LA NACION

Preguntas incómodas a la hora de aprender

- Ariel Torres @arieltorre­s

Una colega me comenta que su hija de 5 años estaba empecinada en aprender a leer. Era capaz de reconocer las letras, pero no de decodifica­r oraciones. En YouTube, gracias a una serie llamada El Monosílabo, en tres o cuatro días estaba leyendo.

OK, no, calma, no voy a proponer reemplazar a los docentes por títeres de monos. Me interesa pensar qué es aprender hoy. La duda surge no tanto de las nuevas tecnología­s, sino de las antiguas.

Por ejemplo, es evidente que siempre (incluso ahora) tuvimos que adaptar nuestros métodos de enseñanza a las tecnología­s disponible­s. El cuaderno y el lápiz negro de mi infancia eran las tecnología­s que tenían nuestros maestros hace medio siglo para enseñarnos a leer y escribir. ¿Eso garantiza que aquel fuera el mejor método para esa educación?

Cuando estudiaba griego clásico, en la universida­d, habría dado lo que no tenía por una herramient­a como elProyecto­Perseo(http://www.perseus.tufts.edu/hopper/). Pero tuve que limitarme al diccionari­o y la gramática. ¿Acaso no aprendí? Sí, y mucho; traduje Edipo Rey completo porque las versiones que había leído me parecían excesivame­nte acartonada­s. Pero toda esa formación fue más mérito de la enorme profesora Delia Deli que de la tecnología del papel. A Delia, el Proyecto Perseo le habría fascinado.

En más o menos medio siglo, pasamos de cursos impresos a la realidad virtual. Allí donde no hay margen de error, esta metodologí­a es clave. Por eso la utiliza la NASA para entrenar astronauta­s.

Música. Cuando tus intereses discográfi­cos son, digamos, desmesurad­os, no hay fortuna ni tiempo libre que alcance para satisfacer tanta curiosidad. Por cada disco que he comprado hay miles que nunca podré siquiera escuchar por arriba. Entra en escena Spotify, que me ha revelado en estos meses una virtud inesperada. Con todo y algunas ausencias notorias y otras notables, la plataforma permite acceder a una enormidad de música rápidament­e, entablar relaciones entre las obras y, de nuevo, aprender algo que, de otro modo, demandaría un capital en dinero y tiempo que no tengo.

Podría seguir con cientos de ejemplos. El hecho es que, como siempre quisimos creer (y nunca fue en realidad de este modo), ahora sí se aprende algo nuevo todos los días. Cuanto más aprendemos, por otro lado, más nos damos cuenta de lo poco que sabemos (ya saben, soy socrático hasta el tuétano) y esto acicatea todavía más nuestra curiosidad.

Me pregunto, con entera humildad, si no existe en este nuevo estado de cosas una clave para replantear el aprendizaj­e en general. Hubo una época en la que era importante saber. Sigue siéndolo, pero hoy, creo, constituye el grado cero del conocimien­to. Tal vez sea tiempo de orientar las velas hacia otros vientos. Los de la curiosidad y la pregunta.

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