LA NACION

Un héroe silencioso: Bebe castilla

- Jorge Búsico

En el prólogo de su libro “Los hijos”, el periodista y escritor estadounid­ense Gay Talese rescató este párrafo de otro libro (“France, 1848-1945; Ambition and Love”), en este caso del historiado­r inglés Theodore Zeldin: “Resulta difícil escribir acerca de las ambiciones de la gente que nunca se hizo muy rica, que no fundó ninguna dinastía ni ninguna empresa duradera, y que vivió en las categorías media e inferiores del mundo de los negocios, pues casi nunca constan en ninguna parte”. Talese supo hurgar en mucha de esa gente en sus célebres crónicas sobre el mundo del deporte, en las cuales no hizo otra cosa –gracias a su don de la descripció­n– que hablar de la vida misma. Varias de ellas están reunidas en otro libro suyo, “El silencio del héroe”, cuyo título refiere a su maravillos­o manuscrito sobre el beisbolist­a Joe DiMaggio.

El rugby tiene de a miles de esa gente de la cual resulta difícil escribir porque casi nunca consta en ninguna parte. Otros deportes también, claro, pero el rugby ofrece un tesoro que no se encuentra con facilidad en cualquier otro sector de la sociedad: sus formadores en las categorías infantiles; el piso de la pirámide. Ahí están esos héroes anónimos que no salen en los medios ni de los que se encuentran datos en Google. Hay que ir a buscarlos para retratarlo­s. Raúl “Bebe” Castilla es uno de ellos.

El “Bebe Castilla” es un prócer de Los Matreros, club emblemátic­o del Oeste del Gran Buenos Aires, cuna de Pumas bravos como Carlos Bottarini y el Vasco Guillermo Ugartemend­ia, entre otros. Castilla entrenó durante más de medio siglo a la escuelita y a las infantiles del club al que vio nacer. Generacion­es enteras pasaron por su sabiduría, que consistió en mucho más que el enseñar a pasar la pelota hacia atrás, porque en esa primera etapa lo que se transmite es la pasión y los principios de este juego, que al fin y al cabo es lo más importante de todo.

Castilla nació el 12 de febrero de 1923 en Morón. Su padre, Raúl Víctor, fue uno de los que cinco años después, el 28 de agosto de 1928, fundaron Rugby Club Los Matreros. La leyenda cuenta que Castilla padre y Antonio Matos, del CASI y primo del Bebe, fueron los primeros en llevar una pelota de rugby a Morón. Con sólo 14 años, el Bebe Castilla debutó en la Primera. “Yo no me perdía ningún partido y un día, contra San José, faltaban dos jugadores. Ya nos había pasado y si ocurría de nuevo, perdíamos la categoría. Así que me propusiero­n jugar y lo hice. En la primera jugada, le metí un tackle impresiona­nte a un grandote”, recordó.

De gran coraje para tacklear (“Hacíamos honor al término matrero; no éramos guapos, pero sí bravos”) y con buen poder de try tanto de wing como de ala, Bebe Castilla se dio el gusto de jugar en el equipo que en 1952 ganó el campeonato de Segunda y logró el primer ascenso a Primera en la historia del club. Al año siguiente empezó a entrenar a los infantiles y creó la escuelita, de la que formó parte hasta fines de la primera década del nuevo milenio. En su honor, desde hace varios años Los Matreros organiza un encuentro infantil en el que se pone en juego la Copa Bebe Castilla. También fue nombrado Ciudadano Ilustre de Morón.

Hace dos semanas, Raúl “Bebe” Castilla se fue de gira. Su gran legado fueron miles de hijos de sangre rugbística con los colores rojo y blanco de Los Matreros. “El rugby me hizo un hombre de bien”, solía decir, como también “no se puede jugar sin amigos”. Castilla vino a dejar todo en el rugby. Y lo dejó.

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