LA NACION

Ariel Winograd. “Está prohibido gritar en mis rodajes”

El director de Mamá se fue de viaje, uno de los fenómenos más taquillero­s del año, cuenta por qué ve la vida en tono de comedia

- Texto Juan Manuel Strassburg­uer | Foto Leo Vaca/AFV

Cada vez que estrena una película, Ariel Winograd sigue “un ritual”: meterse en Internet tipo 5 de la tarde y ver cuántas entradas lleva vendidas. Como no es informació­n que se consiga de manera directa, simula una compra hasta el momento de elegir una butaca. Ahí chequea qué lugares están ocupados y por contraste, obtiene el dato. Luego cancela la compra y repite la operatoria en otra función. Y así con cada sala de cada complejo. “Lo hice el día del estreno y lo sigo haciendo cuando tengo un minuto libre”, dice sin pudor –al revés, con evidente soltura y alegría– el director de Mamá se fue de viaje, la comedia de Diego Peretti y Carla Peterson sobre el tsunami que sobreviene a una familia cuando la madre decide tomarse unas vacaciones inesperada­s que, a la fecha, sumó casi un millón y medio de espectador­es y se convirtió en uno de los fenómeno de taquilla del año.

“Siempre me gustó hacer reír”, cuenta sobre el hecho de que hasta ahora sólo haya filmado comedias de distinto tono, pero siempre apuntando al género y logrando casi siempre un éxito de público como lo demuestran sus films inmediatam­ente anteriores: Sin hijos, de 2015, también con Peretti, y Permitidos, el año pasado, con Lali Espósito y Martín Piroyansky. “No sé de dónde viene ese interés tan fuerte por la comedia”, responde ante la consulta. “Aunque sí puedo decirte que cuando tenía 12 hice un test vocacional y me dio que tenía que estudiar publicidad y cine.” –¿A los 12? Eras chico para hacer un test vocacional... –Sí. Fue porque mis viejos tenían resistenci­a ante la orientació­n en medios que había elegido para el secundario en la ORT. La considerab­an de vagos [risas]. Pero cuando me dio ese resultado se quedaron más tranquilos. No tuve padres que me estimulara­n el cine. ¿Viste esos que te llevaban a ver Chaplin y esas cosas? Bueno, los míos no. Sí me pasaba que veía mucha tele. Hasta el punto que hoy me comentan: “A vos te sentaban en la tele y te quedabas fijo ahí. Eras un quilombo, pero te sentaban y eras feliz” [risas]. –¿Hay un secreto para hacer reír? –No hay secreto. Creo que las buenas comedias son las que te estás cagando de risa, pero que por abajo hay algo que te está moviendo. Por eso yo siempre las pienso desde el drama: que el chiste sea no sólo el gag, sino también lo que le pasa a los personajes. En ese sentido, creo que nuestro trabajo como directores es ser invisibles. Que te digan: “Qué bien que está tal actor, qué natural salió”. Y que eso sea porque hubo mucho trabajo detrás. Que no se vea para mí es una virtud. –Compartís todos tus proyectos con tu esposa, Nathalie Cabiron, productora de trayectori­a en el cine argentino. ¿Cómo hacés para que como pareja no les pase lo de tus películas? –Sí. Algunos nos preguntan: “Che, ¿cómo hacen todo el día juntos, cuándo cortan?” Y la verdad es que no cortás nunca. Hay un sueño en común. Ella para mí es el gran cerebro y yo soy más el impulso. –¿Cómo se conocieron? –Era mi profesora en la FUC, aunque nos llevamos cinco meses. Y al principio me detestaba porque por esa época yo había hecho un corto, 100% lana, que resultó muy premiado y me había hecho muy popular en la facultad. Un corto medio bizarro en el que participab­a un enano, para nada pretencios­o. Y ella que era medio arty, mucho más Antonioni y Godard, odiaba toda esa supuesta fama que tenía y que encima le faltara a sus clases. ¡Pero yo faltaba porque había entrado de meritorio en una película! ¡No porque no quisiera ir! [risas]. –¿Cómo se enamoraron entonces? –Tiempo después, por estar en el mismo ambiente de la facultad, terminamos compartien­do muchos momentos. Almorzábam­os, cenábamos, todo siempre juntos. Y un día nos dimos un beso. A los pocos días nos mudamos y al tiempo nos casamos. –Lograste algo que para muchos es difícil: pasar de amigos a novios... –Sí, por eso hoy Nathalie es mi mejor amiga y yo soy su mejor amigo. Siempre vamos a ser mejores amigos. Creo que ahí está el secreto. No hay competenci­a porque estamos los dos en la misma y hacemos un trabajo muy complement­ario. Creo que si no lo hiciéramos no habríamos podido avanzar hasta acá, teniendo dos hijos y compartien­do una vida de mucha intensidad. Eso no quita haber pasado por etapas donde nos agarrábamo­s de los pelos y los actores comentando: “Qué amor estos dos, cómo se aman” [risas]. –No es casualidad entonces que la familia y la temática hayan aparecido fuerte en tus últimas dos películas: Sin hijos y Mamá se fue de viaje. –Las situacione­s cotidianas son muy graciosas si te focalizás en ellas y las mirás de determinad­a manera. Fijate los spots de campaña: son todos una comedia. Y no hablo por el contenido, lo que proponen, sino por su forma: el tono en que están actuados, la manera en que se mira a cámara, cómo se mueven y gesticulan los candidatos. Son comedias absolutas. Y lo mismo un casamiento, un funeral, una cena o unas vacaciones en familia. Creo que estamos rodeados de comedia, basta con ponerse a mirar. –Se te ve optimista. –Sí, siempre lo fui. Trato de ver el humor en todo y disfruto mucho que actores, productore­s y el equipo técnico la pasen bien. Por eso está prohibido gritar en mis rodajes. Tengo la idea de que si hay mal clima en el rodaje, algo de esa energía queda después. –Es lo contrario de la imagen que uno se hace de un set con directores muy fríos o tiranos. –Y es que no podría hacer una película con gente a quien yo no quisiera o viceversa. Obvio que hay momentos de tensión, pero siempre hay opciones para solucionar un problema. Y un buen clima hace que todo salga mejor. Por eso desde hace cinco películas casi que repetimos siempre el mismo equipo técnico. Para mí ellos son como mi familia. –A la fecha lograste mucho, ¿con qué soñás? –Sueño con conocer a Judd Apatow y con hacer una película con Seth Rogen y James Franco. También con Adam Sandler y Ben Stiller. Dos comediante­s que sigo y admiro, que siento que disfrutan mucho de lo que hacen. Me encantaría conocerlos, aunque al final no fuesen lo que uno se imagina. Sueño con vivir eso.

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