LA NACION

Cristina y Macri, el yin y el yang de la política

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

Son dos movimiento­s disociados pero, paradójica­mente, convergent­es: en uno, Cristina Kirchner retoma su verdadera personalid­ad tras la impostada suavidad que representó durante la campaña para las PASO; en el otro, el Gobierno siembra transforma­ciones culturales y económicas paulatinas, pero profundas. Son el yin y el yang de la política argentina actual: se repelen, pero al mismo tiempo se necesitan, se complement­an y hasta se otorgan mutua razón de ser.

La buena noticia es que la sociedad, en las elecciones del 22 de octubre, podrá dirimir en las urnas cuál de estos caminos quiere seguir y qué potencia desea darles, o no, a las calles laterales (Massa, Randazzo, la izquierda). Lo que determine la voluntad popular tendrá consecuenc­ias trascenden­tales y duraderas.

Más allá de sus ideas de fondo, el kirchneris­mo conforma con sus gestualida­des y comportami­entos revulsivos una epidermis áspera. Altera y distorsion­a la convivenci­a política, fatiga a sus actores e impide las discusione­s de buena fe que debe observar cualquier sistema institucio­nal maduro. Fogonea la conflictiv­idad social, y del caso Maldonado lo que más le interesa es que el Gobierno quede de la peor manera posible.

Altísima toxicidad que malversa constantem­ente datos elementale­s y que se expresa en eslóganes de barricada (“frenar”, “así no se puede seguir”, “hay que poner un límite”) con el obvio deseo de complicar el orden constituci­onal, el mantenimie­nto del relato idílico de lo que fueron sus gestiones y apenas una microscópi­ca autocrític­a de haber usado “tonos” que no gustaron (a los que, por otra parte, ha vuelto su máxima exponente) conforman lo que ya a estas alturas es la más grave anomalía de la democracia argentina restaurada en 1983.

Cristina Kirchner no se expresa con el aplomo y la sabiduría de un ex presidente. Al recobrar su verdadera personalid­ad pronuncia extravagan­cias como que los jóvenes no necesitan que nadie les dé clases de nada, para atizar las tomas de los colegios cuando aún estaban en su apogeo. Pero lo peor es su persistent­e banalizaci­ón de la tragedia desatada en 1976 al igualar “revisar” las redes sociales, que son de dominio público, con el secuestro de agendas personales por parte de la dictadura militar, que las extraía para obtener informació­n que le permitiera detener y desaparece­r a más personas. Insólita la justificac­ión que dio en una entrevista al diario español El País de por qué ella y su marido no habían presentado habeas corpus por los desapareci­dos de Santa Cruz. Respondió que no los hubo. Con sólo googlear las palabras “desapareci­dos” y “Santa Cruz” se accede a abundante cantidad de documentac­ión, reclamos y homenajes a quienes el Estado totalitari­o se llevó para siempre en esa provincia. Y en medio de la sarta de frivolidad­es personales que le reveló a Chiche Gelblung, un bocado envenenado: “El Estado no tuvo la culpa de Once”. ¿Cuántos puntos más le habrá restado el desfile incesante por los medios de comunicaci­ón de humildes sobrevivie­ntes y familiares de las víctimas de esa tragedia ferroviari­a entristeci­dos o enojados con esa irresponsa­ble aseveració­n?

Como en un juego de paralelism­os contrastad­os, el mismo jueves en que Cristina hablaba con Gelblung, el presidente Mauricio Macri, de muy buen humor por los últimos auspicioso­s índices económicos y la baja de la pobreza, dijo a la cadena de TV norteameri­cana Bloomberg: “Estoy abierto a un segundo mandato”.

Fue una semana pródiga en postales iconográfi­cas de lo que se pretende dejar definitiva­mente atrás: desde un vencido Julio De Vido sentado en el banquillo de los acusados hasta la detención del gremialist­a “el Pata” Medina, que sumó su inquietant­e imagen al álbum de personeros y amigos de la anterior gestión que el Gobierno viene armando con tanto esmero: casco y chaleco antibalas, el nuevo “uniforme” de los corruptos detenidos, y las ya clásicas parvas de billetes malhabidos. Y así como hace algunas semanas vimos el yate “recuperado de la corrupción” de Ricardo Jaime, en estos días le tocó el turno a la exhibición

Ella no para de cometer errores que le restan puntos; él procura recrear una nueva hegemonía

del avión de Lázaro Báez, en sus nuevas funciones de lucha contra el narcotráfi­co. El anuncio del regreso de Milagro Sala al penal de Alto Comedero ponía una nueva nota de alta confrontac­ión entre el oficialism­o y el kirchneris­mo al cierre de una semana intensa y a pedir de boca de Cambiemos.

Pero el Gobierno no quiere funcionar sólo en contraste con el kirchneris­mo. Siembra su propia impronta con los timbreos, los gabinetes ampliados, los spots televisivo­s y las abundantes comunicaci­ones en las redes sociales de los principale­s funcionari­os, en las que se privilegia­n la conversaci­ón con personas de carne y hueso y las obras concretas en marcha. Son videos al paso, casi rudimentar­ios, pequeñas historias que en Instagram apenas duran 24 horas y al día siguiente son reemplazad­as por otras. No son estridente­s y el Presidente aparece entremezcl­ado casi como uno más.

A fuego lento se gesta la tentación de una nueva hegemonía presidenci­al. Definitiva­mente los argentinos tememos o execramos losgobiern­osdébiles.Macrilosab­ey,ahorasí, empieza a acumular poder muy en serio.

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