Un club contracultural respecto a los poderosos
Raúl García, sin quererlo ni imaginarlo, se ha convertido en otro símbolo de los tiempos que corren en el fútbol europeo. Y esto no se debe a su temperamento, que provoca que en España varias voces coincidan en que “como compañero le adoras y como rival le odias”. Tampoco lo es por su carácter reservado que lo lleva a exponerse lo menos posible a entrevistas y redes sociales. Este mediocampista, que asegura conocer los límites de la mala intención y pide que se entienda la diferencia entre “ser competitivo y ser sucio”, si bien hace dos años no cambia de club, se ha transformado en una inevitable referencia del alocado libro de pases, que movió, en las cinco grandes Ligas, casi cuatro mil millones de euros. El navarro Raúl García (foto), a contramano de una era de dinero fácil y bolsillos sueltos, fue, en agosto de 2015, el último jugador adquirido por Athletic Bilbao, tras abonarle ocho millones al Atlético de Madrid.
Desde hace más de un siglo, el conjunto vasco no se aparta de una decisión que adoptó tras el escandaloso Campeonato de España (actual Copa del Rey) de 1911. Los lazos comerciales entre Bilbao y las Islas Británicas hicieron que, en aquella época, al Athletic le resultara provechoso y natural incorporar jugadores ingleses. De hecho fue el primero en emplear un futbolista foráneo en un partido oficial, un dato que cobra mayor relevancia considerando el camino elegido posteriormente. La ostensible supremacía ejercida en dicho certamen, y las repetidas y amplias victorias contra adversarios regionales, hicieron que la Real Sociedad encabezara una denuncia por la incorrecta inclusión, en un cotejo frente al Fortuna de Vigo, de dos de los tres ingleses que tenía el plantel. Aunque la denuncia no prosperó, las situaciones irregulares se sucedieron, el principal demandante se retiró de la competencia y el Athletic, luego de superar en la final al Espanyol de Barcelona, tocado en su orgullo y ante la normativa impuesta por la Federación de permitir tres extranjeros pero con tres años de residencia mínima en el país, optó por aceptar sólo jugadores nacidos en el País Vasco y Navarra o formados en las canteras de la zona de Euskal Herria.
El caso Bosman, con sentencia fijada el 15 de diciembre de 1995, amenazó todavía más una medida con aires románticos y vinculada a la reafirmación de identidad nacional. El club, a riesgo de perder nivel competitivo, se fue resistiendo a las sugerencias de romper la filosofía y, sobre todo, a las tentaciones de invertir de manera desenfrenada los altos ingresos por las ventas de Javi Martínez (40 millones al Bayern Munich) y Ander Herrera (36 millones al Manchester United). La única operación que en las anteriores tres décadas parece fuera de contexto, es la adquisición del zaguero bilbaíno Roberto Ríos al Betis, en 1997, por 12 millones de euros, la cual significó, en ese momento, el fichaje más alto de un futbolista español.
Los Leones, que comparten con Real Madrid y Barcelona el récord de haber participado en las 87 ediciones de la Liga, prioriza finanzas saludables, el imprescindible desarrollo de su “fábrica” de Lezama, y la captación de abonados para un estadio modelo con capacidad para 53.000 espectadores, inaugurado hace cuatro años. Y a pesar de que su última incursión importante en el mercado de transferencias fue en el 2013 (16 millones distribuidos en 4 jugadores), ha estado entre los siete de arriba en los pasados cuatro torneos. Clasificado recientemente para la etapa de grupos de la Europa League, y simple testigo de la presente danza de “petroeuros”, el Athletic, basado en una cultura que no se negocia, es contracultural respecto del proceder económico de los poderosos.