España, ante una fractura sin solución cercana
El desafío del referéndum de hoy en Cataluña pone en peligro la unidad
BARCELONA.– De repente es en serio. ¿O no? Después de cinco años de paladear una revolución en cámara lenta, Cataluña se asoma hoy a lo desconocido cuando el gobierno regional, respaldado por una porción significativa de la sociedad, intente celebrar un referéndum independentista en abierta desobediencia a la justicia española.
El paisaje del 1° de octubre –esa fecha que la propaganda separatista convirtió en efeméride antes de que ocurra– muestra escuelas tomadas por activistas, un despliegue policial sin precedente en 40 años de democracia, inesperadas marchas españolistas, rencores a pie de calle y una convicción unánime: pase lo que pase con el referéndum de hoy la crisis apenas acaba de empezar y no hay solución a la vista.
Son todo menos unas elecciones normales. No se trata de saber quién ganará. La disyuntiva es si se podrá votar –como pretende el gobierno secesionista del presidente regional, Carles Puigdemont– o si las fuerzas de seguridad conseguirán impedirlo –como garantizó el gobierno de Mariano Rajoy–.
“El lunes estaremos peor que hoy. Hay que ver cómo rehacemos los puentes dinamitados. Agitar sentimientos es fácil. Lo difícil es reconducirlos”, se lamenta el socialista José Montilla, ex presidente de la Generalitat. Habla desde la experiencia. Con él al frente del gobierno autonómico empezó a abrirse de forma visible la grieta que ahora divide a la sociedad catalana, pone en peligro la unidad de España y al fin empieza a preocupar a Europa.
Corría 2010 y el Tribunal Constitucional (TC) firmó una sentencia que modificó el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que había sido aprobado cuatro años antes por el Parlamento regional, por el Congreso español y por los ciudadanos en un referéndum.
El sentimiento independentista explotó. Y se hizo imparable a partir de 2012, cuando llegó al poder Rajoy, del Partido Popular (PP), promotor del fallo contra el Estatuto. La crisis económica colaboró a ahondar la desafección de muchísimos catalanes con España. Y el gobierno nacionalista, antes pactista, se subió al tren del separatismo después de ver cómo salían a la calle cientos de miles de personas a exigir la ruptura.
El nacionalista Artur Mas, presidente regional entre 2010 y 2015, asumió la causa independentista y organizó en noviembre de 2014 una primera consulta sobre la independencia, prohibida por la justicia.
El llamado procés llegó hasta aquí. Puigdemont y sus aliados decidieron enfrentar a todo o nada el poder del Estado. La movilización social permanente es su coartada para la desobediencia. Rajoy –al cabo de cinco años de no intentar una salida política al conflicto– se enroca en la estricta aplicación de la ley. Ni uno ni otro se reconoce ya como interlocutor.
“Estamos en una situación de bloqueo absoluto –señala Oriol Bartomeus, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona–. El problema del independentismo es que no es mayoría. Es la fracción más importante del país y domina el Parlamento, pero no tiene mayoría suficiente para llegar al destino que pretende. Rajoy tampoco puede esperar que esto se solucione solo. El lunes [por mañana] millones de independentistas van a seguir aquí.”
La politóloga Berta Barbet coincide en que la polarización de los últimos años ha dejado muy lejos la solución al encaje de Cataluña en España. “Cataluña es y seguirá siendo una sociedad diversa en la que ni la preferencia por la independencia ni por el statu quo van a conseguir una mayoría suficientemente amplia como para poder aplicarse sin dialogar con el otro.”
Hablar de negociación antes del 1-O (por el 1° de octubre, la fecha del referéndum) es una utopía. El tablero se reacomodará según cómo se desarrolle el día. Hoy pueden pasar muchas cosas: ¿Conseguirá la Generalitat montar un simulacro más o menos verosímil de votación, a pesar de las operaciones policiales para impedirlo? ¿Habrá escenas de represión? ¿Saldrá una cantidad suficiente de gente como para que Puigdemont anuncie por la noche que fundará la república catalana en 48 horas, como dispone la polémica ley regional que da sustento al referéndum?
Sólo cuando esas incógnitas se aclaren podrá vislumbrarse el siguiente paso. “La prioridad debe ser evitar a toda costa que este conflicto político desemboque en un indeseable enfrentamiento social, en el que todos saldríamos perdiendo”, opina el constitucionalista Antonio Arroyo Gil, de la Universidad Autónoma de Madrid.
Todas las soluciones se intuyen traumáticas. A una declaración unilateral de independencia seguiría la casi segura intervención de Rajoy de la autonomía catalana. Lo nunca visto. “Sería la bomba atómica”, advierte Bartomeus, en alusión a lo imprevisible de las consecuencias.
Quienes sueñan con un pacto después de que pase el fervor son pesimistas. Se llegó demasiado lejos. En el discurso independentista se hizo habitual hablar de “opresión” para describir la relación con España. Lograron, con cierto éxito, identificar el concepto de España con el PP, cuyo prestigio en Cataluña está por los suelos.
“Vivimos una vulneración de derechos que sitúa al Estado español al nivel de países como Turquía”, denuncia Jordi Cuixart, presidente de la organización soberanista Òmnium Cultural. Raül Romeva, ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Puigdemont, suma voltaje: “Las estructuras del Estado siguen controladas por las esencias del franquismo”.
En las marchas separatistas los asistentes asumen como himno “L’Estaca”, de Lluís Llach. “Segur que
tomba, tomba, tomba / i ens podrem alliberar” (“seguro que cae, cae, cae / y nos podremos liberar”), cantan.
En el bando contrario responden con “Mediterráneo”, de Joan Manuel Serrat, eterno símbolo del catalanismo que se pronunció en contra del referéndum. “Qué le voy a hacer si yo…” La voz del Nano (que tantas veces cantó L’Estaca) se convierte en una insólita señal de identidad que ni él acepta. No quiere que se lo apropien unos ni entiende que lo llamen “fascista” otros.
Divisiones
“En Cataluña vivimos bajo un régimen de ambición totalitaria. Dieron un golpe institucional y nos están llevando a la fractura social”, se queja Mariano Gomà, de la organización antiindependentista Societat Civil Catalana.
El único resultado seguro es la frustración, como advierte la socióloga Marina Subirats. Las soluciones en la mesa, que pasarían por encontrar un nuevo encaje para Cataluña, serían vistas como una concesión inaceptable en gran parte de España y como algo muy insuficiente por quienes se ilusionaron con la independencia.
En un mundo ideal Cataluña y España estarían de festejo este fin de semana. Anteayer se cumplieron 40 años del día en que Adolfo Suárez reinstauró por decreto la Generalitat y puso al frente a Josep Tarradellas, un líder que llevaba media vida en el exilio.
Franco le había retirado sus competencias a Cataluña y aplicó una dura represión al fin de la Guerra Civil luego de la caída de Barcelona, bastión republicano, llegando a prohibir el uso oficial del catalán. Hoy la región dispone de amplias competencias en tanto que comunidad autónoma “histórica”, al igual que el País Vasco, Galicia y Andalucía.
Entretenidos en marchas por el hipotético referéndum y las –tardías, pero numerosas– movilizaciones por la unidad de España, nadie dedicó siquiera un aplauso a aquella epopeya de la transición a la democracia.