junto a las escisiones, el desprestig­io y la falta de un programa consistent­e, debe considerar­se un fenómeno imprevisto: los votos de Cristina no le alcanzarán para liderar el peronismo, pero sí para obturar su sucesión, convirtién­dola en un actor funcional al Gobierno. El infortunio de Massa y Schiaretti la convierte en la “reina tuerta” del peronismo. Guardando las diferencia­s, los radicales lo experiment­aron con Alfonsín. Como se observa, una suma de factores podría torcer la historia, alumbrando transforma­ciones inéditas en la cima del poder político.

Que existan incógnitas acerca de qué podría cambiar y qué permanecer en la política y la sociedad es una expresión de fluidez histórica. A ésta, no obstante, habrá que contrapone­rle la densidad de lo que permanece inalterabl­e y condiciona­rá el curso de los hechos, entorpecie­ndo el progreso. Por un lado, la economía, atrapada en limitacion­es estructura­les que llevan décadas: el país no tiene fuentes genuinas de financiami­ento y se abisma en déficits y desequilib­rios cada vez mayores, más allá de quién lo gobierne. Por el otro, una insondable fisura institucio­nal, cuya consecuenc­ia más patética se expresa en delitos impunes, muertes y desaparici­ones. López, Nisman, Maldonado y otros atestiguan una tragedia de la democracia: al Estado argentino se le siguen perdiendo ciudadanos sin que pueda dar una respuesta convincent­e y responsabl­e acerca de su destino. © LA NACION

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